Hay canchero bueno y hay canchero malo
Aquí las cosas siempre son más complicadas que en otros lados. Si la academia española define a “canchero” sólo como alguien “ducho y experto en determinada actividad”, aquí además tiene otro significado: “Persona arrogante, con aires de superioridad”. Incluso se verbalizó al adjetivo y es pasión argentina “cancherear”, o sea “actuar de modo arrogante y demostrando superioridad”. Porque en es- tos pagos muchas veces no basta la palabra y el significado originales: así como canchero tiene tres acepciones (también se llama así el encargado de una cancha), calificar a alguien de “hijo de puta” puede ser insulto grave pero también alabanza (“qué hijo de puta, qué golazo”). Con una historia inclinada a la mescolanza, en esta tierra un boludo no alude sólo a un “necio o estúpido” sino también a tu mejor amigo en el trato coloquial: “Che, bolu, vamos al cine”. Como el dios romano Jano que tenía dos rostros contrapuestos que enfrentaban a la sabiduría con la hipocresía, en estos lares la música, la vestimenta o los gestos pueden alu- dir a cancheros positivos como María Nieves y Juan Carlos Copes bailando un tango, temas de Piazzolla, las variaciones del saxo del Gato Barbieri, los dibujos de Menchi Sábat o un modelo de zapatilla “re canchero”.
Pero también están los cancheros malos y ahí la lista se alarga demasiado porque ese modelo ilustra algo de lo que también somos: sobradores, cabrones, chamuyadores, bartoleros, piolas, chantas.
Estos lunfardismos –algunos de doble acepción– quizás son formas de evadir la dura realidad, el placer del canchero malo de destruir lo que no se siente capaz de hacer. ■