Clarín

Hay canchero bueno y hay canchero malo

- Juan Bedoian jbedoian@clarin.com

Aquí las cosas siempre son más complicada­s que en otros lados. Si la academia española define a “canchero” sólo como alguien “ducho y experto en determinad­a actividad”, aquí además tiene otro significad­o: “Persona arrogante, con aires de superiorid­ad”. Incluso se verbalizó al adjetivo y es pasión argentina “cancherear”, o sea “actuar de modo arrogante y demostrand­o superiorid­ad”. Porque en es- tos pagos muchas veces no basta la palabra y el significad­o originales: así como canchero tiene tres acepciones (también se llama así el encargado de una cancha), calificar a alguien de “hijo de puta” puede ser insulto grave pero también alabanza (“qué hijo de puta, qué golazo”). Con una historia inclinada a la mescolanza, en esta tierra un boludo no alude sólo a un “necio o estúpido” sino también a tu mejor amigo en el trato coloquial: “Che, bolu, vamos al cine”. Como el dios romano Jano que tenía dos rostros contrapues­tos que enfrentaba­n a la sabiduría con la hipocresía, en estos lares la música, la vestimenta o los gestos pueden alu- dir a cancheros positivos como María Nieves y Juan Carlos Copes bailando un tango, temas de Piazzolla, las variacione­s del saxo del Gato Barbieri, los dibujos de Menchi Sábat o un modelo de zapatilla “re canchero”.

Pero también están los cancheros malos y ahí la lista se alarga demasiado porque ese modelo ilustra algo de lo que también somos: sobradores, cabrones, chamuyador­es, bartoleros, piolas, chantas.

Estos lunfardism­os –algunos de doble acepción– quizás son formas de evadir la dura realidad, el placer del canchero malo de destruir lo que no se siente capaz de hacer. ■

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