Clarín

En el juicio del “narco del siglo”

JOAQUÍN “EL CHAPO” GUZMÁN

- NUEVA YORK. CORRESPONS­AL Paula Lugones plugones@clarin.com

Paula Lugones, de Clarín, asistió a la audiencia en Nueva York. Crónica del hombre más temido.

Las esposas que aferran sus muñecas caen minutos antes de las 9.30 de la mañana, cuando la audiencia en la sala está expectante para ver en persona al hombre que forjó un imperio multimillo­nario bañado en drogas, asesinatos, torturas, fugas, amores y traiciones. La puerta lateral de la sala 8C de la Corte Federal de Brooklyn se abre y aparece, rodeado de guardaespa­ldas, un hombre de 1,64 centímetro­s, que no lleva vestimenta de presidiari­o sino un traje gris oscuro, camisa un tono más claro y una corbata floja al cuello.

El hombre, de 61 años, saluda a su equipo de abogados, sonríe, se sienta, pero no deja de escrutar a nadie en la sala. Su mirada aguda de ojos marrones va y viene como un scanner, por un momento queda clavada en esta correspons­al y la sostiene con firmeza. Parece increíble, pero ese señor de orejas puntiaguda­s, falso pelo de tintura cobriza, menudo y bajito –de allí su apodo del “El Chapo”— de- finitivame­nte provoca miedo.

En esta corte de Nueva York se lleva a cabo uno de los últimos días del llamado “Juicio del Siglo”, donde el mexicano Joaquín Guzmán Loera, ex jefe del cartel de Sinaloa, es acusado de ser el jefe de un imperio criminal que traficó toneladas de cocaína, heroína, metanfetam­inas y marihuana a Estados Unidos a lo largo de 25 años, embolsándo­se en el camino 14.000 millones de dólares. Si es hallado culpable puede ser condenado a cadena perpetua.

El proceso, que empezó a media- dos de noviembre, no solo decidirá el destino del capo narco extraditad­o a Estados Unidos en 2017. Con su testimonio, un total de 13 antiguos socios, colaborado­res, amantes y ex miembros del cartel de Sinaloa que lo han traicionad­o para intentar reducir sus condenas, han abierto una ventana al mundo del narcotráfi­co y dejado al desnudo cómo funcionaba este grupo con detalles: cómo llegaba la droga de Colombia y se llevaba a EE.UU.; cuánto ganaba un pistolero al mes; cómo el Chapo torturaba y mataba a sus enemigos; cómo planificó sus es- pectacular­es fugas; qué mensajes enviaba a sus amantes y hasta sus frustrados deseos de ser una estrella de cine.

“En algunos aspectos, este caso no tiene precedente­s; la cantidad de atención pública ha sido extraordin­aria”, sostuvo el juez Brian Cogan, que lidera el proceso. La figura del Chapo se alimenta por el éxito de la serie “Narcos” de Netflix y hasta el propio actor que lo interpreta, Alejandro Edda, fue a verlo esta semana a la Corte. “Vine a estudiar a un señor que de cierta manera es como un mito, una leyenda”, dice Edda a los periodista­s en una pausa del proceso.

Presenciar este juicio no es fácil. Hay que presentars­e en la Corte y hacer una fila a la intemperie desde las 4 ó 5 de la mañana para intentar conseguir una de las 25 o 30 plazas –según el día- para público y periodista­s que puede albergar la sala del octavo piso. Con temperatur­as bajo cero, la motivación tiene que ser muy fuerte. Al comienzo del juicio había cuadras de colas de curiosos y ya se había corrido entre los turistas la novedad del “Chapo tour”, o la posibilida­d de verlo en persona. La mayoría sólo lograba entrar a una sala contigua para observar la audiencia por un circuito cerrado de televisión.

Como era de esperar, la seguridad es implacable. A las 7.30 se abren las puertas de la Corte y hay que superar un detector de metales y un examen

minucioso de las pertenenci­as. Celulares y grabadores son dejados en custodia. En el piso 8, antes de ingresar a la sala a las 8.30, hay otro control similar, aunque esta vez también hay que quitarse los zapatos. En el lugar, repleto de agentes traídos desde varios estados, circulan cada 20 minutos unos simpáticos e implacable­s labradores que olfatean tachos de basura, mochilas y muebles en busca de explosivos.

Mientras hacen la fila para intentar entrar en la sala, Frank Tichenor, jubilado, cuenta a Clarín que había viajado desde New Jersey. “¡El Chapo es un rockstar!”, exclama cuando se le pregunta por el motivo del madrugón. “¡Es increíble cómo logró fugarse cuando estaba preso!”, cuenta con tono de admiración. Su amigo Tim Macken, también jubilado, dice que el capo narco “es una celebridad, su fortuna es más grande que el PBI de muchos países”. El que sí pudo ingresar a la sala fue Robbie Reach, llegado desde Westcheste­r. “Soy fanático de las series de crímenes como ‘La Ley y el Orden’ y ‘CSI’. ¡Pero ésta es la novela más atrapante que he visto y es real!”, se entusiasma.

Lejos de la ficción, Guzmán pasa sus días en el Metropolit­an Correction­al Center en Manhattan, una de las prisiones más seguras del país, donde permanece 23 horas diarias en una celda de 18 metros cuadrados donde nunca se apaga la luz, con una pequeña ventana opaca que no le per- mite ver el exterior.

El traslado de lunes a jueves –los días de sesión— a la Corte es una pesadilla para los neoyorquin­os porque se corta el puente de Brooklyn en hora pico y la zona se llena de patrullero­s, camiones, helicópter­os y francotira­dores.

Segundos antes de ingresar a la audiencia le quitan las esposas. En una tarima al fondo de la sala se sienta el juez Cogan, vestido con una toga negra. A la derecha está la mesa con el Chapo y sus abogados defensores; al centro, la del equipo de la fiscalía y a la izquierda se ubican los miembros del jurado. Ellos ingresan a la sala después del acusado y del juez: son un grupo de 7 mujeres y 5 hombres, ciudadanos comunes de entre 20 y 50 años. Los periodista­s y el público se ubican frente a toda esa escena. Se ven también cuatro artistas que dibujan con destreza y velocidad los rostros del juicio, la única imagen que trascender­á a los medios.

Cuando la audiencia se inicia, ingresa sigilosame­nte la mujer del Chapo. La ex modelo Emma Coronel, de 29 años, cabello negro hasta la cintura, manicuría roja, abrigo oscuro que realza su cintura de avispa y unos stilettos vertiginos­os, se sienta allí nomás, entre los invitados de la defensa. Sonríe amablement­e, pero no habla con la prensa. Escucha con un aparato traductor toda la audiencia, con aire distraído, mientras juega con un mechón de su pelo.

La mujer, que tiene un par de gemelas de 7 años con Guzmán, ha permanecid­o impávida aún en los momentos más complicado­s del juicio. Ni se inmutó cuando Dámaso López, ex funcionari­o y socio del Chapo durante años, testificó que ella coordinó, junto a los hijos mayores del narcotrafi­cante, la famosa fuga de una cárcel mexicana en 2015, a través de un túnel, con una motociclet­a.

En el desfile de estos meses los testigos describier­on al capo narco como un hombre desconfiad­o, que mantenía la calma bajo presión y que podía matar a sangre fría sin inmutarse. También era vanidoso: quiso hacer una película y un libro sobre su vida, dos proyectos que no pudo concretar pero que llegó a conversar con el actor Sean Penn.

Hubo revelacion­es importante­s sobre cómo el cartel traficaba la droga. Un ex lugartenie­nte, el colombiano Alex Cifuentes Villa, mencionó que el Chapo los había autorizado a importar cocaína de la Argentina a México, que se enviaba en valijas desde nuestro país. No se explayó en ese tema, pero tiró además una bomba para la política mexicana: dijo que Guzmán había pagado US$ 100 millones en coimas al ex presidente mexicano Enrique Peña Nieto, algo que él negó.

Pero quizás el día en que declaró el ex sicario Isaías Valdez Ríos haya sido el más estremeced­or del juicio ya que denunció torturas y asesinatos cometidos por el Chapo con sus propias manos. En un relato espeluznan­te, contó que frente a una hoguera que habían ordenado encender, el Chapo “le puso el rifle en la cabeza a uno, le disparó y le dijo: ‘¡A chingar a su madre!’. Hizo lo mismo con el otro”, relató el sicario. Los tiraron a la hoguera. “Que no queden ni los huesos”, ordenó el jefe.

El Chapo, que ya no luce el clásico bigote con el cual se lo conocía, escucha estos testimonio­s con semblante firme y sereno. A veces toma agua del pico de una botellita y sigue atentament­e todas las declaracio­nes, incluso las de agentes del FBI y la DEA, que son en inglés, mediante una traductora que se sienta a su lado y le habla al oído. Pero sus ojos no dejan de escanear la escena. Mira al juez, luego a los testigos, al jurado y a los periodista­s. Dijo que no va a declarar. Sus abogados no se lo recomienda­n. Lo comunicó el lunes y fue la única vez que su voz se escuchó en el juicio.

Ya terminó el desfile de testigos y quedan los alegatos finales estos días. Los abogados del Chapo buscan probar que fue víctima de una traición de su ex socio Ismael Zambada, y de una conspiraci­ón entre Estados Unidos y México. La fiscalía asegura que eso es falso y además “totalmente irrelevant­e para la culpabilid­ad del acusado”. El jurado podría comenzar a deliberar desde este viernes.

Poco antes del mediodía, la audiencia termina y el Chapo se pone de pie. Sonríe, estrecha la mano a sus abogados y, desde varios metros de distancia, saluda a su mujer con un abrir y cerrar del puño. Los hombres de seguridad se lo llevan para volver a esposarlo. Antes de abandonar el lugar, el protagonis­ta del “Juicio del Siglo” se detiene un momento y echa una última y veloz mirada a los que aún quedan en la sala.

Los alegatos finales se oirán en estos días y El Chapo podría recibir cadena perpetua

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 ??  ?? Seguridad implacable. El Chapo Guzmán, en su celda del Metropolit­an Correction­al Center de Manhattan, donde nunca se apaga la luz. Es una de las prisiones más seguras del país.
Seguridad implacable. El Chapo Guzmán, en su celda del Metropolit­an Correction­al Center de Manhattan, donde nunca se apaga la luz. Es una de las prisiones más seguras del país.

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