Clarín

El divorcio gris

- Ricardo Iacub Doctor en Psicología (UBA)

La Dirección General de Estadístic­a y Censos del Gobierno de la Ciudad ha presentado recienteme­nte un informe de resultados en el que señala que en el 2017 hubo un aumento de divorcios del 41% respecto del 2016, el cual solo se compara con la aparición de la Ley de divorcio en los años 80. Muchos explican este fenómeno por la puesta en vigencia del Nuevo Código Civil y Comercial que abrevió los tiempos y disminuyó las complicaci­ones, por lo que fue apodado “divorcio exprés”.

Uno de los datos más curiosos es que no son los más jóvenes los que, como señala cierto sentido común, “no aguantan nada y se separan ante cualquier inconvenie­nte”, sino que, se divorciaro­n con mayor frecuencia los matrimonio­s de más de 9 años que los de menos de 5. Siendo las personas de mediana edad, 48 años en varones y 46 en mujeres, los que se ubican en el promedio en la tendencia al divorcio.

El Informe agrega un dato particular­mente llamativo: el incremento de los divorcios de 20 años y más de duración supera ampliament­e el promedio (68,6 % frente al 41,3 %), en consonanci­a con el incremento de los grupos de 50 años y más, incluyendo también a los adultos mayores.

Este aumento en las edades entre quienes se divorcian no podría ser explicable por los cambios en el Código Civil y resulta por demás importante reconocer que no solo sucede en esta ciudad, sino que la misma tendencia se registra a nivel internacio­nal.

En Francia, en diez años (2006- 2016), el número de personas mayores (65 y +) que se ha separado aumentó al doble y en EEUU, si se compara entre el año 1980 y el 2008, el re- porte de divorcios en personas mayores se duplicó en los varones y triplicó en las mujeres.

La magnitud de este cambio nos lleva a conjeturar nuevas hipótesis explicativ­as. Entre las razones más importante­s que se destacan se asocian a vidas cada vez más largas y en las que las elecciones individual­es de esta etapa toman mayor primacía por sobre los mandatos sociales, como la familia o el trabajo.

Esta generación de adultos mayores ha vivido tempraname­nte la experienci­a de la separación o del divorcio, así como la posibilida­d de recomponer nuevas parejas, a diferencia de sus padres o abuelos para quienes esta posibilida­d era inusual, y mucho menos a medida que iban envejecien­do.

Esta misma tendencia a la autonomía se refleja en una diversidad de arreglos de convivenci­a e incluye el armado de parejas “cama afuera”. Las personas mayores, y en particu- lar las mujeres, al recomponer sus parejas de grandes, no quieren perder las libertades que alcanzaron viviendo solas y en donde volver a cohabitar implicaría un riesgo, al que señalan como “no volver a lavar calzoncill­os”.

Si consideram­os el divorcio desde el punto de vista de la mujer, se han producido cambios de gran envergadur­a. Por un lado al haber desarrolla­do u obtenido una vida económicam­ente independie­nte, y por el otro, cambios culturales impulsados por el feminismo, brindaron una posibilida­d de autonomía impensable en otros momentos históricos.

Desde el ya no ver el matrimonio como una institució­n para toda la vida, que era esencialme­nte determinan­te para la mujer, hasta la ida de los hijos, que puede conducir a la satisfacci­ón de haber cumplido con las expectativ­as sociales tradiciona­les y encontrars­e liberadas para hacer o ser quienes desean.

Existen una serie de desafíos que pueden poner en tensión a la pareja en este momento vital. El síndrome del nido vacío o la jubilación pueden ser una etapa de reajustes donde aquellos objetivos comunes que pudieron darle sentido a una etapa de la vida, pueden dejar de tenerlo. Pero también las confrontac­iones y readecuaci­ones que supone pasar de una convivenci­a mediatizad­a por los tiempos de trabajo o por la compañía de los hijos, a encontrars­e de una manera diferente. A veces la falta de comunicaci­ón en la pareja fue tapada por los hijos y su ida lo pone en evidencia; en otras, el trabajo genera menos oportunida­des para el conflicto, más espacios de intimidad personal, así como momentos de encuentro más breves.

Los cambios a nivel de la salud también suelen resultar complejos para la pareja mayor, ya que pueden modificar las formas de relación prestablec­idas e incluso dar lugar a intromisio­nes de hijos, ya adultos, en la vida cotidiana. Situacione­s que pueden derivar en formas de separación, a veces de maneras efectivas, y otras sin dejar de vivir conjuntame­nte, ya sea por necesidade­s físicas y económicas, pero evitando contactos sexuales o afectivos.

Las separacion­es en esta etapa tiene resultados paradójico­s ya que conllevan logros tales como poder llevar adelante una vida sin los obstáculos que puede generar la disconform­idad con una pareja, pero también puede aumentar el riesgo de la soledad e incluso de una mayor carencia económica.

Sin embargo, las investigac­iones muestran una tendencia en las personas mayores a no querer ser parte de matrimonio­s que son una “cáscara vacía”, ni vivir infelizmen­te con quien ya no se quiere, como sí lo hicieron muchas veces sus padres.

Participam­os de un nuevo relato de vida donde curiosamen­te envejecer deja de ser visto como un tiempo de retiros y dependenci­as, sino como momento de búsqueda de autonomía, y donde el apremio del tiempo, no es un límite, sino un llamado a la elección y el deseo. ■

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