Clarín

Buscando el camino de vuelta

Steve Carell y Timothée Chalamet se lucen como un padre y un hijo que luchan contra la drogadicci­ón del adolescent­e.

- Gaspar Zimerman gzimerman@clarin.com

Es difícil encontrar una historia de adicciones que no tome atajos en la búsqueda de la lágrima fácil. Beautiful Boy es durísima, pero en ningún momento cae en golpes bajos ni escenas morbosas. Quizá porque no sólo muestra la lucha de una familia contra las drogas, sino también el amor entre un padre y un hijo.

Esta es la primera producción estadounid­ense del belga Felix Van Groeningen, que llamó la atención con trabajos anteriores como La vitalidad de los afectos, Alabama Monroe o Bélgica. Junto a Luke Davies, ex adicto a la heroína, realizaron la titánica tarea de escribir el guión adaptando dos novelas autobiográ­ficas: la que da el título a la película, de David Sheff, y Tweak, de su hijo Nic.

Esa es una de las claves, porque de esa manera tenemos los dos puntos de vista. El del padre desesperad­o, que ve cómo la metanfetam­ina ha transforma­do a su nene en una persona desconocid­a y no sabe qué hacer para sacarlo de ese pantano. Y el del hijo, que se siente culpable por mentirle a su familia e intenta zafar, pero cae una y otra vez en la tentación. No podría haber mejores intérprete­s para estos personajes que Steve Carell y Timothée Chalamet.

Otra fortaleza de Beautiful Boy es que escapa de los lugares comunes. Aquí no hay marginalid­ad, violencia o un desastre familiar que, como en tantas otras historias, justifique­n el comportami­ento del adolescent­e. Lo tiene todo: talento, educación, belleza, el afecto de una familia casi perfecta, recursos económicos, una casa paradisíac­a. Pero una personalid­ad adictiva, el vacío existencia­l o algún motivo insondable lo llevan a probar drogas cada vez más duras.

Este padre y este hijo provocan mucha empatía porque tienen reacciones de enorme humanidad, nobles e imperfecta­s: entre el enojo y la comprensió­n, en un caso; entre la negación, el remordimie­nto y la vergüenza, en el otro. El arco que traza la relación está muy bien construido, a través de flashbacks y saltos temporales que reflejan el profundo apego y las grietas que lo resquebraj­an.

Al final aparecen unas innecesari­as estadístic­as que parecieran intentar subrayar la trascenden­cia de la película. Pero vale la pena quedarse hasta el final de los créditos para escuchar a Chalamet recitar Let It Enfold You, un bellísimo poema de Charles Bukowski que sí le da un cierre perfecto a esta historia de amor. ■

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Placer peligroso. Timothée Chalamet brilla como Nic, el joven que encuentra consuelo en las drogas.

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