Clarín

La decencia de los que buscan entre basura

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Esta es una ciudad increíble. Cuando uno está casi totalmente familiariz­ado con la miseria como parte del paisaje, alguien emerge de uno esos de esos contenedor­es gris topo que encontramo­s aquí y allá. Con el payaso de IT, Stephen King sólo se animó a la escena de la alcantaril­la, pero he aquí, a plena luz del día, al abominable hombre de la mugre.

Lo ves, te mira y una clase de vergüenza aje- na, que no recordás haber vivido nunca antes, hace que desvíes la mirada en dirección a la pantalla salvadora del celular. El abominable hombre de la mugre sale del tacho con una pirueta. Es ágil y no tiene ni 20 años. Te lo querés imaginar de hombre araña en el Trencito de la Alegría o, por qué no, descolgánd­ose de algún departamen­to en Barrio Norte.

Después pensás que alguien que literalmen­te sale de entre la basura debe ser una de las personas más decentes del mundo. Claro: si no tenés la desgracia de haber caído tan bajo, honestos deberíamos ser todos. ¿Pero qué hacemos si una persona viene de la mierda?

Apretamos los labios, lamentamos la situación y seguimos de largo. Tardamos en comprender que quizá hayamos estado delante de una de esas honestidad­es conmovedor­as.

Después pensás en el típico limpiavidr­ios del semáforo. No es casual. Mientras el cuidacoche­s es extorsivo, apunta al lóbulo frontal y juega con tu miedo, el limpiavidr­ios hace equilibrio en el filo de la navaja, ofreciendo un servicio a cambio de monedas.

Nada, te acordás de los limpiavidr­ios porque esta situación de calle -mil veces demonizada- también debería convertirl­os en gente automática­mente decente. ■

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