Clarín

Salvó al turista sueco y viajará para su boda

ANA LÍA FERRER

- Mariano Gaik Aldrovandi mgaik@clarin.com

El torniquete que le hizo a Christoffe­r Persson después de que lo balearan en un asalto impidió que muriera. Lecciones de vida.

El ruido del disparo todavía se siente. Es de noche, un hombre baleado en un robo está tirado en la calle y la sangre le brota a chorros. Hay gritos de auxilio. Entonces Ana Lía Ferrer (70) baja de su casa corriendo con una toalla y le envuelve la pierna al joven. Cierra los puños, gira las muñecas y aprieta fuerte, muy fuerte, hasta que llega la ambulancia y se lleva al herido al hospital. A Christoffe­r Persson (36), un turista sueco de paseo por Buenos Aires, le acaban de salvar la vida pero todavía nadie lo sabe.

Pasó más de un mes desde aquel 30 de diciembre en el que un balazo hizo retumbar las paredes de Tacua- rí y Venezuela, en Monserrat. Ahora es de día, las manchas de sangre casi no se ven, pero Ana Lía todavía las distingue en la vereda. Y recuerda lo que pasó esa noche como si hubiese sido ayer, pero “con la alegría de que Christoffe­r está bien”.

Esta heroína, vecina de toda la vida de San Telmo y Monserrat, es psicóloga recibida en la UBA en 2010, es- tudió psicodrama y gran parte de su vida trabajó como docente en distintas escuelas e incluso ad honorem en el Hospital Rivadavia. Asegura que en la escuela es donde se aprende a relacionar­se con el otro y a ser solidario. Y en la charla con Clarín, demuestra que el torniquete fue más un acto consecuent­e con un estilo de vida que una acción instintiva.

“Sin el otro, yo no soy nadie. Uno es a partir de los otros”, dice con palabras de psicóloga y, con las suyas propias, agrega: “Mi participac­ión no me sorprende. Es mi naturaleza. Si voy por la calle y veo que alguien se cae es muy común que lo levante y le pregunte cómo se siente. Pero de este nivel nunca me había pasado una cosa semejante donde realmente la vida y la muerte estaban ahí, tocándose”, asegura. Y entonces uno se da cuenta de que esta mujer no se convirtió en heroína de casualidad. “Los solidarios siempre aparecen. Entiendo que algunos no se atrevan a poner el cuerpo. Aspiro a que la gente sea lo más solidaria posible y participe cuando hace falta. Aunque sea llamando al 911, porque eso forma parte de la resolución de la urgencia”, comenta.

A su valiosa actitud de ayudar a Christoffe­r, Ana Lía le sumó algo de conocimien­to e intuición. Esa noche la psicóloga estaba en la cocina de su casa, en Tacuarí al 400, adonde vive con sus dos hijas y sus dos nietas. Todas escucharon el disparo y luego los gritos. La mujer se asomó por el balcón y vio a Christoffe­r en el piso. “Corrí hacia la puerta y escuché la pala-

bra ‘torniquete’. Estoy segura de que la dijo una de mis hijas desde la terraza. Entonces tomé una toalla y bajé. Había unos chicos en bicicleta y una o dos personas más”, recuerda y comienza a dibujar la escena con sus manos: “Él tenía sobre la herida algo así como una camiseta doblada. No había mucha luz y la levanté para ver dónde era el balazo y me di cuenta de que sí o sí había que hacer el torniquete. Ya había como un metro cuadrado de sangre en el piso”.

“Entonces calculé una distancia de 10 centímetro­s por encima del balazo y lo hice. Como era una toalla de mano, me alcanzó para dos vueltas nada más y ahí me quedé”, cuenta Ana Lía, mientras con sus manos hace el mismo movimiento que aquella noche. “Él estaba helado, con un sudor frío. Yo pensaba ‘que venga la ambulancia cuanto antes’. Me angustió mucho la situación”, recuerda. “A los pocos días me encontraba con el puño cerrado. Me quedaba una sensación de que había que apretar”, asegura.

Como si se hubiera estado preparando para aquel momento, un año

antes Ana Lía le había tenido que hacer un torniquete a una de sus hijas, luego de que recibiera una mordida en una muñeca al intentar separar a sus perros de una pelea. Ese día también fueron al Argerich.

La ayuda al sueco no terminó en Tacuarí y Venezuela. Al otro día, Ana Lía fue al Hospital Argerich a preguntar por él. Allí fue donde por primera vez le hicieron notar lo que había hecho. “Personas como usted hacen la diferencia en el mundo”, le dijo uno de los médicos.

Ese día Ana Lía se quedó durante tres horas en el Argerich, pero Christoffe­r no salía del quirófano y la mujer no podía encontrar a María, la novia italiana del turista. “Me vine para mi casa. Era 31 de diciembre, yo recibía gente, familia del exterior. Fue un día complicado para mí emocionalm­ente. Les dejé a los médicos una tarjeta mía”, recuerda la mujer.

Ya sobre la hora de la cena llegaron las noticias desde el Argerich. “Eran las 8 o las 9 de la noche y María me escribió por WhatsApp. Me dijo que parecía que había buenas noticias, que estaban brindando con agua mineral, con lo cual pude pasar el 31 con cierta alegría con mi familia. Pero el 1° me enteré de que todo había sido un fracaso”, relata Ana Lía. El balazo que recibió Christoffe­r había sido a tan corta distancia que provocó un daño irreparabl­e. Hubo tres operacione­s, con prótesis, pero sin éxito. “El 1° al mediodía le anunciaron a María la amputación de su pierna”, agrega.

“Ella estaba sola para ir resolviend­o situacione­s. Hice como una suerte de adopción de madre sustituta”, cuenta entre risas, pero se emociona cuando recuerda que después de la amputación, una de las primeras cosas que

le pidió María fue un abrazo. “La abracé como una mamá. Estaba muy desolada”, cuenta Ana Lía.

Por eso, junto a la cirujana cardiovasc­ular Ivanna D'Alessio decidieron invitar a cenar a María a un restorán. Así, lo que empezó como un acto de solidarida­d de la vecina terminó forjando lazos de amistad que se extienden por 12 mil kilómetros.

“Había una conexión y el día que nos encontramo­s con Christoffe­r en Palermo, que fue una salida para él, fue un encuentro cálido. Son cosas impensadas. Para mí fue un hito de mucho afecto, medio mágico. Pero el hacedor de todo esto fue Christoffe­r, porque estuvo todo el tiempo con una sonrisa, dando las gracias. Con una actitud encantador­a”, cuenta Ana Lía, que está invitada al casamiento de la pareja en junio, en Europa.

Después de 20 días de atención médica y recuperaci­ón, Christoffe­r dejó el país el 18 de enero. Ese día Ana Lía

lo acompañó a Ezeiza junto al equipo de la Defensoría del Turista que lo asistió después del asalto. “Fue muy fuerte. No te puedo explicar lo que hemos llorado. Fue una despedida intensa, nos abrazábamo­s, estábamos todos muy conmovidos”, expresa la mujer, con lágrimas en los ojos. Antes de ingresar a la sala de embarque, Christoffe­r se levantó de la silla de ruedas ayudado por bastones y le dijo: “Gracias por salvarme la vida”.

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Persson. Con su novia y Ana.
 ??  ?? Unidos para siempre. En el centro, Christoffe­r Persson, el turista baleado en Monserrat. A la derecha, Ana Lía Ferrer, la psicóloga que lo salvó. A la izquierda, María, novia del sueco.
Unidos para siempre. En el centro, Christoffe­r Persson, el turista baleado en Monserrat. A la derecha, Ana Lía Ferrer, la psicóloga que lo salvó. A la izquierda, María, novia del sueco.

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