Clarín

Es un fin de ciclo porque ya nadie le puede creer

- Daniel Avellaneda davellaned­a@clarin.com

No hubo chico que no creciera escuchando la fábula del pastor mentiroso que escribió Esopo. O el cuento de Pedro y el Lobo, el clásico de Serguei Prokofiev. El niño advertía del peligro para sus ovejas. Y cuando acudían en su ayuda, se reía a carcajadas. Así sucedió hasta que nadie le creyó. Y el feroz animal se comió el rebaño.

Centurión comete errores, como cualquier ser humano. Se muestra arrepentid­o, pide perdón y sigue jugando. Se ampara en sus raíces humildes para justificar la mirada aguda de la sociedad. “Yo me siento un poco más marcado que otros jugadores, o me exigen más por ser quien soy y por venir del lugar que vengo”, dijo el año pasado en una entrevista.

Se equivoca el volante que nació en la Villa Luján. A Centurión se le exige profesiona­lismo por- que viste la camiseta de Racing. Porque antes de que decidiera jugar al fútbol, el club escribió una historia muy grande que este año cumple un siglo desde el heptacampe­onato. Porque para ser “el mejor 10 del país” como consignó en su cuenta de Twitter antes de la reanudació­n de la Superliga no alcanza con un par de firuletes.

Para hacerle honor al dorsal que alguna vez utilizó Rubén Paz, por citar un caso emblemátic­o, tiene que mostrar decoro. Y la imagen del domingo viaja a contramano de las buenas costumbres. ¿En qué cabeza cabe empujar a Eduardo Coudet, máxima autoridad aun equivocado en el planteo táctico? Por más talentoso que sea -algo que no se observó en los últimos partidos- Centurión le faltó el respeto al técnico. ¿Qué iba a hacer el Chacho? ¿Darle una palmada y volver a confiar en él como cuando se fue expulsado en la Copa, cruzándose la franja de Boca sobre el manto de Racing? Los dirigentes sabían que compraban un problema. Pero fueron por él. El tema es que ya nadie le puede creer. Es un fin de ciclo.

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