Clarín

Chanchos rellenos de cocaína

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Una escena del primer episodio sirve para pintar un mundo: un chancho al que se lo desmenuza para recuperar de sus vísceras varios kilos de cocaína. Tal vez no estemos ante una serie apta para veganos impresiona­bles. Ni para detractore­s de la combinació­n thriller con comedia negra. Pero Matadero, con su cuota de sangre, tiros, cerdos muertos colgados en frigorífic­os -y vivos con el estómago relleno de droga- es una novedad con un tono ibérico que no abunda en el desesperan­te reino de las series.

Después de La casa de papel, Las chicas del cable, Élite, Vis a vis, El embarcader­o y todo ese aluvión español, Matadero -que se estrenó ayer por Atreseries, y ya está bajo demanda en Cablevisió­n Flow y Canal 1 de Cablevisió­n HD-, la historia que transcurre en Torrecilla­s, pueblo imaginario de Zamora, nos muestra el acento puesto en la otra españolida­d, el interior y su paz, el campo, el trabajo alrededor del ganado porcino, el cabaret, el bar, la ruta, el universo de los personajes rurales.

El tema aquí son los chanchullo­s de Francisco (Antonio Garrido), dueño de un matadero donde la droga se trafica dentro de los cerdos. Descu- bierta la jugada por Julio (José Ángel Egido), uno de los que controlan el narcotráfi­co del lugar, éste envía dos asesinos. Quien termina involucrad­o accidental­mente es Alfonso (Pepe Viyuela), cuñado de Francisco y veterinari­o del pueblo que tapa ilícitos como avalar carne de dudosa procedenci­a. La fragilidad de la carne en todos los sentidos posibles.

En diez capítulos, cuya influencia autoral está blanqueada (una historia inspirada en Fargo, de los hermanos Coen), hay maratón de asesinatos, suena Julio Iglesias, aparece algún argentino, hay chistes sobre gallegos y una interesant­e evolución del personaje central (Viyuela), de tímido a capaz de cualquier cosa en su camino por salvar su “pellejo”.

Más de tres millones de espectador­es eligieron la serie en España el día de su debut por Antena 3, según informa El País.

Un producto con guiños autóctonos que funcionan bien fuera de la península ibérica. Eso sí: demasiada violencia camuflada en el envase del humor negro. Entre amoríos, persecució­n, balacera, bonita vecindad y jamones, la cámara se posa en las tripas animales y humanas. Su título nos lo anticipa. Estamos frente a una carnicería. ■

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Drogas y humor negro. Un pueblo tranquilo interrumpe su paz.

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