Las razones del hombre de los números
La lealtad bien entendida es mutua, ¿no?". Víctor Manzanares escuchó la frase en noviembre pasado, en la sala de visitas de la cárcel de Marcos Paz, cuando ya llevaba casi un año y medio preso por desviar el cobro de alquileres para la familia Kirchner mientras Cristina y sus hijos estaban inhibidos. Obstrucción de justicia, le imputaron, y quedó detenido en el pabellón de presos por corrupción del penal de Marcos Paz. Allí convivió con Julio De Vido, el ex Quebracho Fernando Esteche, Oscar Thomas (el último prófugo de la causa de los cuadernos), Raúl Copetti (histórico recaudador K) y César Milani.
Estaba rodeado pero solo. Ni Cristina ni Máximo ni ningún allegado a quienes fueron sus jefes-clientes durante tantos años llamó al contador ni se preocupó por sus hijos, tres varones de 16, 12 y 8 años que siguen viviendo en Río Gallegos con su madre y a quienes Manzanares vio apenas tres veces en un año y medio. Ni siquiera Alicia Kirchner -al fin, gobernadora de su provincia- se acercó a dar una mano con nada. La soledad y el destrato no se llevan bien con la lealtad.
Manzanares dedicó entonces diciembre a planificar con sus abogados cómo y cuándo diría lo que sabía: cómo se lavaba el dinero de la corrupción K. Cómo lo hizo Daniel Muñoz, el secretario de Néstor y Cristina que se hizo millonario y necesitó también él de sus servicios como contador. Y como socio.
Arrancó 2019 y la última semana de enero irrumpieron Carolina Pochetti, la viuda de Muñoz, y su declaración como arrepentida. El tiempo de Manzanares se terminaba. Si él sabía más, era ahora o nunca. Si otros hablaban licuarían su información y lo dejarían sin margen para pedir ser arrepentido.
El martes pasado declaró seis horas. El jueves, once horas y media. El viernes, el fiscal Stornelli dijo que su testimonio fue "un gran aporte". El sábado a la noche apenas había terminado de cenar cuando agentes del Servicio Penitenciario aparecieron de golpe y sin aviso para sacarlo de Marcos Paz. Estaba con el cepillo de dientes en la mano y no se lo dejaron llevar. Así, con lo puesto, salió a las diez y me- dia de la noche rumbo a la cárcel de Ezeiza.
Pasó el domingo en el hospital de la unidad, para que no se mezclara con otros presos. El lunes, sus abogados pidieron ingresarlo al programa de testigos protegidos. El traslado sorpresivo desde Marcos Paz -en día y horario extraños- hizo pensar en algún informe de in- teligencia advirtiendo sobre posibles represalias internas. Imputado en peligro.
Ayer a las cinco de la tarde Manzanares viajaba del hospital de la cárcel de Ezeiza a su destino secreto. No hay cambio de identidad pero sí un sitio reservado donde quedarse con custodia las 24 horas, para preservar su seguridad. Igual que el chofer Centeno y que José López, aquel de los bolsos en el convento.
La declaración de Manzanares puede ampliar la causa de los cuadernos hacia empresas que también habrían lavado dinero de la corrupción K y que aún no habían sido mencionadas: una proveedora del Estado; una del rubro farmacéutico; una petrolera. Y empresarios que ya recuperaron su libertad podrían volver a la cárcel con nuevas imputaciones y nueva prueba, tras el relato pormenorizado del hombre de los números.
Manzanares pasó anoche su primera noche en el lugar secreto. Durmió en el tren que en un momento pensó que se le iba. A sus íntimos les pidió algo de ropa. Lo oyeron aliviado. Recién ahora los cálculos sobre su propia situación de imputado le empiezan a cerrar. ■
La soledad, el destrato de los Kirchner y el relato de la viuda de Muñoz lo decidieron a contar todo.