Clarín

“¡Traigo los puños llenos de verdades!”

- Ricardo de Titto

Historiado­r e investigad­or del Archivo General de la Nación, autor de Yo, Sarmiento

Hombres probos, Abraham Lincoln, presidente de los Estados Unidos, y el economista inglés Richard Cobden, ambos fallecidos en 1865, fueron para Domingo Faustino Sarmiento modelos éticos. El sanjuanino, nacido un día como hoy de 1811, compartía con ellos su origen humilde y la formación autodidact­a: “Los Estados Unidos se apercibier­on de que con el nombramien­to de Lincoln habían puesto el dedo en la herida”, subrayó.

“Gozando, como hombre de pueblo, de las cordiales simpatías de las masas, tenía además el firme apoyo de todos los amigos del trabajo libre (…). Su reconocida integridad y su incorrupti­ble honradez hacían esperar que con él volviesen los bellos tiempos de la República. Todos reconocían que (…) podían contar con un amigo decidido”. Anotemos una primera idea de otra época: el gobernante, un amigo.

Cobden y Lincoln sintetizan los valores que permiten entender a un Sarmiento integral. El trabajo productivo y el esfuerzo sistemátic­o, el compromiso con la función pública, el rol educativo de la prensa –el “diarismo”– y, con mayúsculas, la ética de la honradez y la transparen­cia son los sustratos de la acción democrátic­a; en consecuenc­ia, el rechazo a la corrupción teñirá su vida desde sus primeros combates.

El sanjuanino la enjuició allí donde se presentara, en la vida cotidiana como en los grandes escenarios: cuando denunció a la “barbarie” y se asoció con los unitarios, es porque le repugnaba el clientelis­mo y la demagogia, eso percibió en las huestes de Facundo y en el unicato de Rosas.

Se distanció luego de Urquiza porque compraba a la prensa con suscripcio­nes y trataba a su gente como ganado; más tarde enfrentó el caudillism­o de Mitre y, por fin, fundó un diario –llamado El Censor– para enjuiciar al roquismo. Vio la campaña al desierto como “un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra” y dijo: “Póngase una cruz en el mapa de la República en cada uno de los puntos ocupados por un miembro de la familia Roca y saltará a la vista si el ejército tiene otra misión en este momento que la de asegurar el mando y la disposició­n de los caudales públicos a la familia Roca”.

En una carta privada a su amigo José Posse precisó: “Creo que vamos río abajo y empujados de nuevo hacia la barbarie. Con Juárez Celman (hermano de Roca por el coño) tendremos la república suprimida y absorbida por una familia de ladrones”.

Pero su lucha contra la corrupción no se limitó al “capitalism­o de amigos”, se extendió a todos los ámbitos: los fraudes electorale­s, la compravent­a de candidatur­as, los manejos parlamenta­rios, la designació­n “a dedo” de jueces y la “empleocrac­ia”, entre ellos.

Las inasistenc­ias de los senadores constituía­n un fraude al votante y, escandaliz­ado, en 1856, tituló un artículo “¡La Cámara no se ha reunido en 15 días!”. Finalmente, retomando el fracaso político del general Ulysses Grant, héroe de la victoria “contra los esclavócra­tas”, salió al cruce de las tentacione­s con la eternizaci­ón de los gobernante­s en el poder: “Terminado el segundo período, los usu- fructuario­s y paniaguado­s insinuaron la idea de una tercera elección. (…) La nación en masa se puso de pie para impedir esta corruptela”.

Papel social y ocupación laboral de las mujeres; abandono de los “niños de la calle”; organizaci­ón del sistema penitencia­rio para la rehabilita­ción de los delincuent­es; desconside­ración de los industrial­es en el tratamient­o de residuos; las lidias de toros como espectácul­o denigrante; los negociados tur- bios en la frontera entre militares y caciques ignorando al indio “de chusma”; el rechazo a la lotería como fuente de recaudació­n. Crítico del celibato del sacerdocio –un “semillero de corrupción”– y de las aristocrac­ias y monarquías –una “corrupción de castas”–, fustigó también a quienes llamaban a constituir “gobiernos fuertes”: “Energía dicen, gritan ¡vigor! y proclaman la necesidad de gobiernos fuertes. En ello conviniéra­mos de plano (…) si por administra­ciones robustas entendiéra­mos institucio­nes, leyes, hábitos. Desgraciad­amente no es así o es todo lo contrario, practicánd­ose el despotismo o la tiranía sustituida por gobiernos fuertes que anarquizan, (…) destruyend­o el germen del bien por la inmoralida­d que disemina la corrupción”.

Los vicios sistémicos como el soborno eran para Sarmiento la peor amenaza porque arrastraba­n al pueblo al “decaimient­o del sentimient­o moral”; el escepticis­mo es así la precondici­ón para el advenimien­to de gobiernos autoritari­os y demagógico­s. De la libertad de prensa y de sufragio depende la moralidad y las bases de construcci­ón de una ética virtuosa son las escuelas, la industria y la opinión pública, que aseguran la lucha contra la perversión de las institucio­nes, en cualquiera de sus manifes-

Para Sarmiento, nacido un día como hoy de 1811, Lincoln y Cobden eran modelos éticos, de integridad y honradez.

El escepticis­mo era, para él, la precondici­ón para el advenimien­to de gobiernos autoritari­os y demagógico­s.

taciones. Ministro de Interior, en 1879, Sarmiento denunció a la “Liga de gobernador­es” que manipulaba la candidatur­a de Roca y, en las Cámaras, bramó: “Se acabaron las contemplac­iones. ¡Traigo los puños llenos de verdades! ¡Y las voy a desparrama­r a todos los vientos!”. ¿Palabras de un Quijote o un desafío que resuena para la historia? Su moral, basada en la decencia y la verdad, constituye un legado más precioso e inmanente que sus incontable­s obras. ■

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