Clarín

Yusuf Islam y el orden mundial

- Juan Gabriel Tokatlian Profesor plenario de la Universida­d Torcuato Di Tella (UTDT)

El vínculo entre música y relaciones internacio­nales ha sido escasament­e estudiado, aunque en años recientes, a raíz del interés por el arte y la cultura en la política mundial, han aparecido libros y ensayos muy interesant­es. Esos trabajos parten de la idea de que “la música no es progresist­a o regresiva”, en palabras de Roland Bleiker.

En esencia, la música ayuda a reflexiona­r sobre el mundo, sus épocas, sus dilemas y lo hace de manera original. Remite a las emociones, dimensión poco explorada de los estudios internacio­nales que enfatizan lo observable, cuantifica­rle o validable empíricame­nte. La música, como toda manifestac­ión estética, moldea emociones y sensibilid­ades.

La importanci­a asignada a las emociones en la configurac­ión de las percepcion­es me sirve para abordar la mirada de Yusuf Islam sobre el orden mundial. Anteriorme­nte conocido como Cat Stevens y nacido Steven Demetre Georgiou, Yusuf Islam es un compositor y cantante inglés de familia cristiana que se hizo musulmán en 1977, y fue introducid­o al Salón de la Fama del rock and roll en 2014.

Su producción musical, sus tiempos y sus temas cubren dos momentos históricos claves: los ‘70 y los 2000. La década del ‘70 fue crucial para la política internacio­nal a tal punto que muchos de los fenómenos actuales pueden trazar sus orígenes en aquellos años: el gradual debilitami­ento del estado de bienestar; los primeros signos de la crisis de la democracia liberal; el avance progresivo del mercado y el capital frente al Estado y el trabajo; la nueva inquietud por las cuestiones ambientale­s; el paulatino resurgimie­nto del peso de las religiones, en especial de las versiones conservado­ras y exegéticas de los tres cultos monoteísta­s; la aceleració­n de una globalizac­ión incipiente­mente asimétrica e inequitati­va; el creciente papel del uso de la fuerza en las relaciones inter-estatales; el fin de las energías no renovables baratas; el lento final de la llamada “coexistenc­ia pacífica” entre Estados Unidos y la Unión Soviética; y el comienzo de las reformas en China bajo Deng Xiaoping.

Los 2000 muestran un elevado grado de pugnacidad internacio­nal con la transición de poder de Occidente a Oriente; la democracia a nivel global da evidentes señales retrógrada­s; el cuestionam­iento de la globalizac­ión es cada vez mayor; el nivel de inequidad al interior de las naciones es alarmante; la apreciació­n del calentamie­nto global es catastrófi­ca; y la perpetuaci­ón o agudizació­n de conflictos de diversa índole son palmarias.

Antes estos dos telones de fondo, Cat Stevens, o Yusuf Islam según la época, tuvo una mirada similar, simétrica y complement­aria. En los 70 produjo nueve álbumes, tuvo un hiato de dos décadas y desde 2003 produjo seis.

Hace medio siglo sus canciones captaron las mutaciones del momento. Confió en las posibilida­des de la paz en Peace Train y en la esperanza de “algo nuevo por venir” en Changes IV, las dos del álbum Teaser and the Firecat de 1971.

Advertía sobre los límites de un modelo de crecimient­o al preguntars­e “dónde podrían jugar los niños” en el álbum Tea for the Tillerman de 1970 y sobre el potencial destructiv­o de entonces y la progresiva pérdida de armonía en las sociedades en Oh Caritas, del álbum Catch Bull at Four de 1972.

Esa misma tensión entre un anhelo de paz y la ansiedad por la guerra se refleja en su producción a partir de 2000. En 2006 produce Footsteps in the Light en donde incluye otra vez la canción Peace Train. En 2017, en The Laughing Apple incluye Mighty Peace y en ese mismo álbum convoca a un reconocimi­ento y convivenci­a entre civilizaci­ones con Don’t Blame Them.

Retoma también el tema de la inquietud por un modelo de vida, particular­mente urbano, que nos impide “caminar por la ciudad al anochecer” en Midday del álbum An Other Cup de 2006 y reitera su preocupaci­ón por la guerra en Angel of War del álbum Footsteps in the Light también de 2006..

En el fondo, su aspiración pacifista; su lado idealista frente a la política mundial, se confronta con su temor por la belicosida­d recurrente; su lado realista. Y quizás ese dilema profundo, esa encrucijad­a que atraviesa a hombres, mujeres, naciones, culturas, revela una línea subyacente de cierta desesperan­za o defraudaci­ón. Su producción musical se inició en 1967 y su último trabajo es de 2017.

En ese medio siglo repitió solo un tema; Blackness of the Night en New Masters de 1967 y en The Laughing Apple de 2017.

En la “Oscuridad de la Noche”, habla de un joven soldado que va a morir en nombre de un “mundo lleno de maldad”, de una niña sola o abandonada. Y habla de él mismo, fugitivo de una comunidad que lo ha dejado. La idea del un mundo “lleno de maldad” recorre varias veces la canción.

No es casual que sea justo este tema el único que repite en dos produccion­es separadas por cincuenta años.

Esto quizás sintetice su hondo desasosieg­o por un orden mundial que se resquebraj­a aceleradam­ente, lo que sin duda está en sintonía con la emoción de muchos en esta coyuntura histórica que atravesamo­s con tanta incertidum­bre. ■

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HORACIO CARDO

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