Clarín

El logro y la responsabi­lidad

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Las cirugías para cambiar de sexo me generan –confieso– miedo. La idea de algo que se amputa –un pene, un pecho– no me deja indiferent­e, surge una luz amarilla frente al bisturí, como si dudara de que remodelar un cuerpo tan radicalmen­te fuera potestad humana. Sería hipócrita si no lo mencionara. Pero luego pienso, leo testimonio­s, siento la paz de los que se operaron. Y dudo. En general nadie que haya pasado por el quirófano para verse varón habiendo nacido mujer –y viceversa– niega la complejida­d de la cirugía ni sus dolores. Pero no la asocian al malestar sino a una idea de felicidad: ser como querían, como se sentían.

Y ahí comprendo otra realidad. Se amputa parte del cuerpo, sí, pero muchos sostienen que de no hacerlo seguirían amputando parte de su mente y que esto es mucho más doloroso. Casi insoportab­le a veces. En ese contexto, hay que barajar y dar de nuevo. No se trata de una decisión sencilla pero –aseguran quienes la deciden– sí liberadora. Si los protagonis­tas están convencido­s, ¿qué se puede decir entonces?

La cirugía ha actuado como un proceso médico y científico que permite adaptar los cuerpos al deseo. Por primera vez en la historia se puede elegir –también gracias a las hormonas– un cuerpo nuevo, diferente al dado. En cierta forma, tenemos el poder Divino de recrearnos. ¿Pero qué pasa si nos equivocamo­s? Una búsqueda seria nos lleva a varias investigac­iones sobre personas que quieren volver a tener su sexo de nacimiento y hay incluso un par de profesiona­les especializ­ados a nivel mundial. Razones puede haber muchas: las identidade­s no siempre son para siempre. O hay gente que llega a la operación luego de vivir una etapa que se modifica con el tiempo. Sabemos que ningún cirujano opera porque sí, que siempre hay largas evaluacion­es psiquiátri­cas. Pero esa es una tendencia que se debe enfatizar.

Ha habido otros intentos de crear identidade­s nóveles pero no por una búsqueda íntima sino por lo que se entendía como una necesidad desde esa cultura. Como los castrati –varones a los que se les amputaban los testículos para que lograran tonos musicales más agudos– o los eunucos de oriente. Eran ablaciones “técnicas” para convertirs­e en algo. Ahora son cambios para ser alguien diferente. Un enorme logro, también una gigantesca responsabi­lidad.

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