Clarín

De las olas y el viento, al ruido y el cemento

- alberamato@gmail.com Alberto Amato

En mi primera charla del año con mi perrita beagle, tuve que explicarte algunas cosas, Lola; cosas que ya conocés pero que siempre hay que repetirte porque sos tozuda y astuta. Primero, hube de hacerte bañar: después de tanto pisar arena, de revolcarte entre los restos que el mar abandona en las mañanas, de asolearte como un lagarto, perrita, que no lo sos, y de dormir a patita suelta, te habían dado un aspecto y una esencia de pirata con mal destino que ni te cuento.

En estas líneas, Lola, hablamos siempre de pasiones. La tuya es el mar. Es una pasión rara porque en realidad te espanta la embestida de las olas, el tronar de las aguas y la aspereza del aire cargado de sal. En eso te parecés a tu admirado Jorge Luis Borges: te legaron valor y no sos valiente. Sin embargo, siempre terminás rendida ante la magia de ese extraño horizonte en movimiento. Como te dije, el mar nos vuelve chicos; nos devuelve a una edad que olvidamos y pugnamos por recordar ya no tal como fue, sino como soñamos que fue.

Ese es tu vivo retrato de esta tarde, de regreso en la ciudad: tus ojos tienen la melancolía de no estar ya donde has estado y la de estar en cambio donde aún no estás del todo. En eso somos iguales humanos y perretes. Aquel horizonte en movimiento es hoy un cerco de edificios y cemento. El lenguaje nocturno de las olas trucó por sirenas y bocinas, la calma se hizo agitación. La paz ha terminado. A todo se acostumbra uno, Lola, en especial a la mal ventura. No es para que muevas tanto la cola, pero habrá otros soles y otro mar. Y no será el que auguraba tu admirado Borges, no te hagas la tonta. ■

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