El Peque sonríe en Buenos Aires
DIEGO SCHWARTZMAN Venció en un partido durísimo a Thiem, 8° del mundo, y juega la final a las 14 con Cecchinato.
Diego Schwartzman agita los brazos, mira a los costados, dibuja una sonrisa sin fin. Tal como el público que colmó el court Guillermo Vilas del Lawn Tennis de Palermo, acaba de soltar toda esa emoción contenida, la que debía aguantar porque en un punto estaba por perder ante Dominic Thiem y, al siguiente, parecía que lo ganaba.
En un juego con momentos de un nivel impropio para el 8° y el 19° del mundo, el argentino se lo llevó 2-6, 64 y 7-6 (7-5) de forma impensada para lo que se había visto de a ratos.
Schwartzman se metió en la final del ATP 250 de Buenos Aires, la quinta de su carrera, al superar al último campeón. Es el primer finalista local desde que en 2015 Juan Mónaco perdiera con Rafael Nadal. Y enfrente, desde las 14 de hoy, tendrá al italiano Marco Cecchinato, vencedor de Guido Pella por 6-4 y 6-2.
El Peque salió a jugarse un desafío mayúsculo. Su crecimiento sostenido en los últimos tres años lo llevó al puesto 11 del ranking el año pasado. Pero sólo había vencido tres veces en 22 partidos a los top ten. A su favor,esos tres éxitos llegaron a partir de agosto de 2017 y en los últimos nueve juegos. Había lugar para la ilusión: el primero había sido ante Thiem, en el Masters de Canadá, hace poco más de un año y medio.
La efervescencia mutó en frustración. El primer saque del Peque tuvo un rendimiento bajísimo y se convirtió en un blanco perfecto para la jerarquía de Thiem. La linda batalla de drives se daba casi en cuentagotas y el cierre del parcial fue (in)digno de lo que había ocurrido: tres dobles faltas al hilo de Schwartzman.
Las caras de las cerca de 4 mil personas eran de incredulidad pero también de desesperanza. Así como más de la mitad de los triunfos del argentino en el circuito (70 de 109) habían sido en sets corridos, apenas en 17 de 95 ocasiones había vencido tras arrancar set abajo. Aunque la cifra mejoraba sensiblemente (11-35) en polvo de ladrillo.
“En un momento me estaba comiendo una linda paliza -reconoció Schwartzman-. Y un poco no quería hacer papelones, por mí y por la gente, que había estado gritando como
loca. El saque fue uno de mis puntos débiles, pero sabía que no tenía que volverme loco. En algún momento, el tenis aparece; mientras tanto, hay que pelear y poner mucho huevo”.
Muchas veces con eso no basta, pero Thiem (¿cansado, con algún dejo de la infección que lo marginó de la Copa Davis y del ATP de Córdoba tras abandonar en el Abierto de Australia?) empezó a cometer errores y abrirle la puerta a la hazaña. Y el Peque pasó de un 45% a un 91% de puntos jugados con el primer saque y se llevó el segundo set por 6-4, tras cinco quiebres entre ambos.
El último set no dio respiro. Los “ssshhhh” precedían a los “¡ ooohhh!“de lamento, a los “¡ vamos! “con puño cerrado y a los aplausos más por el dramatismo que por la jerarquía.
Thiem jugaba un punto como el número 4 que supo ser y luego hilvanaba tres en los que parecía poco menos que un amateur. Schwartzman buscaba equivocarse lo menos posible, un poco porque su nivel no estaba todo lo alto que él aseguraría luego y otro porque veía que al austríaco el juego se le hacía cuesta arriba.
“Llegó un punto en el que, más allá de lo que estaba pasando, lo disfruté -reconoció Diego-, porque pensé que uno nunca sabe cuántas veces más va a jugar con la cancha así de llena”.
Y el tie break, casi un regalo luego de salvar un match point en el 12° juego, lo encontró ganador ante el tipo que nunca había perdido en Buenos Aires (dos presentaciones y dos títulos, más este camino a la semifinal).
Así logró un cuarto éxito ante un top ten: además de aquel triunfo ante Thiem, había vencido a Marin Cilic en el US Open de 2017 y a Kevin Anderson en Roland Garros 2018.
“Dije que le iba a sacar el invicto y se lo saqué. Ahora vamos a cortar la racha de los argentinos”, dice Schwartzman, ilusionado con ser el primer campeón local desde David Nalbandian en 2008. ■