Clarín

Un actor incomparab­le que dejó “su” Hitler en la memoria

Nacido en Suiza, su carrera quedará ligada para siempre a su inolvidabl­e creación en el filme “La caída”.

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Mala noticia para el mundo del arte: el actor suizo Bruno Ganz falleció este sábado, en Zurich, a los 77 años.

Los médicos le habían diagnostic­ado un cáncer intestinal en julio del año pasado, lo que le impidió hacer de narrador de la ópera de Mozart, La flauta mágica, en el último Festival de Salzburgo, donde fue reemplazad­o por Klaus Maria Brandauer.

Nacido en Zurich en 1941, hijo de un mecánico suizo y de una madre de origen italiano, Ganz estaba con- siderado como uno de los actores de lengua germana más importante­s de la posguerra, en teatro como en cine.

De gran trayectori­a, entre los papeles que interpretó se destacan el del ángel Damiel en Las alas del deseo, de Wim Wenders.

Su personaje espía Berlín antes de la reunificac­ión. La película ganó la Palma a la mejor dirección en el Festival de Cannes de 1987.

También, “tan explosivo como sombrío”, su personaje de Adolf Hitler en La caída le valió la consagraci­ón en 2004. Fue una de las primeras películas alemanas dedicadas al Führer. Los críticos de todo el mundo elogiaron su interpreta­ción en este filme nominado al Oscar como mejor película extranjera, que cuenta los últimos días del líder nazi al final de la Segunda Guerra Mundial.

“Me ayudó el hecho de no ser alemán, porque de esa manera pude poner mi pasaporte entre Hitler y yo”, declaró Ganz en 2005.

Además, contó que tuvo que “construir un muro o un telón de acero” en su mente para distanciar­se del dictador, con el que no quería pasar sus “noches en el hotel”.

En 1996 recibió el “Anillo de Iffland”, propiedad del Estado austríaco, una distinción concedida al “actor teatral de lengua germana más importante del momento” y por lo tanto digno de ser el sucesor del actor, dramaturgo y director teatral alemán August Wilhelm Iffland.

Antes de triunfar en la pantalla grande, Bruno Ganz, un autodidact­a que abandonó la escuela en la adolescenc­ia, trabajó de actor para teatros alemanes de prestigio.

Pese a los termores de sus familiares, para cumplir su sueño como artista se había trasladado en los años ‘60 a Alemania, donde trabajó como librero y chofer de ambulancia­s.

Se convirtió realmente en actor a mediados de los años ‘70. Y empezó a distinguir­se en películas como El amigo americano, en 1977, también dirigida por Wenders.

Tras el anuncio de su muerte, los homenajes se multiplica­ron.

La secretaria de Estado de Cultura alemana, Monika Grütters (CDU), calificó a Bruno Ganz de “ícono del teatro de habla germana” y de “maestro excepciona­l del arte dramático internacio­nal”.

“Nadie podía escapar al poder fascinante de su concepción de los roles. Es admirado en todo el mundo”, dijo en un comunicado.

Sobre La caída, la ministra estimó que se trataba de un “desafío de actor y uno de las numerosas obras maestras que hicieron de él uno de los mayores intérprete­s de habla germana en los escenarios del mundo”.

Al mismo tiempo, Dieter Kosslick, director del Festival de cine de Berlín, uno de los certámenes más prestigios­os de Europa junto con el de Cannes y el de Venecia, le rindió su homenaje.

“Tengo el presentimi­ento que nada le impedirá alcanzar ahora el cielo sobre Berlín”, concluyó. ■

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Unánime. Su composició­n de Hitler en “La caída” lo consagró definitiva­mente. En 1987, ya había brillado en “Las alas del deseo”, de Wim Wenders.

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