Tomemos en serio esto de las cervezas
Digámoslo: la cerveza artesanal ya no es más que cerveza. A la manera del chiste según el cual en Rusia la ensalada rusa es simplemente ensalada, algo así está pasando en Buenos Aires con la bebida de los emprendedores.
¿De qué hablamos cuando hablamos de artesanal?, diría Calamaro que diría Carver. Yo creo (y las definiciones me avalan pero prefiero evitar el recurso de citar diccionarios; ya hice bastante con el manoseado “de qué hablamos”) que de algo que se fabrica a mano, sin procedimientos industriales, basándose en fórmulas tradicionales. Y una cosa más: algo que no haga todo el mundo. Un especial de cocido y queso en pan francés, por caso, cumple todos aquellos otros requisitos y dudo que alguno de los cientos de bares que aún quedan en la Ciudad lo promocione en su carta como “artesanal”. Ni siquiera en Palermo.
La cerveza artesanal fue una curiosidad, algo que hacían unos pocos en ciertos lugares, de lo que se hablaba en clubes ad hoc y en notas de revistas que mostraban la novedad pa- ra que uno dijera “¡uia!”, eran placeres por los cuales había que hacer el esfuerzo de ir a un sitio determinado. Eso ya pasó. Ahora es más fácil encontrar una cervecería que un kiosco, son la respuesta instagramera al parripollo noventoso, hay mil marcas, están hasta en los supermercados confundiéndose con las de siempre. Se acabó el glamour y sólo queda la bebida. Dimos la vuelta entera a la rotonda y volvimos a los días en que tomar una cerveza no era más que eso. Perfecto.
Mientras tanto, los fabricantes de emociones nuevas ya estarán pergeñando otra cosa que no nos interesa, por ahora. ■