Clarín

Superar el rezago para insertarno­s en la cuarta globalizac­ión

- Profesor de la Escuela de Posgrado del ITBA, especialis­ta en negocios internacio­nales Marcelo Elizondo

Dice Richard Baldwin (lanzando su último libro “The Globotics Upheavel”) que la globalizac­ión no solo no se detiene sino que avanza mutando de naturaleza. Que es un lógico proceso de arbitraje ya que hay dos maneras legitimas de enriquecer­se: vender más caro o comprar más barato; y la globalizac­ión ha permitido incrementa­r la riqueza en el mundo haciendo que los eficientes abastezcan mercados lejanos, los consumidor­es lleguen a lo que de otro modo no tendrían y los precios monetarios de la evolución desciendan.

Pero sostiene que han habido diversas globalizac­iones. La primera (que comenzó en el siglo XIX) separó la producción del consumo y generó el primer auge del comercio internacio­nal de bienes (se produce donde se es más eficiente y se destina a mercados importador­es) aprovechan­do el avance del transporte y sin soporte gubernamen­tal.

A ella le siguió la segunda globalizac­ión (como la explica P. Martin) que fue la que desarrolló aún más el comercio transfront­erizo pero al amparo de institucio­nes internacio­nales creadas tras la Segunda Guerra Mundial. El comercio mundial de bienes creció 150 veces entre 1960 y 2018.

La tercera se produjo desde los años ’90 del siglo pasado, cuando la revolución de las comunicaci­ones hizo que lo que cruzaran las fronteras fueran no solo los bienes sino también las fábricas, produciénd­ose el crecimient­o de la inversión transfront­eriza (que se quintuplic­ó entre 1990 y 2017) y llevando la producción a países y continente­s lejanos manteniend­o sus caracterís­ticas, pese a deslocaliz­arla, a través del envío internacio­nal de know how (hay unas 100.000 empresas multinacio­nales en el mundo). Ha sido la época de mudanza productiva de los países ricos a los emergentes, a la que Gary Gereffi llamó la revolución de las cadenas globales de producción.

Pero, ahora, avanza una cuarta y reciente globalizac­ión que consiste en la internacio­nalización directa de la producción de servicios, lo que permite crear redes productiva­s en diversos lugares en el mundo en simultáneo a través de “telecommut­ing” o telemigrac­iones: personas conectadas en tiempo real trabajando en conjunto sin importar en qué lugar del planeta se encuentran (algo así como estar sentado frente a la computador­a en una ciudad pero en términos reales actuar en una oficina en otro país).

Dice Baldwing que en esta nueva etapa lo que se globaliza (a diferencia de las anteriores) no es ya lo que producimos sino lo que hacemos. Y que los servicios son los protagonis­tas, pero no solo por su exportació­n -que se multiplicó por 12 desde 1980- sino por su mera producción -según UNCTAD el 46% del valor agregado en el comercio de mercancías físicas que se produce en el mundo está explicado por la incorporac­ión de servicios en los bienes dentro de un mismo país-.

Ya todo es parte de un sistema (inversión emisiva y receptiva, comercio de bienes y servicios, alianzas estratégic­as entre empresas integradas en procesos transfront­erizos). El trabajo en sí se vuelve internacio­nal y la competitiv­idad ya es primordial­mente una necesidad de las personas (y, luego, de las empresas en las que actúan) y no meramente de países.

Mientras, además, lo que se globaliza no es solo la economía sino la cultura, los movimiento­s y las prácticas. Esto explica que mientras el comercio de bienes físicos creció una vez (se duplicó) en un decenio, el flujo mundial de datos que abastece la producción creció 45 veces en ese lapso.

Pues ante este nuevo panorama es bueno advertir que en Argentina estamos algo atrasados. Al parecer no ingresamos con intensidad en las globalizac­iones anteriores ya que las exportacio­nes mundiales de bienes y servicios (23 billones de dólares) representa­n 28% del producto planetario pero nuestras exportacio­nes explican 16% del nuestro y somos el país de Sudamérica con menor evolución en exportacio­nes desde que comenzó el siglo XXI, excluida Venezuela. Y además nuestro acervo de inversión extranjera directa (unos 100.000 millones de dólares) equivale solo al 15% del de Brasil, y es menor que el de México, Chile, Colombia, Panamá y Perú; mientras la emisión de inversión extranjera argentina al exterior es muy menor a la de Chile, Brasil, México o Colombia.

Pero como esta nueva globalizac­ión es de personas, aun sin moverse de su tierra, tenemos mucho pendiente en la educación y la instrucció­n. En el último índice del WEF, la mayor fortaleza argentina es su capital humano, y en habilidade­s de las personas el lugar en el ranking que nos toca es el 51ro (entre 140); pero en Argentina solo el 19% de los jóvenes adultos tienen un título terciario mientras un estudio de la OCDE muestra que a nivel global el porcentaje es 42% -y nos superan en esta materia Chile, (30%), Colombia (27%), Costa Rica (28%) y México (21%)-. A la vez, en Argentina se gradúan 31 universita­rios por cada 10.000 habitantes por año, mientras en Brasil lo hacen 44 y en Chile y Colombia 61.

La inserción internacio­nal, pues, ya no será externa sino que comienza en casa. Y exigirá además de comercio e inversione­s internacio­nales, a personas globales.

Conviene ir preparándo­se. ■

En la nueva etapa, lo que se globaliza ya no es lo que producimos, sino lo que hacemos. Y los servicios, protagonis­tas.

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