El pensamiento de mercado
Es difícil abstenerse de ese respiro que es la ironía y del alivio punzante del sarcasmo, cuando confrontamos con esa ruina de la inteligencia que son las esclavitudes blandas. Esos imperativos colectivos que ordenan cómo pensar, cómo hablar, qué decir, cómo amar, cómo comer y cómo vivir. “Hay que decir todo con e, o sin e, o ya no debemos dejar pasar primero a las damas, o hay ir a terapia orientalistas, o hay que deconstruir imperativamente todo lo construido y empezar todo de nuevo...”, como si todo lo construido fuera un error de la humanidad entera que nos ha precedido.
Hay un pensamiento de mercado que es el antipensamiento en realidad; una armazón de trucos fáciles, una consagración de la autoayuda que “resuelve” la inherente complejidad de la vida. El merchandising de la multiplicidad de trucos para sobrellevar la existencia vacía la libertad, propone un “despotismo democrático” donde todos eligen lo mismo, para continuar con esa tranquilidad de saber que no seremos rechazados por las mayorías, sino incluidos en el dominante ejército de los que hipotecaron el libre albedrío para comprar sin culpa las tonterías que se exhiben en las interminables vidrieras de las baratijas.