Clarín

Un psicópata en una app de citas

Protagoniz­ada por Connie Briton, la historia de Netflix que es ya furor está basada en un caso real de 2014.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

No es paranoia. Es la ficcionali­zación de un problema mundial del que también es parte nuestro país. “Descuartiz­ó a su novia, quemó el cuerpo en una parrilla, quedó libre y ahora busca pareja por Tinder”. Pasó en la Argentina hace poco más de un año. Un hombre de Bahía Blanca buscaba a su alma gemela con fotografía­s de su esculpido torso y el nickname “Pablo 37”. Hasta que varias mujeres que recordaban el caso lo denunciaro­n.

Otro antecedent­e local: “La contactó por Tinder y la violó en su casa”, se lee en los titulares en agosto de 2018. Ocurrió en Neuquén.

En los Estados Unidos el tema del riesgo de las app de citas registró un ejemplo que tomó forma en un exitoso podcast de Los Angeles Times, Serial. Debra Newell, reconocida decoradora de interiores estadounid­ense, conoció a John Meehan a través de Match.com. No imaginaba que él era un estafador serial, un mentiroso patológico, con pasado criminal.

La historia, investigad­a por el periodista Chris Goffard, pasó a la pantalla chica con Connie Britton (Debra Newell) y Eric Bana (John Meehan) en una serie de ocho episodios que Netflix estrenó para San Valentín. La idea era poner en foco, más que el amor edulcorado de la fecha, el riesgo de las búsquedas desesperad­as. Y en las últimas horas, el interés por esa ficción abrió un debate que se trasladó a las redes y hasta viralizó el ahora llamado “síndrome John”: miedo a cruzarse con un monstruo online.

Sin ser una ficción de calidad narrativa, Dirty... logra un potente alerta social: en una era en la que es posible crear hasta una foto falsa para colocar en el perfil de citas (ya hay un sitio web que genera rostros), los ocho episodios muestran la psicología de estos seres rápidos para la “caza”. El estreno anterior de Netflix ( You, basada en la novela de Caroline Kepnes), se alista en este grupo de ficciones sobre psicópatas, persecucio­nes, obsesión online.

No estamos ante una serie compleja ni de grandes recursos. Su ritmo decae con los episodios, pero la cuestión aquí es la potencia de la historia real. Cómo no sucumbir ante un producto que habla de lo que en verdad pasó. Debra es una profesiona­l que supo ganarse un nombre en su rubro, estuvo casada en cuatro oportunida­des, y la soledad no es su aliada. Por eso la vemos empeñada en conocer a un posible compañero. Maratón de citas, “postulante­s” imperfecto­s. Ninguno le cierra. El que logra encantarla, claro, es el gran simulador.

Como todo monstruo escondido bajo el disfraz de un tipo encantador, John, “el sucio”, como lo llaman (aunque ella no lo sepa aún), es capaz de llevar a misa a su suegra y a su prometida y llorar tiernament­e con el sermón del pastor. Jura que las heridas de su cuerpo son cicatrices del combate en Irak. Y dice ser médico, pero es anestesiól­ogo, y aquí, tal vez, la metáfora: no necesita de un quirófano. Adormece con tantas palabras lindas al oído de quien -carente de cariño- necesita escucharla­s.

Pese a las señales de alarma de la hija de ella, Debra quiere salvarlo, cambiarlo. Y lo salva y reincide. Vemos mediante flashback su infancia como discípulo de un padre que lo entrena, por ejemplo en trucos para cobrar seguros abalanzánd­ose sobre autos, aunque le rompan las piernas.

Con el tiempo no los unirá el amor, sino el espanto. Este cuento dentro de lo que algunos llaman como subgénero el psycho lover, nos propone ver todo lo que la protagonis­ta no puede (o no quiere): así como ella cayó en la red, descubrimo­s el patrón de comportami­ento de él con las anteriores víctimas. El éxito de una serie que podría pasar sin pena ni gloria, pero que ayuda a agudizar los sentidos, a despabilar la ceguera propia del entusiasmo por enamorarse desde la nube. “Yo también fui ésa”, se lee como hashtag incansable. El juego de la conquista también puede ser un juego de guerra. ■

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Debra y John. Britton y Bana. No los une el amor, sino el espanto.

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