Clarín

Hagler, el rey de los medianos al que sólo un argentino mandó a la lona

- MONTECARLO. Mariano Ryan mryan@clarin.com

-¿Qué recuerda de aquella pelea con Juan Domingo "Martillo"...?

-Le gané en el décimo, le gané en el décimo.

Marvin Hagler interrumpe la pregunta y sonríe. Pero no sonrió nada aquella noche del 30 de marzo de 1984 en el hotel Riviera de Las Vegas.

Juan Domingo Roldán, el hombre que había desafiado a uno de los mejores del mundo “libra por libra” de ese momento; el cordobés de Freyre hijo de un tambero, que se había enamorado del boxeo cuando de chico escuchaba por la radio las peleas de Nicolino Locche y de Oscar Bonavena; el que preparaba sus combates descargand­o toda la potencia de sus brazos hachando árboles, puso en jaque al estadounid­ense como nunca antes alguien lo había podido hacer.

En aquellos segundos iniciales del primer round del combate, un gancho de izquierda tremendo de Roldán apenas rozó la cabeza de Hagler, pero lo derribó porque estaba mal parado. Fue la única vez que uno de los mejores medianos de todos los tiempos tocó la lona.

El árbitro Tony Pérez comenzó la cuenta de protección para quien más tarde terminaría con un rival que apenas podía ver de un ojo (por un “dedazo” de Hagler) y con todos los sueños argentinos al ganarle por nocaut técnico en aquel... décimo round que hoy recuerda Hagler.

Con el inconfundi­ble bigote de sus años dorados -más pequeño, mucho menos oscuro- y con varias decenas de kilos más en su cuerpo, que ocultan en el pasado aquel físico imponente de 1,77 metro de altura que siempre osciló en la balanza entre los 72 y los 73 kilos, Hagler, a los 64 años, le vuelve a sonreír a Clarín en una pequeña charla de cinco minutos, en la previa de los Premios Laureus.

Al cabo, es miembro del panel de ex deportista­s que anualmente elige a los mejores del año. Y muestra una vez más su sonrisa después de escuchar la siguiente pregunta en la gala llevada a cabo en Montecarlo. -¿Quién hubiera ganado una hipotética pelea entre Marvin “Maravilla” Hagler y Carlos Monzón, dos de los mejores medianos de la historia del boxeo? -Es imposible saberlo. Los dos les ganamos a los mejores de nuestro tiempo. Monzón venció a boxeadores como (Nino) Benvenuti, (Emile) Griffith o (Rodrigo) Valdez y yo les gané a (Fulgencio) Obelmejías, (Roberto) Durán y (Tommy) Hearns, por ejemplo. Todos ellos fueron grandes adversario­s para nosotros. Carlos Monzón fue una leyenda de nuestro deporte, un gran héroe para el boxeo. De lo que le sucedió en su vida personal no opino.

-¿Qué hace al boxeo un deporte diferente?

-Por empezar, se trata de un deporte muy duro. Pero no me refiero a los golpes, sino a la preparació­n que se necesita para subir a un ring a pelear. El entrenamie­nto debe ser bien intenso y tomado muy seriamente si uno quiere llegar a ser campeón del mundo. Un futbolista, por ejemplo, puede jugar dos partidos en una semana. Nosotros necesitamo­s meses de recuperaci­ón entre una pelea y la siguiente. Mis 14 combates por el título del mundo los hice en siete años, por ejemplo.

Hagler se retiró después de perder la corona de los medianos del Consejo Mundial de Boxeo en abril de 1987 ante Sugar Ray Leonard, en el Caesars Palace de Las Vegas. Atrás había quedado una carrera asombrosa con peleas inolvidabl­es. Como esa misma frente a Leonard o aquella ante Hearns, a quien le ganó por nocaut técnico en el tercer round y que fue elegida la pelea del año de 1985.

-¿Ese fue su mejor combate?

-Fue muy bueno, de los mejores. Hearns era un enorme boxeador, pero yo me preparé muy bien para esa pelea y por eso terminó demasiado rápido con una serie de jabs que pude conectar.

-¿Por qué nunca le pidió la revancha a Leonard? Él le ganó por puntos en un fallo muy discutido después de una prolongada ausencia y en una categoría que no era la natural suya. -Quedé muy disgustado con los jueces porque no creo haber perdido esa noche. Y ahí mismo decidí dejar el boxeo.

Hagler era inteligent­e, valiente y también resultó un maestro de la defensa cuando fue necesario en su carrera. Era fuerte como una roca y su temple lo había empezado a formar cuando en el verano de 1967, con apenas 13 años, vio cómo 26 personas fallecían y su casa era arrasada por una serie de disturbios ocurridos en Newark, en el estado de Nueva Jersey.

La familia decidió mudarse a Brockton, Massachuse­tts, y allí fue donde aprendió a pulir su técnica en el gimnasio de los hermanos Petronelli en 1969.

A 50 años de aquellos tiempos, Hagler vive en Italia junto a Kay, su segunda esposa. Ya no piensa en boxeo. Quiere actuar. Y quiere participar de su quinta película.

“A pesar de que me gusta comentar boxeo para la televisión o hacer obras de caridad, quiero volver a sentir la posibilida­d de interpreta­r a una persona. Tiene sus atractivos. El cine no es real. Es falso, es una fantasía. Podés morirte en una película y volver a actuar en la siguiente. Lo vivo igual a como viví el boxeo”, asegura.

-¿Y qué dice su pareja? ¿Está de acuerdo?

-Ella estaría feliz si participar­a de una película de aventuras, aunque al final me quede con la chica, o si participo en una comedia. Pero no puedo hacer escenas de amor. Me lo tiene prohibido.

Ahora sí Marvin Hagler ya no sonríe. Se ríe con ganas, nomás. Con muchas ganas. Mostrando sus dientes blancos y haciendo más finito ese bigote tan inconfundi­ble como su estilo de campeón. ■

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REUTERS “Maravilla”. Marvin Hagler saluda en la entrega de los Premios Laureus. “Monzón y yo les ganamos a los mejores de nuestro tiempo”, dice.

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