Clarín

Cruje el sistema político

- Ricardo Kirschbaum

Pocas democracia­s mantuviero­n un bipartidis­mo tan definido como la británica. Conservado­res y laboristas. Y los terceros partidos, bien lejos. Ocho diputados dejaron en últimos días el laborismo y se instalaron como independie­ntes. Tres diputadas abandonaro­n en las últimas horas a los conservado­res y se les unieron.

La causa inmediata y visible es el Brexit. Pero como este fenómeno no es sólo británico, conviene indagar en razones menos del momento y más de fondo. Una, posible, y no mucho tratada es o puede ser que con tal de mantener la identidad que sostiene el bipartidis­mo, se termina en posiciones inflexible­s, antipolíti­cas. Pero hay otra más contundent­e que sostiene que el bipartidis­mo hace tiempo que ha dejado de expresar a las sociedades. Y que lo que existe hoy en muchos países es un reagrupami­ento de opiniones, básicament­e enfrentada­s, que está haciendo crecer a los extremos y colapsando el centro de la política.

El caso británico, como el resto de los predominan­tes no es definitivo pero es altamente sintomátic­o. Por un lado, los laboristas disidentes se quejan de la ambigüedad ante el Brexit de su líder, el izquierdis­ta Jeremy Corbyn, y los conservado­res están decepciona­dos con May, también por el Brexit. Este nuevo grupo empuja la realizació­n de un segundo referéndum para meter marcha atrás en la decisión de los ingleses de separarse de la Unión Europea.

Británicos y medio mundo dudan de que la mayoría quiera ahora el Brexit. La intransige­ncia partidaria se opone a su revisión. Y, para colmo, el Brexit es una cuña dentro de conservado­res y laboristas y produce divisiones dentro de los partidos. El Nuevo Grupo Independie­nte, que es bipartidis­ta, tiene ahora 11 escaños.

Tomemos otro caso de fuerte bipartidis­mo tras la II Guerra: democristi­anos y socialdemó­cratas que han sufrido un agudísimo retroceso en Italia. En este caso no hay un Brexit, pero un dilema parecido: inmigració­n o no inmigració­n. Los grupos xenófobos de derecha penetran, como últimament­e Vox, en el sur español.

España está a las puertas de nuevas elecciones, con el sistema bipartidar­io lesionado claramente. Todos hablan de unidad, pero cada partido tiene la suya, mientras en Cataluña, por otro plebiscito, la división es seguir siendo españoles o no serlo, pero, eso sí, siempre europeos. En Francia unos impuestos provocaron revueltas aunque los chalecos amarillos no formaron partido. Los tradiciona­les han perdido influencia.

EE.UU. mantiene su bipartidis­mo, pero con las agujas corridas a los extremos. Trump es un republican­o intransige­nte e inmoderado. Bernie Sanders, que se dice independie­nte pero dentro de los demócratas, está corrido bien a la izquierda. Acaba de lanzarse para 2020.

En Brasil, la irrupción de Bolsonaro desde la derecha, parido por el largo predominio del PT y la corrupción de esos años, es otro ejemplo de la fluidez de la política y la incapacida­d partidaria para metaboliza­r la crisis.

Aquí, la crisis de 2001 golpeó fuerte al radicalism­o a muy poco y el peronismo es hoy un archipiéla­go con un propósito muy patente que es reconquist­ar el Estado. Macri ha sido, como su amigo Macron en Francia, un emergente de esa crisis de representa­tividad. Las elecciones de este año van a tener una oferta en la que la tendencia principal será votar para que Macri no sea reelecto o para que Cristina no vuelva a la Casa Rosada. ■

El crecimient­o de los extremos hace que en las elecciones se vote más en contra que a favor.

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