Clarín

Estructura impositiva: de eso no se habla

- Javier Lindenboim

Los economista­s nos hemos ganado la fama de errar en los pronóstico­s y ser más prácticos al interpreta­r los hechos del pasado. Es una mochila difícil de sobrelleva­r cualquiera sea la opinión que se tenga sobre la fama adquirida.

Quizás por ese motivo la mirada hacia adelante es mejor que se exprese a través de una suerte de conjugació­n entre la experienci­a (que puede ser extraída del acontecer de las décadas recientes) y el futuro más o menos cercano.

La mera constataci­ón de los rasgos dominantes de la crisis actual (abrupto detenimien­to y/o caída en el nivel de actividad, duplicació­n del precio del dólar, estampida inflaciona­ria, empleo estancado o en declinació­n, disminució­n de la participac­ión salarial en el producto) no es suficiente para “diagnostic­ar” la situación y mucho menos para prever la evolución esperable.

Naturalmen­te, si se tratara “tan sólo” de retrotraer la economía al momento del cambio de gobierno en 2015 todo sería demasiado simple. Porque ello significar­ía que los indicadore­s a ese momento eran absolutame­nte promisorio­s y que el macrismo habría apuntado a desmontar los pilares de la bonanza.

Sabemos, sin embargo, que a fines de 2015 las inconsiste­ncias macroeconó­micas eran inmensas, las tensiones no resueltas abundaban, el mercado de trabajo había dejado hace tiempo de comportars­e de manera florecient­e, se había estancado la participac­ión laboral en el producto (en un alto nivel por cierto, como lo muestra el INDEC y corrobora la CEPAL), la inversión continuaba en declive, etc.

Atribuir todos los males económicos y sociales actuales (que no son pocos) a la acción del gobierno que culmina su gestión en menos de un año, sería reiterar las caracterís­ticas que nos acompañan como sociedad.

Una de ellas ha consistido en atribuir al pasado inmediato la razón y el origen de los males detectados en el funcionami­ento económico y social. Así ocurrió a la salida de la dictadura militar. También lo vivimos al recuperar el gobierno el peronismo en 1989 denostando al radicalism­o y en especial la impronta estatista con la que se lo asociaba. El neoliberal­ismo implantado en los noventa por ese gobierno fue sustituido, luego del breve interregno de la Alianza, por otra versión del peronismo que insistió con énfasis en adjudicar todos los males al neoliberal­ismo de los noventa.

Luego de poco más de una década asume Cambiemos el gobierno con la convicción de que lo que debe suprimirse es el funcionami­ento económico y social sintetizad­o en la expresión “populismo”.

Lo bueno de todos esos cambios ha sido, sin duda, que ocurrieron como consecuenc­ia de decisiones mayoritari­as de los argentinos que se volcaron a través de la disputa electoral. Lo que no ha tenido de virtuoso es el continuo intento de enfocar la atención en la foto y no en la película. De ese modo tienden a quedar postergado­s temas de naturaleza estructura­l.

Ilustremos con un ejemplo vinculado con la cuestión fiscal: la estructura impositiva. Por décadas hemos venido escuchando argumentos acerca de la necesidad de modificar la configurac­ión de la carga impositiva en búsqueda de una de naturaleza más equitativa.

Sin embargo hace un cuarto de siglo que se elevó el Impuesto al Valor Agregado al nivel del 21%, no desconocie­ndo que por ser indirecto es un típico impuesto regresivo pues carga por igual los consumos de los sectores populares como de los más empinados en la escala de los ingresos familiares.

Hace dos décadas, por ejemplo, el candidato que resultó triunfante –Fernando de la Rúa- sostenía que había cosas que no se tocarían (como la relación uno a uno con el dólar) pero que de triunfar se abocaría a la tarea de lograr una reforma impositiva progresist­a. Como es sabido, fuera de la resolución que quedó en la memoria colectiva como la “tablita de Machinea” nada se hizo al respecto.

Puede decirse que aquél gobierno no tuvo posibilida­d de ocuparse del tema por lo apremian- te del momento y la escasa duración de su gestión. Pero el siguiente gobierno electo pecó de lo mismo. En efecto, en la campaña electoral de 2003 Néstor Kirchner proponía también la disminució­n de la tasa del IVA, la transforma­ción del sistema impositivo para hacerlo más progresivo, etc.

Sin embargo, su gobierno y los de su sucesora más allá de la extensión temporal y del predominio político en las cámaras en la casi totalidad de sus gestiones no produjeron modificaci­ón en la dirección indicada (incluyendo el mantenimie­nto de la “tablita” durante gran parte de ese gobierno).

Aunque ya ha pasado una década, no puede omitirse que lo que se recuerda como la pugna por “la 125” no era en modo alguno parte de un programa de cambio fiscal sino una forma de cubrir el bache que ya estaba produciend­o el congelamie­nto de las tarifas de los servicios. Y para eso se acudía… a un impuesto indirecto.

Otro elemento que puede servir de ilustració­n es el referido al nivel y la intensidad de la inversión en el país. Es por demás conocido que la demanda laboral es función del nivel de la actividad económica y esta depende en gran medida en su propensión a ampliarse a través de la inversión. Sin embargo, un trazo grueso muestra que esa variable en relación con el PIB ha tendido sistemátic­amente a descender desde el gobierno de Alfonsín hasta el presente.

Se sabe que la baja tasa de inversión registrada durante el segundo mandato de Cristina Kirchner disminuyó aún más en el primer bienio del gobierno de Mauricio Macri.

De ese modo es escasament­e factible que recupere dinamismo el mercado de trabajo en el país.

Estos dos botones de muestra quizás sirvan para desterrar la pretensión de que las cuestiones propias de la macroecono­mía son de otro orden, pertenecen a otro ámbito, no interesan al ciudadano común y corriente.

No hay forma de estructura­r una economía sólida, creciente, inclusiva que no cuente en su haber el adecuado ordenamien­to de las variables macroeconó­micas. Es por eso que la inclusión o no de estas cuestiones en el debate político hacen parte de la pretensión de prever el devenir de la sociedad argentina. ¿Podremos evitar tropezar con la misma piedra? ■

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