Una tabla para clasificar los recuerdos
Su gran miedo siempre fue el de olvidarse de algo. Para evitarlo consumía carradas de antioxidantes, hacía palabras cruzadas y era un campeón con el Sudoku. Experimentaba con todo lo que le aconsejaban para tener la cabeza a punto. Pero igual, no estaba tranquilo.
Una vez escuchó a Facundo Manes asegurar que realmente no recordamos los hechos tal como sucedieron en el pasado sino el últi- mo recuerdo de esos hechos. La versión que pasó por nuestra memoria. Así fue que se propuso repasar recuerdos al azar, empezando por una punta e hilando uno tras otro hasta encontrar algo olvidado ¿Cómo se llamaba fulano? ¿En qué año pasó tal cosa? Eran las preguntas que surgían en su mente como un reproche y lo ponían obsesivo, inquieto hasta hallar la pieza faltante en su puzzle mental.
Al principio, el inventario mental de recuerdos le llevaba una o dos horas diarias. Pero a medida que el tiempo pasó y la cantidad de experiencias creció, la tarea se volvió más compleja, al punto de insumirle todas las ma- ñanas y comprometer noches de insomnio.
Abrumado por la cantidad de datos que debía conservar en su memoria, un día decidió que chequear fechas, protagonistas, lugares y episodios no era imprescindible, siempre habría dónde recabar esos datos. Lo importante, pensó, era reconocer el carácter que tuvo cada acontecimiento en su ánimo. Si algo le resultó agradable, hiriente, estimulante o decepcionante eran sensaciones que no debían cambiar. Así es que clasificó todos sus recuerdos entre agradables y desagradables y pudo dormir tranquilo. Eso sí, ya no sabe por qué hay cosas que le caen bien y otras que le caen mal.