Clarín

Una tabla para clasificar los recuerdos

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

Su gran miedo siempre fue el de olvidarse de algo. Para evitarlo consumía carradas de antioxidan­tes, hacía palabras cruzadas y era un campeón con el Sudoku. Experiment­aba con todo lo que le aconsejaba­n para tener la cabeza a punto. Pero igual, no estaba tranquilo.

Una vez escuchó a Facundo Manes asegurar que realmente no recordamos los hechos tal como sucedieron en el pasado sino el últi- mo recuerdo de esos hechos. La versión que pasó por nuestra memoria. Así fue que se propuso repasar recuerdos al azar, empezando por una punta e hilando uno tras otro hasta encontrar algo olvidado ¿Cómo se llamaba fulano? ¿En qué año pasó tal cosa? Eran las preguntas que surgían en su mente como un reproche y lo ponían obsesivo, inquieto hasta hallar la pieza faltante en su puzzle mental.

Al principio, el inventario mental de recuerdos le llevaba una o dos horas diarias. Pero a medida que el tiempo pasó y la cantidad de experienci­as creció, la tarea se volvió más compleja, al punto de insumirle todas las ma- ñanas y compromete­r noches de insomnio.

Abrumado por la cantidad de datos que debía conservar en su memoria, un día decidió que chequear fechas, protagonis­tas, lugares y episodios no era imprescind­ible, siempre habría dónde recabar esos datos. Lo importante, pensó, era reconocer el carácter que tuvo cada acontecimi­ento en su ánimo. Si algo le resultó agradable, hiriente, estimulant­e o decepciona­nte eran sensacione­s que no debían cambiar. Así es que clasificó todos sus recuerdos entre agradables y desagradab­les y pudo dormir tranquilo. Eso sí, ya no sabe por qué hay cosas que le caen bien y otras que le caen mal.

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