Clarín

La terminal de Retiro, oscura y peligrosa

La principal parada de ómnibus de la Ciudad parece abandonada. De noche no hay taxis ni colectivos. Y cuando ingresan los buses los asaltan y se roban las valijas.

- Gonzalo Sánchez gsanchez@clarin.com

Los pasajeros que parten o vuelven en micro sufren la insegurida­d. Hay bloqueos por las obras del Paseo del Bajo y escasa iluminació­n. La presencia policial es muy baja y los taxis evitan el lugar a causa de los robos, que incluyen a los micros.

A veces se escuchan historias y todo queda ahí. Y a veces se viven experienci­as que terminan certifican­do lo que muchos comentan. Una pesadilla al final del verano, justo cuando termina el tiempo sagrado y breve de las vacaciones. La terminal de micros de Retiro recibe por estos días a miles de argentinos que vuelven de centros turísticos de todo el país. Aún en el verano del boom de las Low Cost, muchísimas personas siguen eligiendo el micro como medio de transporte. Llegan 1.500 servicios diarios en temporada, que trasladan a miles de personas.

Por precio, por comodidad, porque es la única opción. El micro de larga distancia no se extinguió de la carta de variantes que baraja el argentino promedio antes de decidir dónde descansar. Lo que parece extinguido, lo que parece un agujero negro, es la terminal de Retiro. Fue fagocitada por la Villa 31, y si quedaba algún callejón de fuga en dirección al río o a Comodoro Py, ese conducto se vio también obstaculiz­ado por la megaobra del Paseo del Bajo. Es una trampa.

Madrugada del lunes, 1.30. El coche semicama provenient­e del Partido de la Costa trae de regreso a un puñado de pasajeros variados, entre ellos al cronista de Clarín. Hay familias con hijos, parejas, grupos de amigos, usuarios solos, personas que vienen con el tiempo del sosiego dibujado en la expresión. Atesoran los recuerdos de ese período que lograron concretar a pesar de lo caro que está todo. Sus rutinas los esperan para volver a meterlos en la realidad de cada día. No saben que el desembarco en esa realidad será, justamente, abrupto.

El micro atraviesa Costanera Sur, pega dos vueltas y gira para adentrarse en la oscuridad. Avanza por la calle Carlos Perette hasta llegar al cruce con Rodolfo Walsh. Es una “L” que se forma al final del recorrido, antes de entrar formalment­e en el playón de estacionam­iento. El tramo luce macabro. Se ven puestos de feriantes que parecen en estado de abandono y figuras que deambulan entre los árboles. No hay patrullero­s. Sólo personas aisladas que asoman desde los pasillos de la villa.

Días atrás el actor Juan Gil Navarro denunció que su sobrina había sido víctima de un robo al llegar a este mismo lugar. El micro estaba detenido en medio del tráfico. Apareció gente y comenzaron a barretear las bodegas de equipaje. Lograron abrirlas y huyeron con pertenenci­as de los pasajeros. “Les roban a todos”, le contestó por Twitter un usuario. “Son frecuentes, no hay empresa que se salve”, agregó uno más. La denuncia de Gil Navarro tiene alerta a este puñado de pasajeros con el que viaja Clarín. Todos quieren bajar rápido y salir de ahí sin estrés, pero nadie sabe cómo conseguirl­o.

Hace 20 años, cuando se esperaba un micro en la terminal de Retiro se podía ver una sucesión de árboles - álamos parecían- y más atrás los edificios porteños recortados. Siluetas de una ciudad que se insinuaba en el horizonte. Siluetas de una ciudad que ya no se ve.

Hoy, las casas del barrio Mugica parecen a punto de desplomars­e sobre la plataforma donde el Plusmar toca destino. La gente comienza a bajar y arranca otra odisea. ¿Cómo salir de un lugar que se ve oscuro? ¿Por dónde hacerlo? ¿Dónde tomar un taxi en un horario sin trenes ni subtes? ¿Conviene ir a las paradas de colectivo? Un cartel indica que bajando las escaleras se llega a las paradas de taxis. Pero al final de la escalera no hay taxis, sino silencio y abandono.

Chistan unos pibes. “Amigo, vení que te indico”, ofrecen. Huele mal. Hay que desandar el camino. Otra vez en el punto de llegada. Ya no se ven pasajeros. Todos desapareci­eron. La confitería está llena de gente. Son via-

jeros que están a punto de partir y que no quieren salir a los espacios comunes. Por allí desfilan más pibes desafiante­s. También borrachos que piden plata.

La única que queda es enfilar hacia la entrada principal, una rampa oscura, sin luces, donde más pibes fuman y relojean a los recién llegados. La mole de la terminal queda atrás. Pero la sensación de estar a salvo sigue ausente. Hay dos taxis esperando pasajeros y una mujer con un chaleco amarillo que ofrece subir. Antes pregunta a dónde va. Se le comunica el destino y ella se lo comen- ta a un hombre que está cerca. “Barracas”, le dice. “No, decile que no”, responde el chofer. La mafia de los taxis en plena operación. Deciden a quién llevan y a quién no. “Le paro un taxi, jefe, espere”, dice la mujer.

Dan ganas de huir. Decisión tomada. La villa se asoma en la esquina de la terminal del tren San Martín y desde adentro vuelven a gritarle al recién llegado, que tiene la sensación de novato en la gran urbe. No hay policías. No hay seguridad. Hay gente debajo de la luz de las paradas de colectivo, como no queriendo salir de ahí. Es una Buenos Aires que no se ve, de desamparad­os y evadidos. Otro taxi parado a la marchanta. “No flaco, voy para el otro lado”.

La caminata sigue, a paso intenso. Pibes fumando paco pasan como zombies. Aún en Libertador, que parece ser un oasis de luz, lo inquietant­e no cede.

Una bandita baja la barranca de la Plaza San Martín y por suerte encaran para otro lado. Los sin techo se preparan para dormir, en una noche de calor, sobre una vereda sucia. Al fin un taxi se detiene. “El peor lugar para estar. Madrugada del lunes, madrugada sin policías, pibe -dice el conocedor de la noche-, algún día les tienen que dar franco a los canas y esto entonces es una zona liberada”. La misma zona que recibe a los veraneante­s, justo cuando terminan el tiempo feliz de las vacaciones, y que en cuanto bajan del micro y pisan la ciudad de la furia no tienen idea de qué hacer. ■

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GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI Temor en la madrugada. Los pasajeros de los micros sufren los robos en Retiro.
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FOTOS: GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI Zona muerta. De noche, en la terminal no hay policías ni buena iluminació­n. Tampoco pasan los transporte­s y es peligroso esperar en la calle.
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Deterioro. Hace años que no se invierte para mejorar la terminal.

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