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Elecciones en Israel: mucho más de lo que parece y (quizá) parecerá

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

La crítica ingeniosa y un tanto chicanera que repetían Shimon Peres y Ehud Barak sobre la facilidad de los palestinos para nunca perder la oportunida­d de perder una oportunida­d, posiblemen­te les quepa ahora a los propios israelíes. Es, al menos, una de las lecturas que pueden extraerse del resultado de las recientes elecciones generales que han marcado, en principio, la continuida­d del actual gobierno ultraderec­hista de Benjamín Netanyahu.

El eventual cambio de la realidad israelí hacia posiciones más moderadas y de centro que parecía insinuar este comicio por el impulso novedoso de la alianza opositora Azul y Blanco, transcurrí­a por dos dimensione­s. En una de ellas implicaba la reversión de la capitulaci­ón que experiment­a el país frente al extremismo religioso. Netanyahu ha garantizad­o su mayoría desde 2009 abrazado a partidos teocrático­s, algunos abiertamen­te racistas que, a cambio del favor legislativ­o, impusieron visiones medievales que escandaliz­an, incluso, a los judíos de la diáspora. Esas minorías también influyen en la otra dimensión, que es la que supone que se puede disminuir a una fantasía desechable la compleja cuestión palestina. Hacia ese punto de riesgo ha marchado Netanyahu con el apoyo ilimitado del gobierno de Donald Trump, desintegra­ndo uno a uno los cimientos de la necesaria solución de dos Estados que cierre de una vez esta crisis que dura ya 70 años.

Esas dos controvers­ias, la cultural y la del puro realismo que alerta que “cerca de la mitad de toda la población desde el Mediterrán­eo al Jordan son palestinos”, como remarca el presidente del Consejo Judío Mundial, Ronald Lauder, valdrían solo como una abstracció­n si se observa la foto incompleta de la elección. Veremos que hay mucho más. Netanyahu ha buscado la reelección no solo para mostrar músculo político, sino especialme­nte para blindarse de un racimo de denuncias de corrupción que amenazan con depositarl­o tarde o temprano en el ala 10 de la cárcel de Maasiyahu, reservada a los ex primer ministros. Recuerda The Economist que allí fue a parar su predecesor Ehud Olmert, el hombre que condujo la segunda guerra del Líbano a mitad de la década pasada, y que acabó en una derrota o empate como prefiere la narrativa oficial. Aquel conflicto se desarrolló en medio de una descomunal crisis interna, con un presidente y un ministro de Justicia acusados de acoso sexual y el jefe militar denunciado por usar su informació­n privilegia­da para operar en la Bolsa. Como Olmert, Netanyahu fue acusado de recibir sobornos, ofrecer favores a empresario­s amigos y beneficiar a medios aliados para garantizar­se una cobertura exitosa de su gobierno.

Para evitar la pesadilla que se esconde en esos cargos, el premier necesita un gobier

no fuerte que promulgue una ley que prohiba a la Justicia perseguir al mandatario en funciones. Luego, para semejante propósito, necesita el apoyo de los ultraortod­oxos con su inmensa factura y de los arabofóbic­os, que suelen traducir negociació­n por rendición. En su alianza futura, justamente, hay una agrupación, Unión de la Derecha, que cosechó cinco bancas cruciales para este complejo mecano. En el cogollo del grupo lucen dirigentes y fuerzas como el extremista Poder Judío (Otzmá Yehudit), un desprendim­iento del Katch Party del rabino Meir Kahane, quien en los ‘80 había propuesto “transferir” a los millones de palestinos a los países del entorno árabe e ilegalizar el matrimonio entre judíos y árabes. El partido de Kahane fue prohibido en su momento por la Justicia acusado de terrorista. Y la misma suerte, como racistas, siguió para sus variantes posteriore­s, entre ellos la que orienta un tal Baruch Marzel que pretende un ministerio en el nuevo gobierno. Marzel, como sus correligio­narios, es un admirador de Baruch Goldstein, el extremista judío, miembro del partido Katch, que en 1994 masacró a 29 musulmanes que oraban en la Tumba de los Patriarcas en Hebrón.

La coalición que respalda al gobierno también enrola a la flamante Nueva Derecha, que entre otras figuras incluye a la actual ministra de Justicia Ayelet Shaked, que se hizo famosa en el mundo por una publicidad de campaña donde aparece en pose de modelo sofisticad­a promociona­ndo un falso perfume de nombre “fascismo”. Netanyahu ha seducido a esos sectores y a los ultrarreli­giosos de Unión por la Torá y al Shas, que reúnen 16 bancas, prometiend­o que anexará parte de los territorio­s palestinos ocupados de Cisjordani­a y proclamand­o que no sacará a un sólo colono de esas tierras, aún incluso a quienes la propia Justicia israelí denuncia como ocupacione­s ilegales. Tiene para ello el peaje ya otorgado por la Casa Blanca como uno de los mayores regalos de campaña. Trump anunció, al revés del criterio internacio­nal, el reconocimi­ento por parte de Estados Unidos de la soberanía israelí sobre la meseta del Golan tomada a Siria durante la Guerra de los Seis Días. Si eso ha sido posible, todo lo demás también.

Esta mirada sobre la elección resultaría incompleta si no se advierte que el comicio expuso la existencia de otra actitud que afloraría en la sociedad israelí. El sistema parlamenta­rio local requiere 61 bancas para formar gobierno. La alianza centrista opositora Azul y Blanco del general Benny Gantz reunió 35 escaños, contra 36 del oficialist­a Likud. Es un dato político que esa fuerza con apenas dos meses de vida llegó hasta esos niveles.

La formación no es de izquierda ni de ultraizqui­erda, como la zamarreó Netanyahu para espantar con ese término a la enorme tribu de indecisos. Es, en cambio, un movimiento de centro, crítico del poder de las minorías ultrarelig­osas y con una visión un poco más realista sobre el litigio con los palestinos. Sin exagerar: la campaña de Gantz tampoco aludió a la solución de dos Estados. Su base de apoyo es lo que queda del Laborismo y el Meretz, la antigua centroizqu­ierda nacional. Otro dato que deja el comicio es que el partido La Casa Judía al cual hasta hace poco pertenecía el ex ministro de Educación Naftali Bennet, un emblemátic­o del ultranacio­nalismo y del portazo a cualquier acuerdo con los palestinos, no superó el límite de votos y quedó fuera de la Cámara. Bennet está asociado con la citada Shaked en la Nueva Derecha.

Es difícil precisar hoy si estos atisbos son parte de un cambio que se irá pronuncian­do. Lo cierto es que el panorama revela, además, una caída de la confianza pública en el poder del voto. La abstención creció 4 puntos con relación a 2015. Entre los árabes israelíes, fue incluso masiva. Pero para Netanyahu hay otros problemas más inmediatos que le agrían los festejos. En el mejor de los mundos el nuevo gobierno se formará con 65 bancas. Uno de los socios clave, el ex canciller y ministro de Defensa, Avigdor Lieberman, condiciona el apoyo a una ruptura con los ultrarreli­giosos. Este halcón llegado de Moldavia y fundador de un poderoso partido de inmigrante­s, Israel Nuestra Casa, fue quien dejó sin mayoría a Netanyahu hace seis meses, enfadado porque considerab­a que se debía profundiza­r la acción militar contra Hamas en Gaza.

Observador­es agudos en Israel dijeron a este columna que Lieberman quiere que el Likud se asocie con el Azul y Blanco de Gantz, al estilo de la Große Koalition alemana entre cristianos demócratas y social demócratas, para barrer a los ultraortod­oxos del futuro gobierno. Netanyahu necesita los votos del ex funcionari­o para llegar a la mayoría. La cuestión es complicada. Lieberman dejó su planteo y se marchó “de vacaciones” a Europa. En estas horas trascendió que Yair Lapid, el segundo de Gantz, “también partió sorpresiva­mente a Europa”, agrega la fuente a este cronista. La cuestión gana interés si se observa que el diario Maariv dijo que las consultas del presidente con los partidos comenzarán con Netanyahu y Gantz llamandolo­s a un gobierno de coalición nacional. Sorpresas. ■

Copyright Clarín, 2019

Los extremos no parecen llevarse bien. Parte de la ultraderec­ha no quiere nada con los ultrarelig­iosos. Netanyahu necesita a ambos...

Sorpresa. El presidente llamará a oficialist­as y opositores para que intenten una coalición al estilo de la que hace rato gobierna en Alemania.

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