Clarín

Peripecias de un turista en París un sábado, sorprendid­o por las protestas

Chalecos amarillos. Son días de sirenas, confusión y vallas que impiden el paso a museos y monumentos.

- Impresione­s Marina Artusa Martusa@clarin.com PARIS.

París nunca decepciona. Excepto si uno aterriza por primera vez para pasar un solo día aquí, con la poca fortuna de que ese único día sea un sábado.

Porque, desde hace 22 semanas, los sábados parisinos son días poco amables para el visitante voraz por empacharse de Louvre, torre Eiffel, Arco del Triunfo y Notre Dame.

Son días de sirenas, confusión, subtes que no paran en todas las estaciones, vallas que impiden acercarse a los monumentos de las postales y policías armados como para la batalla final de Fortnite.

Sucede desde mediados de noviembre de 2018, cuando un aumento en el impuesto a los combustibl­es decretado por el gobierno de Emmanuel Macron convirtió el fastidio de la gente en furia y luego en movimiento organizado a través de las redes sociales: de a miles y sin un líder visible, hombres y mujeres se calzaron el chaleco amarillo reglamenta­rio que todo conductor debe llevar en el baúl del auto para usar en caso de emergencia y cortaron las rutas.

Aquel primer día de protesta, el 17 de noviembre del año pasado, unas 280 mil personas salieron a manifestar contra ese aumento que finalmente el gobierno de Macron decidió no poner en marcha. Para calmar los ánimos, el presidente francés anunció además un aumento en el salario mínimo. Pero no logró sedar el descontent­o y convirtió a la protesta de los chalecos amarillos en una letanía que, sábado tras sábado, reclama a gritos la renuncia de Macron.

Por todo esto llegar a París un sábado es hacer pie en una ciudad refinada, atravesada mano y contramano por monopatine­s eléctricos, y blindada por carros de la policía y de la Gendarmerí­a que inquietan.

La tensión se comienza a sentir después del almuerzo, mientras en las brasserie de mesitas redondas donde el público mira siempre hacia el espectácul­o callejero de ver pasar la vida, los comensales van por el café. Es el horario en el que cada sábado los “chalecos amarillos” inician su marcha desde distintos puntos de la ciudad.

A esa hora, la Place de la Concorde, esa plaza elegante y amplia del siglo XVIII construida en honor a Luis XV, es un páramo. A los lejos, la torre Eiffel también destila una desolación poco habitual para un sábado de primavera.

Una combi policial bloquea el acceso a la Concorde desde la Rue de Rivoli que, bordeando el Jardín de las Tullerías, se vuelve peatonal. En un español esforzado, el oficial de turno hace añicos la selfie con el obelisco de la Concorde que una familia centroamer­icana pensaba hacerse: “No se puede pasar. Lo lamento. Hablo español porque mi novia es colombiana”, justifica su don de lenguas el joven oficial.

Una pareja, de la mano, recorre a los besos una Champs Élysées zurcida, hasta el Arco del Triunfo, por carros policiales enfilados sobre la línea que separa la mano de ida de la de vuelta. Ella, algo incómoda por la militariza­ción de la avenida que vivió su tiempo de gloria durante la Belle Epoque, retrata con el celular las vidrieras destrozada­s que aún quedan de la manifestac­ión de mediados de marzo, la más violenta que hubo hasta ahora en el centro de París. El, con el celular también en alto, fotografía la fachada de algunos negocios y restaurant­es como Fouquet’s o Al Jazeera Perfumes, tapiados con rejas de metal y cerrados como si nunca más pensaran abrir sus puertas. Aunque es sólo por hoy.

Por aquí circuló la primera línea de metro de París que este sábado tiene casi todas sus estaciones cerradas: Tuileries, Concorde y Champs-Elysées Clemenceau, entre otras.

Las protestas de los sábados impactan, y cómo, en el turismo, que en diciembre vio descender las reservas entre un 30 y un 35 por ciento, según las últimas estimacion­es.

“Les recomendam­os a los visitantes que, si pueden, no hagan el recorrido los sábados”, dice el empleado de uno de los bus turísticos que pasean gente por París.

“A distintos horarios, hay tramos cerrados. Y aunque los gendarmes dicen que en diez minutos liberan la circulació­n, nuestros micros están parados hasta 40 minutos con las personas abordo, que van perdiendo la paciencia”, agrega.

El turista de sábado en París tiene tres opciones: conformars­e con llevarse una postal incompleta de la ciudad, perder la paciencia o morirse de susto. Si no, que lo cuenten los visitantes que el sábado 5 de enero estaban recorriend­o el Museo d'Orsay o tomando algo en el emblemátic­o Café de Flore, sobre el Boulevard Saint-Germain, cuando el enojo de los chalecos amarillos quemó autos mientras la policía respondía con gases lacrimógen­os y carros hidrantes.

“Son tiempos un poco convulsion­ados aquí. Les voy a pedir, por favor, que no salgan del hotel sin sus pasaportes. Puede haber controles policiales”, les explica a un grupo de turistas de California una guía francesa.

Hay que mostrar bolsos y mochilas para ingresar a las Galerías Lafayette, y la torre Eiffel, el Louvre, el museo d’Orsay y la Opera estuvieron, en diciembre, algunos sábados cerrados. Hasta el campeonato de fútbol francés se suspendió y reprogramó cinco de sus fechas.

Sobre la Champs Élysées, una galería ostenta una pantalla gigante con el noticiero que va siguiendo la protesta de los chalecos amarillos. La tele dice que este sábado son tres mil y que llegarán hasta La Defensa. Que llevan una pancarta que reza “Los chalecos amarillos no son terrorista­s sino ciudadanos agotados”. Y que, a su paso, van invitando a los turistas para que se sumen a la marcha. ■

Las protestas de los sábados impactan fuerte en el turismo, que en diciembre vio descender las reservas entre un 30 y un 35 por ciento.

 ?? AP ?? Humo. Un grupo de “chalecos amarillos” protesta frente al Arco del Triunfo, durante una de las marchas contra Macron en marzo.
AP Humo. Un grupo de “chalecos amarillos” protesta frente al Arco del Triunfo, durante una de las marchas contra Macron en marzo.

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