Clarín

Que el mundo entero aplauda a los maestros

- Agustín Porres Director de Fundación Varkey Argentina

Hace unos meses en Nakuru, Kenia, los aldeanos alzaron en andas a Peter Tabichi, mientras una ola humana iba bailando y cantando detrás de él. Ese hombre había sido elegido entre los 50 mejores maestros del mundo.

Peter enseña en una escuela secundaria en una zona rural y confía en que, más allá de las duras historias, todos sus alumnos pueden aprender. Tiene 36 años y además de ser maestro, es fraile Franciscan­o. Tabichi cree que hay que enseñar a relacionar los saberes con la vida misma. Por esa razón, muchos fines de semana atraviesa en moto los caminos polvorient­os de Nakuru y junto a otros maestros acompaña a las familias a cultivar la tierra con nuevos métodos.

Pero no está sólo en sus tareas, no es un héroe solitario, ha conseguido ganarse el apoyo de los chicos, de su director y de su comunidad, y ha definido la colaboraci­ón como punto central en su trabajo diario.

Para él la calidad del proceso educativo está vinculada con el tipo de relaciones que tienen las personas, por esa razón ha trabajado en pro

mover la paz en una tierra donde años atrás la tensión tribal estalló en una masacre. Y no sólo eso: uno de sus desafíos fue persuadir a esas comunidade­s para que reconozcan el valor de la educación, visitando a las familias cuyos niños corren el riesgo de abandonar la escuela. Peter sabe que la educación no es un problema más, sino que es la solución a esos problemas.

Hace unos meses Peter Tabichi no estaba convencido de si tendría sentido completar el formulario de postulació­n al premio que entrega Fundación Varkey. Finalmente lo hizo y fue elegido como el mejor maestro del mundo entre postulante­s de 179 países. Al premio lo entregó en Dubai el actor Hugh Jackman, quien destacó las caracterís­ticas de cada uno de los 10 finalistas, entre los que se encontraba el maestro argentino Martín Salvetti, de la localidad de Temperley, y la brasileña Débora Garofalo.

Unos minutos después del anuncio, el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, afirmó que la de Tabichi “es la historia de África y la esperanza para las generacion­es futuras de ese continente”. Sin embargo, yo diría más: es la esperanza de la humanidad, porque el maestro, en definitiva, es el eje central en el desarrollo de cualquier sociedad. No difiere si es en África, Europa, América o en cualquier rincón del planeta.

Millones de argentinos también queremos aplaudir a nuestros docentes, celebrarlo­s, y esta historia nos interpela, nos vuelve a gritar que tenemos que seguir acompañánd­olos.

Si nos detenemos en la historia de la palabra “celebrar” veremos que, en su origen, celeber, refería a lo concurrido, frecuentad­o, numeroso. Y que su antónimo, desertus, designaba lo desierto, abandonado. Queremos aprender a celebrar mundialmen­te como lo hicieron en aquella aldea y decidir nosotros mismos a quién queremos aplaudir cómo sociedad.

Peter, Martín, Deborah y tantos otros inspiran esperanzas en mundos complejos pero posibles. Nos recuerdan que miles de maestros y maestras, hoy mismo, están trabajando en equipo y transforma­ndo el mundo de sus alumnos y de sus comunidade­s, ofreciendo sentidos y motivacion­es, encendiend­o de manera innovadora el deseo de aprender.

Y nos repiten, una y otra vez, que la transforma­ción educativa es posible y puede cambiar todo destino. ■

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