Los chicos que eligen ser vegetarianos, un nuevo desafío para padres y médicos
Pediatras y nutricionistas explican que para estos nenes es imprescindible diseñar un plan alimentario, y controlarlos mucho más que a los que consumen de todo.
“Yo te respondo para la nota, pero en nombre mío. No puedo hablar por la institución”. La frase fue dicha por algunos interlocutores de la salud para este informe sobre vegetarianismo en chicos. Como si el tema fuera una papa caliente, algunos médicos (previo “Te lo digo, pero no es para que lo pongas en la nota”) oscilaron entre relatar los casos de chicos con déficits nutricionales severos, culpa de seguir “malamente” dietas sin productos de origen animal, y admitir que estas dietas pueden traer importantes beneficios para la salud. Nadie quiere ser malinterpretado ni mostrarse extremista. Los grises son muchos. Los límites, finitos.
Todo comienza más o menos así: “Che, ma, no quiero comer más carne”. Algunos lo decidieron a los 5 años, otros a los 8. Otros, pasados los 10 años o en plena adolescencia. ¿Es un efecto de los tiempos eco-friendly, o sea, por la mayor concientización del cuidado ambiental? ¿Y qué hacen los médicos frente a esto?
Los testimonios recabados vinieron de adultos que aceptaron el deseo del chico aunque ellos mismos no eran vegetarianos o veganos (es decir, el vegetarianismo más extremo, que además de carne no acepta lácteos o huevo).
Le pasó a Julio con su hija Martina, de 11 años, que un día vino con eso de que, en adelante, sólo comería pescado de las proteínas animales. Le pasó a Ana, mamá de Miguel, quien a los 7 años, tras presenciar con el estómago revuelto un colectivo de medias reses colgando de un camión frigorífico (“¿Son humanos, ma?”), le informó que no comería más animales. Le pasó a Daniela. “¡Encima soy pediatra!”, contó. Su hijo Camilo, luego de ver un pez muerto en la playa, se sumó al conjunto de chicos vegetarianos. Tenía 5 años.
A estas familias se les impuso un recorrido similar: consultar al pediatra, que derivó a un nutricionista, quien su vez indicó qué comer y cómo. Por fin, la revolución domésticoculinaria para convertir milanesas, albóndigas y churrascos en formatos alternativos a base de porotos, lentejas, mijo, quinoa, trigo y así.
La sensación de que más chicos eligen ser vegetarianos y que sus padres les habilitan la decisión no tiene sustento estadístico. Pero está en el aire y los médicos lo comparten.
Por ejemplo, Esteban Carmuega, director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI): “No tenemos cifras en Argentina. Algunas de Estados Unidos y la Unión Europea indican que del 1% al 2% de la población sería vegetariana. Es una tendencia en crecimiento”.
Otra experta, Patricia Jáuregui, pediatra especialista en nutrición, prosecretaria del Comité de Deporte de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) y miembro de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN), señaló que la proporción internacional es 5% de población vegetariana y 1% de vegana: “Bueno... es lo que declaran. Hay que ver si cumplen la dieta”.
Adriana Roussos, miembro de la SAP y especialista en nutrición del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, dio su visión (por fuera de las instituciones donde trabaja, remarcó): “En un cierto sector hay cada vez más consultas y a menor edad”.
¿Es lo mismo ser vegetariano que no serlo? “No, no es igual. El seguimiento clínico del paciente pediátrico tiene que ser mucho más cercano que en los otros casos”, afirmó, con dureza, Carmuega.
Roussos opinó igual: “Yo acompaño a estos pacientes siempre y cuando entiendan que tienen que someterse a controles clínicos y de laboratorio, y que puede ser necesario suplementar nutrientes, sobre todo en la etapa de crecimiento. En casos muy extremos, cuando no aceptan la suplementación, lamentablemente no los puedo acompañar”.
Y si el paciente fuera obediente y siguiera la dieta según la indicación médica, ¿sería lo mismo? “Entonces sí. Bien manejada la alimentación y suplementación, a nivel salud podría ser lo mismo ser vegetariano que no serlo”, admitió Carmuega.
El tema, sin embargo, parece tabú. Desde la cartera de Salud de Nación confirmaron a Clarín que no hay guías alimentarias enfocadas en estos casos. Se entiende: el drama nacional de la desnutrición está siendo penosamente desplazado por la “malnutrición”, cualidad que puso a la Argentina en el peor puesto regional, con uno de cada seis chicos sufriendo obesidad o sobrepeso.
Y aunque en la SAP estén elaboran
do un documento institucional sobre vegetarianismo (aseguró una fuente del sector), los organismos consultados evitaron expedirse formalmente. Nadie quiere mostrarse antipático ante una tendencia que crece y se vincula, en el buen sentido, a una impronta naturista y saludable. Tampoco hablar del vegetarianismo en términos de “el bien y el mal”. Por ahora, un poco incómodos, los médicos toman recaudos para no exponer la salud infantil.
Ojo, a veces los incómodos son los chicos, según contó otra mamá: “Sofía estaba en quinto grado cuando en una parrilla dijo ‘Pobre vaquita’, y nunca más comió carne. De eso pasaron cinco años. Hace poco se pidió una tortilla de papas en el colegio, y le vino con jamón. Entonces me contó: ‘Le dije a la señora del bar que era judía ortodoxa. Si le decía que soy vegetariana no me llevaba el apunte’”.
Jáuregui contó que “los pacientes llegan con esta inquietud. El problema es que muchos pediatras tratan de convencerlos de que no hagan estas dietas, lo que tiene un efecto contraproducente porque la gente simplemente se retira del consultorio”.
Según la médica, “es posible lograr una alimentación completa, bueno… no completa porque no tiene las proteínas de origen animal, pero sí equi
librada y saludable. Hay que trabajar mucho con la familia y mucho en la cocina para que la alimentación, sobre todo la vegana, sea adecuada a un niño que está creciendo”. Sería un error plantear equivalencias para reemplazar comidas puntuales, coincidieron los expertos. Las variables en juego son muchas: la edad de la persona, su estado de salud, capacidad de absorción de nutrientes. El nutricionista, en cambio, diseñará un plan personalizado, con vegetales y frutas, legumbres con distintos tratamientos y grado de cocción, y huevos y lácteos (si la persona no es vegana).
La clave de una buena nutrición sin productos de origen animal -explicó Jáuregui- está tanto en el “qué” como en las combinaciones, que ayudan a la absorción de los nutrientes.
“Lo complicado es no caer en el vegetarianismo de pizza o pasta -dice el papá de Martina, la nena que sólo quiere comer pescado-. Al principio fue complicado porque cuando querés resolver rápido, tipo tirar una pechuga de pollo o churrasco en la plancha, no es un plan de comida para ella. Pero más o menos nos arreglamos con las hamburguesas de lentejas y en lugar de milanesa, compro filet. Y si hago asado, ponemos unas verduras en la parrilla”.
Carmuega insistió en recordar que “el ser humano nace como animal no vegetariano. El primer alimento que ingiere es leche de un mamífero. Los beneficios de la lactancia para el niño y la madre son indiscutidos”.
Jáuregui atiende lactantes cuyos padres decidieron no administrarles leche de vaca: “Opto por informar y acompañar al paciente, y que me si
gan trayendo el bebé para ver si crece bien. Ahora, si los padres no cumplen las pautas, les informo que no soy la profesional que necesitan”. Porque, dijo, “una leche de almendras case
ra no tiene vitaminas adicionadas, y aunque para un adulto pueda funcionar, no reemplaza la leche materna”.
El déficit nutricional es un riesgo que hay que aprender a dominar. Puede haber falta de “nutrientes críticos como el hierro, la vitamina B12, que es de origen animal y si no se consume debe ser suplementada; también zinc y vitamina D, que tiene que ver con la exposición al sol, pero también está en algunos alimentos lácteos. Si esto se controla y suplementa bien, no debería haber riesgo”, detalló Roussos.