Para los que no queríamos irnos a dormir temprano
Para los que no queríamos irnos a dormir temprano, en versión más calma que la de Ricky Centurión, Corrientes era el teatro de nuestros sueños, un examen de ingreso para todos los que tenían vocaciones artísticas, militantes o bohemias. Se podía cenar en Pippo, Pepito, El Toboso o la pizzería Marín, según el bolsillo del pretendiente. Y se terminaba con café en el Ramos, La Paz, La Giralda, Cafecito (calle Montevideo, servían pochoclo) o cualquier bar abierto hasta la madrugada, algo así como santuarios de la entonces numerosa legión de periodistas que se quedaban haciendo páginas de los diarios hasta después de medianoche. Total, el 60 andaba a toda hora y te sacaba para el sur o para el norte. En aquellas sobremesas húmedas y de larga duración los viejos jefes de las secciones medían a los novatos. Si no deletreabas de corrido la delantera de los Carasucias del Sudamericano 57, desconocías a los líderes sindicales del Cordobazo, dudabas sobre el autor de Malena o el origen del sandinismo, te bochaban de una. Aunque vinieras de entregar 400 líneas a 72 espacios sin reproches. Ahí aprendías también que el whisky se tomaba para algo más que mojarse los labios, como decían en casa. Ojalá que esta peatonalización nocturna le devuelva a Corrientes algunas postales de la década del ‘80. En lo personal, no me imagino volviendo a discutir en un rincón de La Academia -Avenida Callao, al lado del Bauen- con viejos compañeros de Crónica y la ya no tan joven Patricia Bullrich sobre la ruptura de Perón y Montoneros. ■