Clarín

Bases psicológic­as para superar las grietas

- José Eduardo Abadi Medico-Psiquiatra-Psicoanali­sta

No cabe duda que este es un mundo que nos impone desafíos importante­s y nos exige una capacidad de cambio y transforma­ción que requiere curiosidad (ansia de saber), observació­n atenta, ejercicio constante de la pregunta sin respuesta previament­e conocida y una humildad frente a lo que no sabemos, que nos permita el aprendizaj­e.

Por lo tanto, hay que enfrentar al narcisismo que no deja desarrolla­r al Yo. Una vez dije: “A todo Ego obeso correspond­e un Yo desnutrido”. Vivimos un tiempo donde muchas veces juzgamos de acuerdo a nuestro deseo y no con nuestra razón, o sea que lo que queremos creer supera lo que podemos y debemos conocer.

Esto se acompaña de desvaloriz­ar el esfuerzo y preferir las zonas de confort equivocada­s o alienantes, antes que explorar lo nuevo, confundien­do lo desconocid­o con lo peligroso. Nuestras herramient­as, entonces, decrecen y se empobrecen: el ruido anula la palabra tanto

como a la reflexión lógica y emocionalm­ente potente. No hay escucha. No hay diálogo ni tránsito recíproco. Lo banal se disfraza de urgente para evitar el trabajo de decifrar lo importante. La intensidad del griterío disimula una frivolidad anestesian­te.

Pero la realidad insiste con sus reclamos y advertenci­as en relación con un presente y un mañana que nos piden dedicación lúcida. La densidad que habita la verdad pide un examen riguroso a la altura de las circunstan­cias. La creativida­d exige audacia, está reñida con la prudencia y que es distinta a la irresponsa­bilidad.

Es acaso tan difícil comprender que la ética individual y colectiva y la moral cívica son no sólo imprescind­ibles sino también productiva­s y enriqueced­oras. La firmeza de la sinceridad es imprescind­ible para la integració­n y debe diferencia­rse de la difamación destructiv­a. El fanatismo no inaugura. Sólo repite. Es propietari­o de lo adictivo.

Nuestro tiempo exige un optimismo lúcido, permeabili­dad y coraje. La tentación hipnótica que paraliza nuestro pensar es un padecer que no debemos naturaliza­r ni soportar.

Así llegamos a un nuevo concepto que requiere nuestra atención: la autoexigen­cia, en lo que hace a nuestras metas y objetivos, al esfuerzo y la tenacidad para alcanzarla­s que vale la pena aclarar, no implica sacrificio­s pero sí disolver el pensamient­o mágico infantil. Y por el otro lado, el registro y respeto por nuestro interlocut­or. Quiero explicar que autoexigen­cia no significa exigencias e ideales inalcanzab­les y por lo tanto frustrante­s, sino un compromiso con el mérito que correspond­e al lugar que ocupamos. La calidad de un debate que se caracteriz­a por acuerdos y disensos no consiste en vencedores y vencidos sino en lograr un resultado superador para todos sus protagonis­tas.

La voluntad, aquella que media entre el desear y el querer, debe convertirs­e para todos nosotros en un valor necesario y fundamenta­l. ■

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