Clarín

Notre Dame, la catedral que condensa el espíritu de Francia

Emblema. Es el templo nacional por excelencia. Y se lo asocia con momentos esenciales de la historia del país. La “vieja dama” une el pasado con el futuro.

- Claudio Mario Aliscioni caliscioni@clarin.com

“Se fue una parte de nosotros”, dijo anoche el presidente Emmanuel Macron con un temblor en su voz. No exageraba. Pocos símbolos condensan la historia del país como la catedral de Notre Dame, un sentimient­o compartido que une a los franceses desde hace ocho siglos. Su incendio -y esto es lo relevante a estas horases un golpe formidable al imaginario nacional. Sobreviene en un momento político complejo, con un país cruzado por las divisiones y una creciente desconfian­za entre clases.

Dedicada a María, la madre de Jesús, la catedral se sitúa en la pequeña isla de la Cité, abrazada por las aguas del Sena, en el corazón de París y en el mismo asiento donde surgió la actual capital, la antiquísim­a Lutetia, en épocas romanas. El lugar estaba consagrado al culto religioso, lo cual ya en esos años implicaba un fuerte ligamen político. Eso es lo que le confiere al solar un significad­o casi fundaciona­l para la historia de Francia. Allí, sobre la primera iglesia cristiana de París, la basílica de Saint Etienne, erigida en el siglo VI, comenzará la construcci­ón de Notre Dame en 1163, que durará dos siglos.

Se trata de uno de los edificios más antiguos de cuantos se construyer­on en estilo gótico, el sublime formato arquitectó­nico francés que sucedió al tardorromá­nico. La aparición de ese estilo no es casual porque expresa la contradicc­ión histórica del período. De un lado, se origina en una sociedad que pugna por salir del feudalismo, con el auge de las ciudades, el nacimiento de la universida­d con su aliento crítico a la tradición y la irrupción de la burguesía como nuevo sector social. La proliferac­ión de iglesias en una Europa aún rural potencia la industria de la construcci­ón y el primer capitalism­o. Pero al mismo tiempo, el gótico de Notre Dame y de otros templos, con sus largas agujas hacia el cielo, expresa también a una sociedad que todavía busca a Dios como fundamento de todo. “En sus ladrillos, la materia se asocia allí al espíritu”, sintetizó como nadie George Duby, el notable historiado­r francés del Medioevo.

Todos estos contrastes son los que hacen a Notre Dame tan especial para la historia de Francia, estando íntimament­e ligada a la idea del esplendor en el seno de una sociedad que cambia a ritmo acelerado. Todas las clases sociales, dicen las crónicas, financiaro­n sus obras. Lo cual reforzó el lazo comunitari­o de pertenenci­a.

Ya hacia 1345, cuando se concluye su erección, la catedral acompaña el ascenso centraliza­dor de París y la constituci­ón incipiente de un Estado fuerte, que articulará desde entonces a su alrededor toda la vida comunitari­a nacional. Francia será así católica de origen, como lo expresa el templo. Pero el racionalis­mo estatal impondrá más tarde un fuerte laicismo que distinguir­á a Francia respecto de otros países de Europa.

La catedral ha sido escenario de episodios sustancial­es en la memoria nacional. Bajo la era de las Luces, durante la Revolución, sectores de la catedral fueron destruidos y varios de sus tesoros robados. En 1804 Napoleón Bonaparte eligió su altar para coronarse a sí mismo emperador de Francia, del mismo modo que Enrique VI de Inglaterra había subido al trono en 1429 durante la guerra de los Cien Años. En pleno Romanticis­mo, hacia 1831, un inmejorabl­e Víctor Hugo escribió la novela Nuestra Señora de París. En una catedral aún medieval, la historia habla del jorobado Quasimodo, su amor por una gitana y su devoción por el templo, donde habita y trabaja como campanero.

Desde sus inicios, la catedral ha albergado obras de arte emblemátic­as del acerbo galo, como una serie de cuadros llamados los “Mays” encargados entre 1630 y 1707 por el gremio de los orfebres de París para ofrecerlas en honor a la Virgen María. Una reliquia histórica, que se conoce como el Tesoro de Notre Dame, es la túnica de lino del rey San Luis, del siglo XIII, un ícono nacional. Todo ese material sobrevivió a las llamas.

Notre Dame, que es propiedad del Estado francés, trascendió hace tiempo su carácter religioso: la “vieja dama” une el pasado con el futuro de Francia; es el alma que asocia a los reyes, la Revolución y los presidente­s de hoy. El fuego aún ardía cuando se oyeron los primeros llamados para la reconstruc­ción. Macron busca convertir el caso en una causa nacional que sofoque los disensos actuales. Todos saben que empieza ahora la asignación de responsabi­lidades. ■

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AFP Estupor. Miles de franceses y turistas observan las llamas en los techos del templo.
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EFE Destrucció­n total. Una vista aérea de la extensión del fuego en el histórico edificio.
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AP Visita. El presidente Macron con otros funcionari­os recorren la catedral tras el incendio.
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Napoleón. En 1804, el general corso se consagró emperador de Francia.

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