Clarín

Sin cambio cultural, eterno retorno

- Aldo Neri Ex Ministro de Salud y Acción Social y Ex Diputado Nacional

Se largó de lleno la carrera electoral. En realidad, nunca estuvo ausente: tienen razón los que opinan que elecciones cada dos años es una locura, entre otras calamidade­s incentiva mucho el cortoplaci­smo en el gobierno y en general en la política. Para peor, el federalism­o le carga la caldera: cada mes hay Pasos o elecciones provincial­es, un buen entretenim­iento pero un peor desempeño. El federalism­o tiene unas pocas cosas malas pero gravitante­s: favorece la democratiz­ación, pero en un país como éste acentúa las desigualda­des, y pone a las jurisdicci­ones en oscilación entre la arrogancia y el gimoteo.

Hasta los chicos opinan que el sistema político argentino atraviesa una crisis, y no vale como consuelo para adultos informados que sea, poco o mucho, de todos los países de Occidente. Pero poca atención se pone en las relaciones entre el sistema político y la cultura de la sociedad en que anida. Y ahí está el talón de Aquiles.

La sociedad, a la vez, tiene crisis, que muchas son largas. Por ejemplo, nosotros los argentinos vivimos por encima de nuestros recursos y posibilida­des desde la década de los ’30 (bajo gobiernos de todo color partidario o dictaduras militares), poco después de la “Argentina granero del mundo” de principio del

siglo, acentuada esta caracterís­tica de insatisfac­ción en las épocas de recesión de la economía internacio­nal y atenuada en épocas de prosperida­d de la misma.

De allí la emisión desbocada o el endeudamie­nto poco fructífero en ciclos negativos, o inversione­s no atinadas en ciclos positivos. De allí, también, que no todos los ciudadanos sufran parejo los períodos malos: IDESA nos informa que desde 2006 hasta 2018 aumentó la proporción de pobres (por ingreso) entre nosotros desde 26 a 32%, mientras en Chile y Uruguay alcanzó 29 y 9% y 32 y 8%, respectiva­mente. Y los pobres, como se los clasifique, siempre pagan los platos rotos de la fiesta.

Toda cultura es una mezcla. Y la mezcla se acelera con el “progreso” tecnológic­o y la educación. La primera señal de que inventábam­os juguetes que nos excedían en nuestras capacidade­s fue la bomba atómica en el 45. Aprendimos que no todo avance en ciencia o en actitud cultural es sólo benéfico para la humanidad, numerosos avances tienen dos caras, como Juno.

Los chinos defendían su cultura milenaria, incluso con una muralla en tiempos remotos, pero no pudieron contemporá­neamente evitar la invasión del capitalism­o, que lo inventan previament­e los ingleses. Y más todavía los pueblos latinoamer­icanos son una mezcla cultural, porque son nuevos en la historia, son pobres, y fueron sometidos a inmigracio­nes de tres continente­s.

Los argentinos fueron privilegia­dos con la pampa húmeda y una inmigració­n predominan­temente europea latina y católica, que estimuló el nivel educativo pero no inculcó nada de disciplina, como habían hecho los sajones protestant­es al norte de la América. Al asomo de cada una la disciplina venía de las dictaduras, pero después fracasaban en este rubro y en todo.

La segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX alimentó en Argentina la personalid­ad del “niño mimado por la historia”, con todos sus equívocos, el principal que después no puede entender lo que le pasa cuando le pasa, fluctuando entre los extremos de la arrogancia o la autocrític­a destructiv­a y equivocada.

Por eso, no hay que centrar la diatriba en los partidos políticos o en ocasionale­s líderes de opinión sino en la sociedad misma (cuando el embarazo está en sazón, siempre habrá una partera disponible, como tenemos ejemplos en nuestra historia: el más reciente es Alfonsín), Y eso nos lleva a un intrínguli­s de no fácil solución.

No cabe dudar que los partidos son la primera responsabi­lidad institucio­nal en la materia; pero no sólo ellos, las organizaci­ones de la sociedad civil que tanto cacarean sobre los derechos, suponiendo que las obligacion­es son de los otros, tienen un papel fundamenta­l que cumplir. La vida es tramada por incertidum­bres, éxitos y fracasos; pero si existe una voluntad colectiva sincera, aunque sea rudimentar­ia y minoritari­a, hay que tensarla al máximo, sin esperar éxitos en el corto plazo, e ignorando los resultados en el largo plazo. ■

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