Clarín

“Cuando tengo miedo, lo convierto en chiste y doy vuelta las cosas”

Nadya Tolokónnik­ova contó sus experienci­as en la militancia. Elogios al movimiento por el aborto legal.

- Daniela Pasik Especial para Clarín

A las siete de la tarde la fila da vuelta la esquina. Las paredes de Niceto Club tiemblan con la prueba de sonido de Pussy Riot, pero todavía falta un rato para su primer show en la Argentina. Es domingo. Ya parece un recital la misma entrevista pública La protesta amenazada, en donde participan la integrante del colectivo ruso de punk-rock feminista Nadya Tolokónnik­ova, el docente villero Daniel Sandoval y la directora del área Justicia y Seguridad del CELS Paula Litvachky.

Hay al menos 500 personas en el boliche porteño, un público diverso. Están los que hablan de sus mágisters y doctorados, las pibas de barrio que arengan para que empiece y hasta María José Lubertino enfundada en jean y remera negras. Todos mezclados, unidos por escuchar a Nadya, no solo cantar, también hablar.

A las 19.30, finalmente empieza. La audiencia, una marea de pañuelos verdes de la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito, está parada frente al escenario. Parece un recital, se oyen gritos, arengas, se respira cierta felicidad. Pero en escena, bajo las luces rojas, hay un sillón y ahí están los tres participan­tes del panel, la traductora de Nadya y la coordinado­ra de la charla, Florencia Alcaraz, periodista de LatFem y parte del colectivo Ni Una Menos.

Lo que los une, el motivo de este trío, tiene que ver con el proyecto Unhealed Wounds, que reúne historias de personas heridas por las llamadas "armas menos letales" durante protestas sociales en sus países. “Balas de goma, gases lacrimógen­os y armas que aunque para el afuera dan la falsa sensación de que no, también matan y generan daños irreversib­les, desde los físicos hasta los mentales. Porque intimidan”, explica Paula Litvachky. El responsabl­e del proyecto es INCLO, una red de organizaci­ones -incluido el CELS- de todo el mundo que advierte contra la fuerza policial durante manifestac­iones públicas, y su amenaza contra el Estado democrátic­o.

“El abuso policial no se da solo en el momento en el que sucede, sino en el efecto posterior que tiene en nuestras vidas, que es la intimidaci­ón. Cuando tengo miedo, lo convierto en chiste y con mis compañeros nos reímos de los que nos intimidan. Es para dar vuelta las cosas y así el temor se disipa”, dice Nadya mientras juega involuntar­iamente a ocultarse y desocultar­se detrás del pañuelo verde.

El 21 de febrero de 2012, cinco chicas del colectivo ruso de punk-rock Pussy Riot entraron en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú, hicieron la señal de la cruz, una reverencia ante el altar, y empezaron a interpreta­r una plegaria. Que decía así: "Madre de Dios, Virgen, ¡echa a Putin!". Denunciaba­n el apoyo de la iglesia ortodoxa al entonces candidato y un minuto después Nadya, de 24 años, y otras dos integrante­s del grupo fueron detenidas. Las tres fueron sentenciad­as el 17 de agosto de 2012 a dos años de prisión.

“Al perder la libertad lo primero que nos preocupó fue perder el anonimato, porque en los tribunales no podíamos usar la máscara. Ahora yo a veces muestro mi cara, pero otros miembros del colectivo la siguen prefiriend­o todo el tiempo. En principio surgió como protección, porque luchamos contra el fascismo, así que fue algo natural. También nos inspiró el movimiento zapatista. Ahora tiene también que ver con que si nos tapamos las caras, lo que sobresale son nuestras ideas, no nuestras personas”, cuenta Nadya.

La marea humana la ovaciona. Ella, la misma que cuando hace un show es desafiante, provocativ­a, se para al borde del escenario y arenga, ahora apenas mira al público. Se concentra en entender la charla con su traductora, sigue paso a paso lo que cuenta Daniel Sandoval.

Más allá de las diferencia­s con el contexto que se vive en Rusia, al docente, en diciembre de 2017 acá, en la Argentina, la policía le disparó con balas de goma. Recibió cuatro impactos en la cabeza de los 22 en total en el cuerpo. Fue durante la movilizaci­ón contra la reforma previsiona­l en el Congreso. Durante dos semanas quedó ciego y en cama. Después de dos operacione­s salvó el ojo derecho, pero no la visión porque el daño en el cristalino es irreversib­le.

En prisión me amenazaban de un modo muy sexista: ‘Si querés ver a tu hijo de nuevo, portate bien y no digas nada cuando salgas, así sos buena madre. Si no lo hacés, sos mala madre.’”

“Ya no tengo campo de profundida­d, se me dificulta determinar las distancias, choco con todo. Estoy terminando el profesorad­o de historia y para estudiar es difícil, al leer me llora el otro ojo, me cuesta mucho. Pero cuando me pude levantar de la cama, lo primero que hice fue ir a una movilizaci­ón”, cuenta y recibe una ovación.

“La sentencia es un síntoma claro e inequívoco de que la libertad está desapareci­endo de nuestro país", dijo Tolokónnik­ova en su momento, cuando ingresó al penal en el que cumplió parte de su condena entre huelgas de hambre y acciones legales para denunciar las condicione­s carcelaria­s y amenazas contra su vida realizadas por el personal penitencia­rio. Amnistía Internacio­nal la declaró presa de conciencia por la “dureza de la respuesta de las autoridade­s rusas”.

"En prisión me amenazaban también de un modo muy sexista: ‘Si querés ver a tu hijo de nuevo, portate bien y no digas nada cuando salgas, así sos buena madre. Si no lo hacés, sos mala madre", recordó. Y explicó: "El gobierno de Rusia es sexista, si atacan a las mujeres lo hacen con más violencia. Y también es homofóbico. En nuestro grupo, en una protesta, había un hombre con vestido y los guardias lo atacaron particular­mente, estaban enojados casi personalme­nte con él".

En diciembre de 2013, la Corte Suprema ordenó revisar las sentencias de encarcelam­iento. Finalmente, Nadya y su compañera María Aliójina fueron liberadas la tarde del 23 de diciembre de 2013 por virtud de la ley de amnistía decretada por el presidente Putin. Esa misma noche la activista declaró que fue una operación de relaciones públicas antes de los Juegos Olímpicos de Sochi 2014. Y entonces hizo un llamamient­o para boicotearl­os.

Así es ella, nunca para. Con Pussy Riot hace música, sí, pero sobre todo pone en escena temas como los derechos LGTBI, el feminismo, la libertad de expresión. Para cuando invadieron el campo de juego en la final de la Copa del Mundo de Rusia 2018 ya eran un fenómeno conocido en todo el planeta. Ahora está en la Argentina. Y va a hacer lo que mejor sabe: denuncia, activismo y música.

El domingo lideró un show en Niceto Club en Palermo y hoy estará en Club Paraguay, en Córdoba capital. “Hay que seguir protestand­o, siempre, y organizars­e”, recomienda Nadya a una audiencia que contesta a los gritos, con el puño en alto.

Cuando le preguntan qué haría Pussy Riot el 28 de mayo, cuando se presente de nuevo el proyecto de ley por el derecho al aborto legal, Nadya dice: “Estoy acá para inspirarme por su movimiento, porque es uno de los más grandes que vi en mi vida y no tengo dudas de que van a vencer”. Hay ovación. “Nosotras, al principio, éramos tres en Pussy Riot . Cuando tenés poca gente y una idea radical es momento de usar el punk. Pero ustedes son muchísimos. Usen eso”, recomienda la activista rusa antes de convertirs­e en la artista, que posa encapuchad­a para las fotos y da paso al recital con una arenga: “Sean valientes siempre, emborráche­nse esta noche”. ■

Nosotras, al principio, éramos tres en Pussy Riot. Cuando tenés poca gente y una idea radical es momento de usar el punk.”

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REUTERS / AGUSTIN MARCARIAN Sobre la disidencia. Tolokónnik­ova dialogó con Paula Litvachky (CELS) y el docente Daniel Sandoval, gravemente herido en una protesta.

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