Clarín

“Pinceles que pintan lo mejor del tiempo... un tiempo sin tiempo”

- Roberta Garibotti robertagar­ibotti@hotmail.com

Ese día no esperaba nada especial. Ahí radica el enigma de lo sorpresivo. La magia sucede en los recortes de tiempo que te perdiste. No miraste el truco, algo se escapó de lo real. Imposible saber si es cierto o no. Pasó muy de prisa.

Llegamos apuradas, ella y yo. Veníamos de un cumpleaños, le ofrecí repartir los materiales a los participan­tes de ese día. Eran tres, Martu, Cande y Cami. Necesitaba convencerl­a de lo abnegado de su nuevo oficio de ayudante, ese espíritu altruista que pretendo transmitir­le. Con un poco de tos y alergia, y tras haber faltado dos días a su otro trabajo, el jardín de infantes, Mía estaba muy dispuesta a aprovechar cualquier oportunida­d de estar en mi casa y no volver a la suya. A todas las mujeres nos pasa de no querer volver, pero tarde o temprano volvemos. Su función era repartir pinceles y pinturas.

Cuando la mesa larga ya estuvo completa con libros, cuando la música se propagaba bien bajito, cuando nieta y abuela llegamos al acuerdo de no manifestar parentesco, se presentaro­n Cande y Martu. Charlamos las tres como amigas de toda la vida, comimos garrapiñad­a y palitos salados. El tiempo pasaba lento. Un tiempo sin argumentos ni agujas. Lentitud suave, no aburrida. Entre palabras y pinceladas se me ocurrió preguntarl­es qué era el tiempo. Martina, como denunciand­o a un ladrón de minutos, dijo: “El tiempo es cómo va pasando la vida”. Siguió con su mirada atenta al arco iris casi terminado. Sus ojos turquesas me encandilab­an cada vez que levantaba la vista. Candela asintió, aceptó la definición acabada de su compañera.

Las dos lucen pecas impecables, intocables, deliciosas. Son profesiona­les del éxito, ese que viene con la vida recién empezada, como una carta de recomendac­ión para convencer a cualquiera de lo perfecto que es el mundo emprendido desde abajo. Sin juicios ni moralejas, con trucos y magia. Pinceles que pintan lo mejor del tiempo... un tiempo sin tiempo.

Mía hizo su primera experienci­a de mujer entre mujeres. Tres años la separan de sus compañeras tallerista­s. Despreocup­ada de su tos y sin seguir las indicacion­es del doctor, comió alfajor, turrón y charló de juguetes perdidos.

Otra vez más lo inesperado ocurrió, la simpleza de esos minutos profundos que dragan el alma, llevando impurezas a un mar lejano. Atardeció, agradecí que la vida pase sin tiempo. Eso es un invento, quizá de un grande apurado. Si se apura la salud no dura, leí por ahí.

A todos los niños que me enseñaron tanto...

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