La casa de Rosas Será un museo en plena Ciudad
Los hallaron en Moreno 550, en una obra en construcción. En las excavaciones arqueológicas aparecieron desde una botella con moscas atrapadas desde el siglo XIX hasta vajilla rosista.
Entre 1979 y 2016, el predio de Moreno 550 era un estacionamiento. Nadie imaginaba que debajo se escondía un yacimiento arqueológico de dimensiones incalculables. En ese terreno, en el siglo XIX, había estado la casa de la familia Ezcurra, desde donde Juan Manuel de Rosas gobernó la provincia de Buenos Aires.
A principios de 2018, cuando inició la obra para levantar un edificio de 14 plantas y dos subsuelos en el lugar, José Kohon tampoco se dio cuenta de que no era un terreno más. Pero durante la excavación, las máquinas de su empresa Komatorre se toparon con una antigua cisterna. La Dirección General de Patrimonio de la Ciudad frenó la obra.
Pero los arqueólogos no pudieron hacer mucho en esa instancia. La constructora los dejó investigar durante algún tiempo, pero después les impidió la entrada, retomó los trabajos y dañó parte de la cisterna. Kohon tuvo que responder por eso ante la Justicia y, así, tomó verdadera dimensión del valor patrimonial del terreno. En un juicio abreviado ante la Fiscalía General de la Ciudad, aceptó una condena de dos años de prisión en suspenso por “daño calificado”. Pero no sólo se hizo cargo de su error, sino que propuso reparar las estructuras halladas y construir un museo en el sitio para exhibirlas.
“Esto fue algo que no esperábamos, no teníamos idea del tema -confiesa Kohon-. Pero pudimos ocuparnos con responsabilidad de lo que nos tocó, armando un grupo de expertos que nos ayudó muchísimo para ponerlo en perspectiva”.
El constructor contrató un equipo de arqueólogos comandado por Ana Igareta, investigadora del CONICET y del Instituto de Historia, Teoría y Praxis de la Arquitectura y la Ciudad (HiTePAC) de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata. Iban a trabajar durante dos meses, pero se quedaron siete: en el lugar había mucho más que una cisterna. Descubrieron cuatro pozos de aljibe y diez más que fueron letrinas, ollas de descarte o pozos ciegos, todos repletos de piezas tiradas como basura en distintas épocas.
Fiscalizado por Patrimonio, el equipo excavó en una superficie de más de 1.500 m2. Al mismo tiempo, supervisó la obra en construcción. Cuando aparecía material arqueológico, los trabajos se paralizaban para que los arqueólogos pudieran explorar. “Llegamos a una profundidad inusual, 6,50 metros, porque pusieron a nuestra disposición máquinas de la obra”, cuenta Igareta.
En esos pozos aparecieron más de 3.000 piezas, como vajilla con la inscripción en rojo punzó de la frase “Federación o muerte”. Porque en el predio se sucedieron diferentes construcciones del siglo XVIII a esta parte. Y una de ellas era la residencia de la familia de Encarnación Ezcurra, la esposa de Rosas. Una casa que el caudillo usó como sede de Gobierno cuando lideró la provincia de Buenos Aires, desde 1829 a 1832 y desde 1835 hasta su derrota en la batalla de Caseros, en 1852.
“Tras la caída de Rosas y su exilio a Inglaterra, los gobernadores que lo sucedieron decidieron quedarse en ese inmueble, que se convirtió en la casa de gobierno de un país que todavía no era un país -explica Igareta-. Ese lugar fue el centro del poder donde se definió la República”.
En las últimas dos décadas del siglo XIX, en esa casa funcionó el Correo. Ya en el el siglo XX, todas las estructuras fueron demolidas para hacer viviendas de inquilinato. Sólo se conservaron cimientos subterráneos.
Escarbando entre ellos salieron a la luz restos de semillas y frutos, de madera y carbón, piezas de tela y cuero, huesos. Todos elementos que reflejan la vida cotidiana de otras épocas. Como una botella con pupas de moscas, encerradas desde el siglo XIX. Estaba entre los barros nauseabundos de una antigua letrina. Originalmente, contenía vino. Pero las moscas “contaron” para qué sirvió después. “Creemos que fue utilizada para almacenar sangre de pato, en función de lo que vimos en las larvas. La usaban para cocinar”, afirma Igare
ta. Alrededor había huesos y hasta un huevo de pato intacto.
La lectura de las piezas halladas reveló que el lote fue habitado desde el siglo XVIII, pero que en el XIX se instaló gente de plata y poderosa. “Gente que compraba todo importado y que prefería importado malo a nacional bueno. Una conducta que aún hoy define el consumo entre los porteños”, analiza Igareta. De hecho, casi todo el material recuperado, como lozas y botellas, es de origen inglés o francés y su manufactura se ubica entre las décadas de 1820 y 1890.
Pero en las casas no vivían sólo ricos. “Había sirvientes. Y la basura de todos terminaba en el mismo lugar”, apunta Igareta. Por eso también hallaron piezas artesanales, como un jarrón de cerámica vidriada, hecho con una mezcla de técnicas, entre criollas y copiadas de Europa. Según descubrieron, fue fabricado en un taller de Carrascal, en Mendoza. Otra rareza fue hallar juguetes in
fantiles del siglo XIX: bolitas, trompos, pelotas de cuero y hasta un cañón de juguete. “En la arqueología es muy difícil percibir la infancia, porque antes casi no se hacían objetos para niños”, dice Igareta, que asegura que los juguetes encontrados eran de chicos que vivieron en la casa.
“La gente piensa que el pasado desapareció, que se rompió todo -observa la arqueóloga-. Pero varios metros por debajo, la Ciudad tiene un pasado que no se fue. Y que aunque esté sucio, enterrado en una letrina, aún puede contar historias”.