La patología de la economía y la patología política
Ricardo Kirschbaum
Ala excepcionalidad de la patología económica de nuestro país la muestra con dramática elocuencia el hecho de que una caravana de políticos vaya a los Estados Unidos o hable desde aquí para que oigan en Wall Street prometiendo que pagaremos lo que debemos. A veces, hasta alguno pareciera querer decir -pero no animarse- que haremos el favor de pagar, porque la deuda no es de la Argentina sino del gobierno tal o cual y a él hay que dirigirle los reclamos.
Lo anormal fue normal: candidatos opositores al Gobierno, descartaron que el país vaya a un default. Esto es, que en todo caso un default no es una cuestión que derive de la economía, que lo impongan las necesidades económicas, sino de sencilla voluntad política ya no de un país, sino de una mera facción política. La profundidad de la crisis de la que el país no sale desde hace décadas queda perfectamente revelada con esta anormalidad, normalizada. ¿Qué dijeron los candidatos a los que entrevistó el FMI? Lo obvio: que pagarán la deuda, aunque quizá en otros plazos. ¿Qué esperaban que digan?, además.
Al miedo de no cobrar que pueda tener un acreedor extranjero o local no lo diluyen promesas preelectorales. En todo caso, es el análisis de los factores económicos el que prevalece. Pero desde que aquí se saludó en el Congreso con aplausos un default, en esa ecuación que debía ser solamente económica quedó colado y para siempre el riesgo político. Algunos políticos suelen hablar de nuestra economía como dando lecciones al mundo. Tampoco es normal.
Lo peor del caso, y esto es algo que ya no se puede soslayar porque cada vez convence a menos gente, es que los que a su tiempo fracasaron aseguran tener ahora la fórmula mágica y más o menos secreta. Pero que por su perfección es absolutamente incompatible con la que cualquier otro sector político pudiera tener. Las recetas económicas infalibles son aquí de propiedad exclusiva personal o de una sola facción política. Ya sabemos lo que pasa porque la historia enseña. O acaso no hubo quienes fueron a EE.UU. para tratar de trabar préstamos para el país por una mera especulación política.
La repetición de esta grieta caprichosa con sus manifiestas altas dosis de soberbia intelectual que es pobreza política para entenderse, hace que el único entusiasmo posible para una eventual salida de la crisis tenga carácter mágico. Si hasta le estamos diciendo al Fondo Monetario que habrá que renegociar la deuda, como en si en Washington fueran ignorantes y aquí sabios.
Los serios acuerdos que el país requiere desde hace demasiado tiempo son imposibles si se intentan sólo entre los polos de la grieta. La distancia electoral entre esos polos desestimula la posibilidad de ir construyendo acuerdos con terceros, porque estos, como se ha podido ver con las últimas alianzas, se inclinan según las posibilidades de llegar al poder con uno u otro. Permanecen algunas alternativas, pero con el mismo defecto: se sienten dueñas exclusivas de la única fórmula y su magia. Pura patología política.
No habla bien de la política de un país y por lo tanto del país que cada dos por tres algún político salga a aclarar lo que debe estar claro. Y peor, que sea con carga electoral evidente. No hay ideología que sustente no pagar los compromisos. Tampoco ideología que sirva para disimular errores reincidentes con retórica; los resultados son igualmente caros. No hay inversor tan ingenuo que tampoco deje de mirar qué se promete y se hace contra la corrupción y lo mismo, qué se promete y se hace a favor de la democracia y los negocios serios, que requieren más que palabras, acuerdos más amplios que los de reconocer lo que se debe.