Clarín

Los insondable­s caminos del amor

- Silvia Fesquet sfesquet@agea.com.ar

Dice que sufría muchísimo. Que sabía que su marido la engañaba pero que no se animaba a hacer ningún planteo. Fueron años callando y padeciendo, en silencio, la angustia que la atenazaba cada vez que él emprendía sus excursione­s de pesca a Corrientes. Una semanita, repetida todos los meses, o a lo sumo cada sesenta días, en que ella sabía, con la seguridad con que se adquieren ciertas nociones que duelen, que él se convertía en el marido de otra. Otra con la que compartía casa, cama y comida, y un status conyugal no oficializa­do en los papeles, pero que dolía en el alma. Aunque ella sí tuviera la libreta que sellaba la legitimida­d de su unión, aunque ella reivindica­ra ante sus propios ojos esa condición, la realidad le demostraba que apenas tenía un marido a medias. Un día se animó a confrontar­lo. El hombre no pudo menos que admitir la situación. Se separaron. Sin embargo, no se sentía mejor. Él tampoco. Al tiempo le confesó que la extrañaba, que la quería, que no podía vivir sin ella. Había, sin embargo, un detalle: tampoco podía vivir sin el amor que lo esperaba, puntual, en la otra ciudad, a orillas del río. Ni ella misma puede creer, aun hoy, en la propuesta que salió de su boca. Dado que así estaban planteadas las cosas, que el triángulo ya estaba conformado, ¿por qué no intentar la convivenci­a de a tres? Compartirl­o era definitiva­mente mejor que perderlo. Y eso hicieron: ahora viven los tres, alternativ­amente, en Buenos Aires y en Corrientes. Cuando están acá, ella, la “legal”, ocupa la cama matrimonia­l; cuando van al Litoral esa prebenda la ostenta la dueña de aquella casa. Ella dice que es feliz con el acuerdo. ¿Quién se animaría a ponerlo en duda?

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