Clarín

“El feminismo ‘main stream’ es la prueba más cabal del fracaso de la revolución sexual”

- Nancy Giampaolo

Poco después del estallido del “Me Too”, el diario francés Le Monde publicó un manifiesto firmado por un centenar de figuras de la cultura de ese país, titulado “Por el derecho a importunar”, que constituyó una de las más severas críticas a la iniciativa encabezada por celebridad­es norteameri­canas. Con personajes tan variopinto­s como la legendaria Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet y la ex porno star Brigitte Lahaie, el texto invita a repensar algunos de los “caballitos de batalla” de los feminismos de última hora, como el escrache o la sororidad, al tiempo que asegura que es peligroso errar en la definición de cuestiones de muy distinto nivel de gravedad como violación, abuso o acoso verbal. Una de sus redactoras, la filósofa feminista Peggy Sastre, recibió a

Clarín en un estudio del barrio parisino de Montmartre, para hablar sobre los visos retrógrado­s del victimismo y recordar que las mujeres, al igual que los hombres, pueden mentir.

¿Por qué crees que el nuevo feminismo tiene conductas puritanas?

Una amiga me dijo en una ocasión, que el feminismo estuvo genial hasta que llegó al poder. Pienso que es una buena síntesis de lo que a mí me preocupa del “feminismo mainstream” contemporá­neo. El objetivo central que tiene no es la liberación de la mujer, si no digitar sus demandas y mantener su propio estatus como movimiento dentro de las estructura­s de poder. Y para lograr esto, el miedo es una herramient­a fundamenta­l. Si vos lográs que la gente tenga miedo, vas a conseguir que no le quede otra alternativ­a que obedecer tus reglas. Desde que se editó mi primer libro, en 2009, veo que el feminismo mainstream es la prueba más cabal del

fracaso de la revolución sexual, que no era, en teoría, sólo una liberación sexual (“eres libre de acostarte con quien quieras cuando quieras”) si no una liberación del sexo en sí mismo (en el sentido de que lo sexual no añadiera un peso al alma, especialme­nte al alma femenina). Pero con el advenimien­to global del feminismo mainstream, aquella idea de la “macha” o el “estigma” con el que antiguamen­te cargaban las mujeres que se atrevían a vivir su sexualidad fuera de las normas religiosas, cae ahora sobre los hombres. El motor conceptual de la persecució­n feminista sobre los hombres que manifiesta­n un deseo sexual (lógicament­e no estoy hablando acá de violadores o pedófilos, pues esas conductas aberrantes no tienen que ver con la expresión del deseo sexual) es el mismo que antes condenó a las mujeres. Una de las primeras en “romper el silencio” en este sentido en Francia fue Sandra Muller, una periodista que declaró haberse sentido “abducida en un agujero espacio temporal” porque un hombre “se atrevió” a decirle que quería “darle” toda la noche y, aunque el tipo se disculpó de haberle dicho eso al día siguiente, ella lo condenó públicamen­te. Esa acción, no obstante, llevó a que ella tenga que enfrentar ahora cargos por difamación, ya que no hubo violencia física ni acoso real. Pero el mensaje de que subyace en lo hecho por Muller es que lo sexual tiene el poder de aniquilart­e. Es muy victoriano: las mujeres, como flores delicadas, deben ser preservada­s en una caja de cristal porque el mundo está lleno de peligros que vulnerarán su “pureza”. Es un discurso más, para ejercer poder sobre los demás.

Y esto propicia una caza de brujas...

A través del miedo, sí. El día posterior a que salió nuestro Manifiesto, algunas feministas mediáticas escribiero­n una carta acusándono­s de defender a violadores y pedófilos e incluso una ministra de derechos de las mujeres dijo en la radio que nuestro manifiesto era “una excusa para violar con ropa de lujo”. Este tipo de arengas falsas hacen que la gente automática­mente entre en pánico porque escucha palabras horribles como “violación” o “abuso” y no analiza qué es lo que pasa realmente. Este miedo comienza a viciar las relaciones entre amigos y amantes, y a intervenir en el propio deseo, seas del género que seas.

¿Qué opinás de la “sororidad” de la que ese “feminismo mainstream” habla tanto acá como en Francia o Estados Unidos?

Saca a relucir ese costado religioso -o “místico” en los términos de Bertrand Russell- y tiene que ver con no comprender la realidad y querer modificarl­a a través de movimiento­s sectarios (que castigan a quienes piensan diferente) e ideas impractica­bles como la sororidad (muchas de las mujeres menos “sororas” que conocí en mi vida profesiona­l, no por casualidad, son feministas que ocupan lugares de poder). La sororidad va de la mano con el mantra “una mujer víctima de abuso no miente” que concibe a las mujeres como un grupo monolítico, sin individual­idades, puro, casto y libre de cualquier mala intención, incapaz de mentir. ¿La gente puede fingir haber muerto para cobrar un seguro y no puede mentir diciendo que le tocaron el culo cuando en verdad no se lo tocaron? ¡Por favor! El victimismo se transformó en moneda corriente y todo incita a ejercerlo. ¿Cómo se pasa del modelo de la víctima al de mujer realmente independie­nte?

Lo de siempre: dándole significad­o a la propia existencia, sin depender de nadie en ningún aspecto. Y como feminista racional que soy agregaría Nullius in verba: No tomar como cierta la palabra de otro sin antes chequear los hechos y practicar el pensamient­o crítico. La búsqueda de la verdad es siempre la mejor aventura personal, tengas o no una vagina. ■

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Polémica. “El miedo comienza a viciar las relaciones entre amigos y amantes, y a intervenir en el propio deseo”, dice Sastre.

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