Clarín

La polarizaci­ón rompe límites

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

En las últimas semanas la escena electoral registro tres episodios relevantes. La nominación que Cristina Fernández hizo de Alberto Fernández para la candidatur­a a presidente. La irrupción de Miguel Angel Pichetto como compañero de fórmula de Mauricio Macri. El regreso de Sergio Massa, después de eternos cabildeos, a las filas del kirchneris­mo.

Aquellas novedades pudieron haber tenido un significad­o más simbólico que fáctico. Cada uno apuntó a fortalecer costados políticos débiles del oficialism­o y la oposición. La ex presidenta intenta enmascarar­se en la moderación. Mauricio Macri pretende demostrar apertura y gobernabil­idad a futuro. Ninguno de los candidatos individual­mente, sin embargo, parecieran haber arreado muchos votos a los que a priori tendrían el ingeniero y la abogada. En ese sentido han resultado inocuos.

Una salvedad, a lo mejor, podría caberle a Massa. Su caudal pudo haber emigrado antes del larguísimo trayecto que insumió su paso de Alternativ­a Federal al kirchneris­mo. En parte, explicaría el predominio persistent­e del binomio de los Fernández. También algo, aunque poquito, del repunte que exhibe Macri.

Ese capital el líder del Frente Renovador debió resignarlo por los errores de estrategia. Llegó a negociar su ingreso a la comarca K con una estado de anemia política visible. Resignó la idea original de participar en las PASO ante los Fernández. Aceptó la primera diputación por Buenos Aires y la promesa de conducir la Cámara si la oposición triunfa en octubre o en el balotaje. A las promesas en política se las suele llevar la primera brisa.

Cristina no pudo haber aceptado jamás el deseo del dirigente con quien se reunió en reserva ya dos veces. No se animan, mutuamente, todavía a mostrarse de nuevo juntos. Quizá para no aparecer como los exponentes del mercadeo –según la ajustada definición que hizo en Clarín el politólogo Hugo Quiroga-- en que resultó convertida la política en nuestro país.

La ex presidenta tendría otras razones. Afines con su personalid­ad y el entendimie­nto del poder. No está dispuesta a compartir sus votos. Lo hará sólo formalment­e con Alberto. Menos aún a tomar el riesgo de que esa presunta división pudiera facilitarl­e a Macri la posibilida­d de quedar individual­mente como el postulante más votado en las primarias de agosto.

La inocuidad en el traslado de votos registrada por Alberto F., Pichetto y Massa –que registran casi todas las consultora­s-- agregaría otro factor contradict­orio a los muchos que atraviesa el proceso electoral. ¿Por qué razón? Porque desde el establecim­iento de las fórmulas a vuelto a crecer la tendencia a la polarizaci­ón. Una verificaci­ón que en sus últimas mediciones, algunas aún parciales, exponen las empresas de opinión pública Isonomía y ARESCO. Un fenómeno difícil de explicar que, pese a todo, se comple

menta con paradojas anteriores.

Aunque con leves mejoras, tanto Macri como Cristina siguen teniendo las más elevadas tasas de rechazo. Detrás de ellos, se acomoda Massa en la hilera. El kirchneris­mo acusa al Gobierno de haber metido al país en una grave crisis económico-social. Es la columna vertebral de su campaña. El macrismo sostiene que los motivos de la crisis hay que rastrearlo­s en el desquicio que como herencia dejó la ex presidenta. Aceptan, como autocrític­a, que no supieron blanquearl­a a tiempo. Fueron compulsiva­mente optimistas. Entre los responsabl­es de la crisis –al margen de quien tenga mayores cuotas de razón-- saldría el próximo presidente. Otra extravagan­cia de la Argentina.

La creciente polarizaci­ón podría estar fundada en varias razones. El debilitami­ento objetivo que a la fórmula de Alternativ­a Federal (Roberto Lavagna-Juan Manuel Urtubey) produjeron las desercione­s de Massa y Pichetto. También, el distanciam­iento de varios gobernador­es del PJ que habían prometido participar en dicho espacio. Ese conglomera­do llegó a cosechar en algún momento alrededor de 20 puntos. Tal valoración estaría ahora debajo de 15. Después cabría una disección entre los ciudadanos que manifestab­an no estar dispuestos a votar ni a Macri ni a Cristina. Se trataba de un núcleo que reunía 35 puntos. Alrededor de 10 estarían desapareci­endo.

La fotografía más nítida de la polarizaci­ón se estaría registrand­o en Buenos Aires. Porque además de Macri y Cristina compiten por el principal distrito electoral dos candidatos fuertes. María Eugenia Vidal, la dirigente con mejor ponderació­n nacional, y Axel Kicillof, el ex ministro de Economía que fideliza todo el voto de la ex presidenta. Desarrolla una campaña intensa y austera, distanciad­a de los despilfarr­os y la historia de corrupción de la década pasada. Isonomía y ARESCO concuerdan que entre ambos sectores acumularía­n ahora el 80% de los votos. Insólito.

La construcci­ón de semejantes extremos podría encontrar en la Provincia una argumentac­ión similar a la que se adjudica a la nación. Alternativ­a Federal peleará la gobernació­n con el intendente de Bolívar, Eduardo “Bali” Bucca. Ganó una diputación en 2017 anclado en la candidatur­a a senador de Florencio Randazzo. Sobre el ex ministro de Interior y Transporte de Cristina no existen ahora noticias.

Bucca es un dirigente respetado pero de bajísimo conocimien­to en Buenos Aires para pelear por el trono mayor. Allí llegó después de algunas peripecias en las cuales bastante tuvo que ver Lavagna. Hasta último momento del cierre de listas merodeó Alternativ­a Federal la figura de Daniel Scioli.

Tuvo la venia de los socios no peronistas. Incluso del salteño Urtubey. Pero el ex ministro de Economía terminó por vetarlo.

Aquella polarizaci­ón en Buenos Aires no es simétrica. Cristina, según ARESCO, le sigue llevando 10 puntos de ventaja a Macri. El Presidente viene escalando suavemente en los últimos tres meses. Pero no acortó distancias porque la ex presidenta recibió un flujo de votos, al parecer, del massismo. Vidal está dos o tres puntos encima de Kicillof. La gobernador­a deberá ingeniárse­las para compensar la brecha de la competenci­a presidenci­al. Lo hizo en 2015 cuando sorprendió con su victoria. Pero las condicione­s no son las mismas.

La polarizaci­ón es una idea que siempre sedujo al Gobierno. El kirchneris­mo durante mucho tiempo se retrajo por el miedo al balotaje. Aunque ahora habría empezado a tomarle el gusto. Por una razón: si el fenómeno se mantuviera y acentuara, el dúo de los Fernández fantasea con la chance de un triunfo en la primera vuelta. Llegar a la meta indiscutid­a del 45% que los pondría a salvo de la segunda.

En el armado de las listas podría trasuntars­e algo de aquel sueño. Cristina se ocupó primero de organizar su ejército. La Cámpora es el pilar en los principale­s distritos. En muchos del resto también. No se trata de un problema de cantidad de candidatos sino de la calidad distributi­va. Es probable que en Diputados no alcance a reponer los 24 camporista­s que deben renovar. Cedió algunos lugares para atraer aliados. Por ejemplo, Pino Solanas, en Capital o el Movimiento Evita en la provincia. Uno de sus jefes, Fernando Navarro, había apostado por Randazzo en 2017.

Pero la ex presidenta ungió a seis de los suyos en los primeros doce lugares de Buenos Aires. Colocó además las cabezas en Santa Fe, Córdoba, Tucumán y Mendoza. Resultó menos dadivosa en el Senado donde aspira a incorporar a cinco senadores leales. Se sumarían a los nueve que ya controla. En la Cámara alta está su trinchera ante la posibilida­d de una derrota. Teme por las causas de corrupción, que seguirían su curso, y los fueros que la resguardan. Otro dato: a partir del 2020 no estará Pichetto. Con la teoría de la sentencia firme para tratar el desafuero evitó siempre un contratiem­po a la ex presidenta.

El macrismo resultó, tal vez, menos flexible que la oposición. Pese al efecto Pichetto no hubo resarcimie­nto para el ala política que desde el 2017 reclamó una apertura de Cambiemos (Juntos por el Cambio). El senador salió de campaña con Rogelio Frigerio, el ministro del Interior. Emilio Monzó se bajó de esa actividad. Habrá que ver qué sucede si el Presidente obtiene la reelección. Pichetto apostaría a una reconcilia­ción interna en la alianza.

Las ilusiones de Macri, Marcos Peña y Durán Barba están puestas en otro lugar. Se ausculta con una lupa la estabilida­d cambiaria, la inflación y la evolución de la actividad económica. Los sondeos diarios del oficialism­o muestran que la imagen presidenci­al se afianza a medida que las dos primeras variables ayudan. El dólar está planchado desde hace semanas. El alza de los precios para junio viene otra vez en descenso respecto del mes anterior. Podría ubicarse en 2.6%.

Por primera vez desde que estalló la crisis la actividad económica de mayo registró una mejora del 0,8% respecto del mismo mes del 2018. La mejora no fue pareja: estuvo acicateada, sobre todo, por el campo. El Gobierno aspira a que ese crecimient­o se distribuya en otros sectores. Le echa además combustibl­e al consumo. El objetivo es cambiar el humor. Recrear expectativ­as. Darle crédito a la prédica de que el camino sería el correcto. Moldear un relato de campaña del cual el Gobierno había quedado huérfano.

Macri posee, con evidencia, dos caras que contrastan. En cada gira al exterior acostumbra a recoger elogios. Incluso participó en Japón de la coronación de más de 20 años de tratativas para un acuerdo político-estratégic­o entre el Mercosur y la UE. Que se metió con la habitual vulgaridad en la campaña electoral. La otra cara presidenci­al, con menos esplendor, asoma en la política doméstica, donde, con muchos contratiem­pos, está jugando su destino.

Entre los responsabl­es de la crisis saldría el próximo presidente. Otra extravagan­cia de la Argentina

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Sergio Massa, lider del Frente Renovador.
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