Clarín

Viaje a la noche drag queen Una transforma­ción que borra todos los géneros

No se definen como hombres, ni mujeres, ni trans. Se “draguean” por hobby o por trabajo. Y cada vez son más los espectácul­os que las contratan.

- Mariano Gavira mgavira@clarin.com

Hace tres horas que las tres se chocan en el pasillito que une el baño con el comedor. Van y vienen, apuradas, porque acaba de llegar el fotógrafo y todavía les falta un rato para terminar. Una lleva un corset en la cintura a medio apretar, la otra corre con un lápiz labial color rubí en la mano. Hay una más que las mira por su celular y registra todo para las redes sociales, aunque no se puso la peluca. La transforma­ción está en proceso.

Surgieron a mitad del siglo XIX, pero las drag queens están en la cresta de la ola: cada vez hay más fiestas temáticas, los espectácul­os teatrales las contratan para subir a los escenarios y en Netflix es tendencia el reality show que protagoniz­a RuPaul, la drag queen estadounid­ense más famosa del mundo, que es un éxito imparable. Nació como una representa­ción del sexo opuesto: drag significa “ropa”, y en la jerga teatral anglosajon­a designa a la vestimenta femenina para un actor masculino. Pero aseguran que ya no hay géneros. No son ellos, ellas ni tampoco elles: “No somos hombres, mujeres, ni trans, somos lo que queremos ser”, dicen, y lo gritan.

En su DNI figura que su nombre es Javier (27) , pero en esta charla con Clarín siempre será Santamaría, su alter ego con peluca rizada color lila y saquito celeste pastel. Cuenta que algunas drags lo hacen por hobby, por amor al arte, como es su caso: de día trabaja en un call center y de noche es drag queen. En cambio otros lo hacen para ganar dinero y entonces participan en shows y presentaci­ones. “A muchos les llama la atención el universo drag porque son medio tapados. En realidad, lo que fascina es la alegría y la forma que tenemos de mostrarnos sin prejuicios”, agrega.

El pago por la presencia en el boliche o por la performanc­e que cada una hace varía según cuán conocida y famosa sea la drag. Puede ir desde los $ 1.000 hasta los $ 5.000, donde a veces la función es estar ahí, mostrarse y sacarse fotos, no mucho más. Algunas tienen además un espacio para preparar una coreografí­a.

Una trabajador­a full time es Sónica Satana (27) que elige no dar ni una pista sobre su nombre real. Ella cuenta que tiene la suerte de vivir de ser drag queen. Todos los fines de semana se lookea y hace presentaci­ones. “Vivir de esto implica tener que trabajar muchísimo”, dice ella, casi dos metros, botas negras, pantalón y campera de látex. En “otra vida” -como cuenta- supo ganarse el pan como peluquero.

Dentro del ambiente se conocen casi todas, se siguen en Instagram, tiene grupos de WhatsApp. No viven

las 24 horas del día “montadas” en sus personajes. Es difícil encontrarl­as en el tren o mientras hacen la fila del supermerca­do. Están en un lugar y un espacio determinad­o. En Buenos Aires, en los años 80, brillaron primero en los sótanos del under y en los 90 fueron un faro en las pistas de El Dorado, Bunker o Morocco. Hoy tienen un lugar donde brillar: Trabestia Drag Club. La primera fiesta drag queens que cada vez suma más gente.

“El drag siempre estuvo en las fiestas como decorado y la idea de Trabestia es que puedas ir montado, que no seas raro y que el raro sea el que no va montado”, cuenta Matías Madala, creador del evento que se realiza cada dos meses y que en la última fecha tuvo más de 600 personas.

Matías es también Le BrujX. Dice que el drag significa resistenci­a, habla de la revolución Stonewall, que dio origen al Día del Orgullo hace 50 años en Estados Unidos, asegura que el mundo ideal no existe o que por lo menos nunca lo verán: “Nosotras no estamos bien vistas todavía en la sociedad. Aunque sabemos que estamos mejor que hace dos décadas. Hoy hay más informació­n y por ejemplo un chico de 12 años puede acceder a tutoriales en Internet sobre cómo vestirse como nosotras”.

A muchos les cuesta contarlo en sus casas, comunicárs­elo a su familia: “En mi caso mis papás querían que fuera arquitecto. Querían que construya palacios, pero yo en realidad lo que quería era ser la reina del palacio”, ríe Santamaría. Mi papá nunca me quiso como soy”, dice Sónica y Le BujX va más allá: “A mi no me interesa lo que piensan”.

No hay una drag igual a otra, son todas diferentes porque la construcci­ón del personaje depende de la historia y las vivencias de cada perso

na. “En el drag podes hacer lo que quieras, no hay reglas”, agrega Madala. Para el artista, draguearse es toda una profesión, por el grado de dificultad y detalle que tiene la vestimenta y el método del maquillaje. La transforma­ción demora en promedio cuatro horas y el look puede llegar a costar más de $ 5.000.

La lucha por la igualdad entre el hombre y la mujer, las conquistas feministas y la concepción del género hacen que el fenómeno resurja. Que se viva una especie de fiebre drag. Las chicas lo saben, lo dicen mientras corren de un lado al otro y se visten, apuradas. Todavía falta para que la transforma­ción termine. ■

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FOTOS: ANDRÉS D’ELÍA Bien producidas. Le BrujX, Sónica Satana y Santamaría, las tres “drag queens” contaron que en su ambiente se conocen entre todas.
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Cuatro horas. Es lo que les lleva en promedio la “transforma­ción”.
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Presencia. Trabajan en boliches y cobran hasta 5 mil pesos por noche.

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