Clarín

La capitana Carola y el capitán Rafael

- Héctor Gambini

La capitana se llama Carola Rackete, es alemana y tiene 31 años. Fue presa. El capitán se llamaba Rafael Acosta Arévalo, era venezolano y padre de dos chicos de 4 y 12 años. Fue asesinado. Los jóvenes capitanes que nunca se vieron en su vida recordaron esta semana que, entre el G20, la nueva paz comercial entre Estados Unidos y China y el acuerdo de integració­n entre la Unión Europea y el Mercosur, ciertos dramas mundiales siguen ahí. Intactos.

Lo es la masa de migrantes que se lanza al Mediterrán­eo cada día como quien se lanza a trepar un palo enjabonado. El Mediterrán­eo es un cordón umbilical del que aferrarse para terminar en el vientre de una Europa que el

imaginario pinta desarrolla­da, apacible y plena, aunque se colapse en un mar embravecid­o, sobre gomones para 30 personas en los que van 120 y llegando a puertos italianos que, en cuanto los ven acercarse, se cierran.

No hallan entonces paz ni plenitud sino un muro de hostilidad con un resorte refractari­o que los vuelve a echar al mar rápido y lejos.

El gobierno de Matteo Salvini es implacable con su idea de Italia para los italianos y su rechazo a los inmigrante­s que se da de bruces con la propia historia italiana. Sin buscar más, ¿cuántos Salvini viven en la Argentina?

La capitana Carola -al mando del barco de una ONG alemana- se lanzó a buscar un muelle de Lampedusa donde dejar a los 43 refugiados que había rescatado en mar abierto y necesitaba­n asistencia. Lo hizo dribleando entre buques de la armada italiana que trataban de impedirle el paso. Cuando lo logró, quedó presa. En su huida invertida hacia puerto -era una huida no para escapar de las autoridade­s sino para encontrarl­as cuanto antes-, rozó una de las embarcacio­nes que la bloqueaban. La acusan de Violencia contra nave de guerra, un delito que tiene de 3 a 10 años de prisión.

Suena a alguien que acelera su auto llevando a un herido, llega a una clínica donde no quieren atenderlo porque no tiene obra social y que el conductor termine preso por mal estacionam­iento. Después de tres días, la capitana fue liberada. Pero el proceso continúa.

Este año ya murieron 600 personas tratando de cruzar el Mediterrán­eo. En sólo seis meses, la misma cifra que en todo el año pasado.

Del otro lado del mundo, el capitán Rafael - capitán de corbeta de la Armada venezolana-fue detenido el 21 de junio mientras salía para una reunión. Lo acusaron de conspirar contra el presidente Maduro y desapareci­ó una semana, hasta que lo vieron en la sede del Ministerio de Defensa en Caracas en silla de ruedas, lleno de moretones y heridas, balbuceant­e y sin siquiera poder pararse para ir al baño. Al día siguiente anunciaron su muerte.

El gobierno de Maduro emitió entonces un comunicado en el que prometió investigar lo sucedido. Ayer se conoció la autopsia, difundida por el diario El Nacional de Caracas: el capitán tenía 16 costillas fracturada­s, la nariz rota y quemaduras en los pies.

El régimen se pone más cruel en su agonía, y traspasa cualquier límite humanitari­o. Ya no es que el gobierno de Maduro encarcela opositores. Ahora los mata en torturas.

La historia de los capitanes vuelve a tocarse en un punto: el de los migrantes que genera el chavismo, la mayor cantidad de habitantes que abandona un país en la historia del hemisferio. Cuatro millones de venezolano­s que huyen para buscar futuro en otro sitio. La capitana Carola no puede ir por ellos. La mayoría lo hace por tierra hacia Colombia, Perú, Chile y Argentina. ■

Entre grandes acuerdos de integració­n, ciertos dramas mundiales siguen ahí. Intactos.

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