Clarín

El autor que propuso comerse a los chicos

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

“Es un asunto melancólic­o para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunan­do a cada viajero por una limosna”, empieza el texto. Y esto les va a sonar: “Esas madres, en vez de hallarse en condicione­s de trabajar por su honesto sustento, se ven obligadas a perder todo su tiempo en la vagancia, mendigando para sus infantes desvalidos que, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo”. ¿De cuándo es esta observació­n? ¿En qué lugar del mundo? Prepárenes­e: se trata de Irlanda y del siglo XVIII. Al autor de estas líneas también lo conocen: Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, un libro que, bien leído, es una sátira política.

Swift tenía un cargo eclesiásti­co y era un nacionalis­ta irlandés. En 1729, cuando se publicó Una modesta proposició­n, uno de cada cuatro chicos no llegaba a adulto y los alquileres ahogaban a los campesinos inquilinos. Entonces Swift afila su pluma y escribe “para prevenir que los hijos de la gente pobre en Irlanda, sean una carga para su patria o sus padres, y para hacerlos beneficios­os a la sociedad”.

No esperen bondades. Swift va a fondo contra quienes se incomodan con la pobreza. Entonces, en el tono que saben usar quienes trabajan con la ironía, dice que él tiene una solución. Y que su idea, además, “evitará esos abortos voluntario­s y esa práctica horrenda, ¡cielos!, demasiado frecuente entre nosotros, de las mujeres que asesinan a sus hijos bastardos”.

Los chicos, explica, no son problema hasta el año, porque se alimentan casi gratis, de la teta de la mamá. Es justamente a partir de ese momento en que hay que hacer algo.

Calcula unos 120.000 chicos muy pobres en el Reino. ¿Cómo se los va a educar, cómo se los va a mantener?, se pregunta, “porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultur­a: ni construimo­s casas ni cultivamos la tierra. Y ellos raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozment­e dotados; aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes”.

¿Alguna otra solución? “Nuestros comerciant­es –dice Swift– me han asegurado que un muchacho o muchacha no es mercadería vendible antes de los doce y que aun cuando lleguen a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacció­n, lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al Reino el gasto de alimento y harapos, que ha alcanzado por lo menos cuatro veces ese valor”.

Descartado todo esto, ahora, sí, la idea: “Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño saludable y bien criado constituye, al año de edad, el alimento más delicioso, nutritivo y comerciabl­e, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y yo no dudo de que servirá igualmente en un fricasé o un guisado”, dice Swift. Las ventajas, señala, están a la vista: los pobres tendrán algo embargable y si paren mucho, podrán ganar dinero.

Para convencers­e propone que “pregunten primero a los padres de estos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad (...) y de ese modo haberse evitado una completa escena de infortunio­s como la que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenie­ntes, la imposibili­dad de pagar la renta sin dinero, la falta de alimentaci­ón y de casa y vestido para protegerse de las inclemenci­as del clima, y la más inevitable probabilid­ad de legar parecidas o mayores miserias a sus descendien­tes para siempre”.

Siglo XVIII, Irlanda. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidenc­ia. ■

 ??  ?? Cuchillo y pluma afiladas. Ilustració­n con la que se publicó en su edición en español “Una modesta proposició­n y otras sátiras”, de Jonathan Swift.
Cuchillo y pluma afiladas. Ilustració­n con la que se publicó en su edición en español “Una modesta proposició­n y otras sátiras”, de Jonathan Swift.

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