Clarín

Esos fugaces amores eternos

- Silvia Fesquet sfesquet@agea.com.ar

“Hay amores eternos, que duran lo que dura un corto invierno”. La voz aguardento­sa de Joaquín Sabina desgrana por enésima vez su tema, que de tan oído corre el riesgo de no ser escuchado, e invita a reparar en lo que canta. Promesas, juramentos, palabras e intencione­s que se desvanecen a la vel ocidad de un suspiro. Pasiones arrollador­as, que llegan con la fuerza de un huracán, duran exactament­e lo mismo que el fenómeno y exhiben idéntica capacidad de daño. “Amores de estudiante, flores de un día son”, asoma en la memoria la voz inconfundi­ble de Gardel y uno de sus tangos emblemátic­os. No hay edad, o condición, para ser sacudido por esos arrebatos de los sentidos y el corazón, tan voraces como efímeros.

Efímeros son, justamente, unos curiosos insectos que, según la informació­n que me hace llegar una amiga, se encuentran en el río serbio de Tisa, en Kanjiza, una localidad poéticamen­te conocida como “del silencio”. Allí, y en junio, se produce un espectácul­o hermoso y desgarrado­ramente particular. A la hora del crepúsculo emergen desde el fondo del río los Tiski cvet, que en forma de larvas habían estado allí por tres años, para convertirs­e en insectos alados, condenados a vivir apenas veinticuat­ro horas. Su única urgencia es copular, para garantizar la superviven­cia de la especie. Primero salen los machos, que encuentran a las hembras, se aparean y mueren. Después de dejar en el agua su legado de miles de huevos, morirán ellas. “Vuelo de boda” es el nombre que se da a esos brevísimos momentos. Toda la vida concentrad­a en apenas unas pocas horas intensas y definitiva­s. Fugaces, como tantos amores eternos.

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