Esos fugaces amores eternos
“Hay amores eternos, que duran lo que dura un corto invierno”. La voz aguardentosa de Joaquín Sabina desgrana por enésima vez su tema, que de tan oído corre el riesgo de no ser escuchado, e invita a reparar en lo que canta. Promesas, juramentos, palabras e intenciones que se desvanecen a la vel ocidad de un suspiro. Pasiones arrolladoras, que llegan con la fuerza de un huracán, duran exactamente lo mismo que el fenómeno y exhiben idéntica capacidad de daño. “Amores de estudiante, flores de un día son”, asoma en la memoria la voz inconfundible de Gardel y uno de sus tangos emblemáticos. No hay edad, o condición, para ser sacudido por esos arrebatos de los sentidos y el corazón, tan voraces como efímeros.
Efímeros son, justamente, unos curiosos insectos que, según la información que me hace llegar una amiga, se encuentran en el río serbio de Tisa, en Kanjiza, una localidad poéticamente conocida como “del silencio”. Allí, y en junio, se produce un espectáculo hermoso y desgarradoramente particular. A la hora del crepúsculo emergen desde el fondo del río los Tiski cvet, que en forma de larvas habían estado allí por tres años, para convertirse en insectos alados, condenados a vivir apenas veinticuatro horas. Su única urgencia es copular, para garantizar la supervivencia de la especie. Primero salen los machos, que encuentran a las hembras, se aparean y mueren. Después de dejar en el agua su legado de miles de huevos, morirán ellas. “Vuelo de boda” es el nombre que se da a esos brevísimos momentos. Toda la vida concentrada en apenas unas pocas horas intensas y definitivas. Fugaces, como tantos amores eternos.