Clarín

Un venezolano en Argentina y el queso y dulce

- Eduardo Barroeta ebarreto@clarin.com

Llevaba casi tres años viviendo en la Argentina el día en que probé por primera vez el famoso postre vigilante. Entré al buffet de la redacción de Clarín y pregunté por una barra con queso y dulce que se destacaba en el mostrador, ya que estaba aburrido de comer alfajores todo el tiempo.

Todo país tiene sus costumbres particular­es, unas más arraigadas que otras, pero aquí aprendí que el argentino vive todo con mucha intensidad. Aquella tarde, con mi plato de queso y dulce, lo comprobé. Mis compañeros de trabajo me miraron con asombro y enseguida el equipo se dividió entre los que preferían la versión con queso y dulce de batata y aquellos que se quedaban con el dulce de membrillo, como si se tratara de un partido de fútbol en el que cada quien asume su bando inalterabl­e. Yo probé el postre, me gustó y quise seguir probándolo.

Casi sin saberlo, aquel día marcó un antes y después en mi vida y buscar este plato se hizo un hábito. Con el tiempo mi paladar se volvió más exigente: con sólo ver el empaque desde afuera ya sabía qué tan fresco estaba, e imaginaba su sabor al destaparlo. Algunos días prefería no mirar el mostrador y aguantarme para reducir el consumo. También hubo momentos difíciles en aquellas jornadas en las que mi postre favorito no estaba en el menú y tenía que esperar pacienteme­nte a que regresara.

Pasaron los meses y probé dulce de distintas marcas y combinado con varios quesos, en efecto unos más deliciosos que otros, pero nada como el primero.

Y, ojo, ¡siempre con dulce de batata! ■

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