Clarín

Experienci­as exitosas en el combate a la pobreza

- Nicholas Kristof

Periodista y columnista del The New York Times

El Estribo, Paraguay - Para combatir la pobreza en los Estados Unidos u otros países, damos dinero y alimentos, agua limpia y atención médica… y todo esto es importante. Pero un conjunto cada vez más grande de evidencias indica que la necesidad más fundamenta­l podría ser algo menos tangible. La esperanza.

Cuando la ayuda quiebra el ciclo de la pobreza, el mecanismo a menudo parece consistir en aumentar la confianza en uno mismo y engendrar una nueva percepción de las posibilida­des que entonces las personas se esfuerzan más por concretar.

Estoy realizando mi periplo anual del concurso de The New York Times “Ganar un viaje”, en el cual llevo a un estudiante – este año es Mia Armstrong de la Universida­d del Estado de Arizona- a realizar una cobertura periodísti­ca para estudiar la pobreza y la forma de solucionar­la. Hemos recorrido caminos embarrados y atravesado arroyos para llegar a este pueblo apartado del norte de Paraguay con el fin de analizar una estrategia de ayuda que ha resultado sorprenden­temente exitosa porque da a las familias nuevas esperanzas.

Se denomina Enfoque de Graduación, porque la idea es que las personas se gradúen y salgan de la pobreza y no tratar sus síntomas únicamente. Los primeros resultados de un ensayo mundial aleatoriza­do provocaron revuelo en 2015 al constatars­e un retorno económico del 433% -¡igualen eso, fondos de alto riesgo!- y ahora estamos empezando a obtener resultados igualmente impresiona­ntes que abarcan diez años.

El Enfoque de Graduación detecta a las personas más pobres y les da una vaca o las ayuda a organizar una pequeña empresa y les brinda asesoramie­nto, un mecanismo para ahorrar y otro tipo de apoyos. Los que participan a veces parecen renacer. Obtie

nen ingresos no sólo de su vaca o empresa sino también porque su salud mental mejora y se esfuerzan más en proyectos no relacionad­os.

En este pueblo de personas aborígenes, conocimos a Elodia Solano, de 40 años, una mujer delgada con espeso cabello negro que enmarca un rostro alargado. Hace dos años había caído en una trampa de pobreza y desesperac­ión. Su marido la había abandonado por otra mujer y sus vecinos se burlaban de ella. Estaba deprimida y humillada y se había dado por vencida.

Y entonces el Enfoque de Graduación llegó al pueblo y se sintió alentada a crear una empresa de fabricació­n de canastos y carteras para venderlos en la lejana capital, Asunción. Le cuesta sólo 14 dólares el boleto de ida y vuelta a Asunción pero puede vender una pila de canastos por más de 100. Según los valores que se manejan en su pueblo, ahora ella está forrada en plata.

Otras mujeres del pueblo sintieron envidia de su éxito y le pidieron consejo, así que Solano ha enseñado a 17 mujeres a hacer canastos. Ahora es admirada como una de las personas exitosas del lugar. “Mi marido volvió para ver si lo aceptaba nuevamente”, nos contó Solano. “Pero no quise porque me había tratado muy mal”. Y esbozó una amplia sonrisa.

Felicita Villalba, una vecina, confirmó la historia y agregó que ahora los habitantes del pueblo dicen que el marido fue un tonto al abandonar a una esposa tan inteligent­e.

Otra mujer del pueblo, Irene Gómez, de 56 años, creó una empresa de elaboració­n de empanadas. Hace 60 por vez y luego envía a su marido a caminar 6 kilómetros para venderlas junto a un camino.

“Antes, muchas veces pasábamos hambre”, dijo Gómez. “Y con suerte comíamos carne una o dos veces por mes. Ahora tenemos comida, mis hijos tienen uniformes para la escuela y comemos carne cada dos días”.

Su hija está terminando la escuela secundaria y la familia planea usar las ganancias que dan las empanadas para mandarla a la universida­d. Será la primera joven de la zona que acceda a la educación superior.

Angelina Cheppe, coordinado­ra local del programa Graduación, dice que, conforme las mujeres obtenían ingresos, el hecho de que ascendiera­n en estatus hizo que se terminara la violencia doméstica contra ellas.

“Ahora los hombres tienen miedo de pegarle a una mujer”, dijo. “Las mujeres se han despertado”. Obviamente, no basta con decirle a la gente que tenga esperanzas. Se necesita algo para acabar con la desesperac­ión: puede ser educación o grupos de microahorr­o o diversos tipos de asistencia.

La iniciativa de El Estribo es reflejo de un esfuerzo del gobierno paraguayo y Naciones Unidas para utilizar el Enfoque de Graduación para reducir la pobreza entre los aborígenes del país. Jorge Coy, de la agrupación estadounid­ense de ayuda Trickle Up, que usa el Enfoque de Graduación y asesora a Paraguay sobre la forma de implementa­r el programa, dice que el componente psicológic­o es crucial. “No es cuestión sólo de capacitarl­os para hacer algo técnico”, señaló. “Hay que enseñarles algo más profundo: la confianza en sí mismos”.

Esa es una lección que Naciones Unidas puede aprender de manera provechosa en el Paraguay rural. Esther Duflo, economista del Instituto de Tecnología de Massachuse­tts que ha estudiado el Enfoque de Graduación, hace notar que los programas estadounid­enses para los pobres a menudo son estigmatiz­antes y le roban a la gente su autoestima en lugar de fortalecer­la.

Si Estados Unidos quiere resolver el problema de la pobreza de manera más eficaz, debería reestructu­rar sus programas para que refuercen la dignidad. Los programas para la primera infancia lo hacen y también el crédito fiscal por los ingresos devengados, y quizá por eso son tan eficaces.

Otra lección podría radicar en el hecho de que Paraguay se centra en los pueblos aborígenes. En gran parte del mundo, de los Estados Unidos a Australia, las comunidade­s indígenas están sumidas en una profunda pobreza. Sin duda, si Paraguay puede encontrar la manera de sembrar esperanza en esas comunidade­s, el mundo rico también puede hacerlo. ■ Copyright The New York Times, 2019.

Traducción: Elisa Carnelli

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