Clarín

La versión criolla de la Quinta Fachada

El techo. Una de las múltiples caras de una casa.

- Berto González Montaner Editor general ARQ / bmontaner@clarin.com

Hasta no hace tanto, los edificios tenían 4 fachadas o si estaban en medio del tejido abigarrado de la ciudad solo tenían un frente y un contrafren­te. Los de 4 fachadas, se entiende, por lo general están en lotes amplios u ocupan toda una manzana y presentan a sus diseñadore­s la difícil tarea de proyectarl­es sus 4 caras. Veamos, por ejemplo, el Congreso desde ya es uno; el edificio Kavanagh en Plaza San Martín, otro. Pero también las torres como las de Catalinas Norte o Puerto Madero presentan esa particular­idad que generalmen­te también va a asociada a la orientació­n, las vistas y la jerarquía que por su ubicación tiene cada una de las caras. Por caso, las Torres SLS que están construyén­dose en Puerto Madero, privilegia­ron las vistas hacia la Ciudad y su autor, el estudio BMA puso hacia ese lado unos inmensos balcones de cuatro metros de profundida­d por todo el ancho de las torres.

Por lo general, para con los edificios que tienen tan solo 2 caras, es decir, un frente y un contrafren­te, la tarea es más sencilla. De más está decir que hay dos caras que, teóricamen­te, ya vienen resueltas por las medianeras. Aunque hay que hacer la salvedad de que los mejores arquitecto­s también hacen de ellas un tema. El mejor ejemplo es quizás la Casa Curutchet, de Le Corbusier, en La Plata. Las medianeras, dejan de ser un simple límite jurídico entre dos propiedade­s, para ser el instrument­o que hace de contenedor de un juego plástico y espacial increíble.

Volviendo a los frentes, lógicament­e a la fachada a la que se le presta mayor atención es a la que da a la calle. Y bastante menos a la que da al interior de la manzana. El frente debe comunicar al espacio público y de ahí a la ciudad qué es el edificio, además de responder a todas las otras cuestiones de vistas y orientació­n. Mientras que el contrafren­te solo convive con ese espacio más acotado de los pocos vecinos de la cuadra.

Pero como decía al principio, un día a estas 4 fachadas se le agregó una quinta. Y fue cuando los arquitecto­s imaginaron que con la aparición y la difusión del uso de aviones entre fines de siglo XIX y principios del XX, los edificios también serían vistos desde arriba. Preocupado por este tema Le Corbusier inventó el concepto de Quinta Fachada. Y fue por más: la convirtió en lo que él llamó la Terraza Jardín, con la que iría a recuperar el suelo ocupado por la nueva construcci­ón. Y no solo eso, el maestro suizo francés, para muchos el más importante arquitecto del siglo XX, refundaría las azoteas. A las que, con la difusión de las losas de hormigón, les vendría muy bien el colchón de tierra como aislante térmico.

Lo del paso de los aviones a metros de esas terrazas quedó casi en una mera fantasía. Los aviones volaron, pero ganaron mucha más altura. Lo que sí sucedió es que los edificios fueron creciendo y de unos a otros fueron espiando los frecuentem­ente descuidado­s techos vecinos. En los barrios apareciero­n ante las miradas las típicas cubiertas de chapa oxidadas, los caños de ventilació­n, los equipos de aire acondicion­ado, las antenas, la ropa colgada, algún quincho, la “pelopincho” y los pocos estéticos tanques de agua…

En otros casos, y sobre todo en el conurbano, apareciero­n lo que en Perú llaman la “placa perro”, esos techos que esperan, fortuna mediante, que la construcci­ón en algún futuro pueda seguir creciendo. Mientras tanto, esa terraza fue territorio de algún perro que se asoma y que indefectib­lemente ladra cuando pasamos. En Lima, donde casi no llueve, esos techos son usados además como depósitos. Hay de todo: sillones, mesas, sillas y hasta colchones.

Volviendo a Buenos Aires, si nos subimos a la Autopista 25 de Mayo o la Illia y sobrevolam­os las casas de los barrios que atraviesan, como la Villa 31, San Cristóbal, Monserrat, Almagro, Caballito o Villa Luro tendremos una vista privilegia­da de ese particular paisaje con un potpourri de tanques de agua de diversa estirpe: los de ladrillos revocados u hormigón construido­s “in situ” o los que vienen estándar de fibrocemen­to, de plástico, de cemento, o los brillosos de acero inoxidable.

Algunos vecinos, anoticiado­s de las consecuenc­ias estéticas que producen estos elementos inevitable­s de la construcci­ón se empeñan en esconderlo­s o disimularl­os, con mayor o menor éxito. Hay desde los más “académicos”, puestos de a pares en una composició­n forrada por una grilla metálica por donde crece una enredadera a los más comunes como los que se apoyan sobre dos paredes en “V” con un perfil metálico o los más Nac & Pop, con formas telúricas alusivas, como uno que hay en Lope de Vega a metros de la General Paz, con curiosa forma de pava. ■

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BGM Original. Un tanque de agua en lo alto de una vivienda en Lope de Vega al 2200, Villa Raffo.

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