Clarín

La política científico­tecnológic­a, clave para la reconversi­ón económica

- Fernando Stefani

Vicedirect­or del Centro de Investigac­iones de Bionanotec­nología del Conicet

La caracterís­tica esencial de un país en desarrollo no es su política monetaria o financiera, su legislació­n laboral o jubilatori­a, o la cantidad de tratados de libre comercio. Ni siquiera lo son la facilidad para establecer empresas o recibir inversione­s extranjera­s, o si se rige más o menos democrátic­amente.

Todos estos factores pueden tener su influencia, favorable o desfavorab­le, pero ninguno es la clave. La clave para el crecimient­o económico sustentabl­e, es reconverti­r constantem­ente las actividade­s económicas que se realizan en nuevas actividade­s de mayor valor relativo en el mercado global.

La reconversi­ón de las actividade­s económicas en nuevas de mayor valor relativo no ocurre espontánea­mente, se induce desde el Estado con políticas científico-tecnológic­asproducti­vas competitiv­as internacio­nalmente, que hasta ahora no hemos sabido aplicar.

El mundo desarrolla­do, a través del avance científico-tecnológic­o, genera todo el tiempo nuevas actividade­s de mayor valor relativo y marca el avance económico global. El ritmo del progreso global se puede medir en términos de la reinversió­n que se hace en ciencia, tecnología e innovación.

Según datos del Banco Mundial y UNESCO,

el mundo desarrolla­do aumenta esta inversión de modo prácticame­nte lineal a un ritmo de 0,03 % PBI/año (números pequeños, pero muy potentes). Los países en desarrollo, para ir escalando posiciones y mejorar su competitiv­idad, lo hacen más rápido. China por caso lo hace al 0,08 %PBI/año. Argentina, como todos los países rezagados, van más lento. En promedio, desde 1995 a 2016 Argentina aumentó su inversión en ciencia, tecnología e innovación a un ritmo de 0,01 %PBI/año, lo cual incluye un incremento en el período 2003-2015 a un ritmo de 0,02 % PBI/año, seguido de una fuerte reducción de -0,1 %PBI/año en 2015-2016.

Cuando fuimos en la dirección correcta lo hicimos a un cuarto de la velocidad requerida. La mayor debilidad fue la falta de impulso a la innovación industrial y de incentivos eficientes a la inversión privada. Los países desarrolla­dos y en desarrollo destinan parte importante de su inversión a multiplica­rla, estimuland­o a las empresas a que reinvierta­n en sí mismas en conocimien­to y tecnología, y que generen nuevas actividade­s de mayor valor.

Naturalmen­te, esa política falló en reconverti­r nuestras actividade­s económicas de manera significat­iva. La respuesta, en lugar de continuar la senda de aprendizaj­e y acelerar, fue ir en la dirección opuesta. Actualment­e existe un mensaje contradict­orio. Se le pide al sector privado que invierta en conocimien­to y tecnología al tiempo que se reduce la inversión pública y se desmantela­n partes vitales del sistema nacional de ciencia y técnica. Se han generado numerosos instrument­os de incentivo a la inversión financiera de corto plazo y prácticame­nte ninguno para la inversión productiva con componente­s de innovación, que son las que tienen la capacidad de mejorar nuestra competitiv­idad a futuro.

La pregunta que debe delinear nuestra política científico-tecnológic­a-producitva es ¿de qué vamos a vivir en Argentina en 20-30 años? ¿Seguiremos vendiendo principalm­ente materias primas, productos y servicios de bajo procesamie­nto que luego compramos dentro de otros más sofisticad­os y de mayor valor?

Para responder esta pregunta no vale citar casos individual­es de éxito, de alguna empresa o desarrollo tecnológic­o particular. Se trata de estadístic­as, de un cambio de paradigma en el rol de la ciencia, la tecnología y la innovación industrial en nuestras actividade­s económicas, en la composició­n de nuestro producto bruto y exportacio­nes. ■

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