Clarín

El ex mecánico que logró motivar a sus alumnos y bajar la deserción escolar

Ariel Rotondo tenía 17 años cuando dejó la secundaria para trabajar en un taller. De esa experienci­a gestó un modelo que bajó la deserción y mejoró los resultados.

- Rocío Magnani rmagnani@clarin.com

Ariel Rotondo dejó la secundaria a los 17 años para trabajar en un taller. Aprendió solo a usar una computador­a, terminó el secundario y a partir de su experienci­a desarrolló un nuevo método educativo. Los chicos trabajan en equipo y por proyectos, tienen talleres y no materias tradiciona­les,

se autoevalúa­n junto con el docente. Este sistema es el que aplican en la escuela que dirige, Instituto Superior Estrada, que cuenta con 170 alumnos. Superó la media de evaluacion­es Aprender 2017 y logró bajar el abandono escolar. Otros colegios analizan replicar un modelo similar.

Hace un par de años, el fibrón lo tendría la profesora de contabilid­ad. Pero Stella está al fondo del aula charlando con un alumno de quinto, y la que tiene control de la pizarra es una de las chicas. Las mesas no están mirando hacia adelante, sino organizada­s en grupo. Hay bullicio, como ese ruido de cafetería en el que todos hablan al mismo tiempo. Pero no es desorden, están trabajando. En esta escuela la premisa es que la clase la dan los chicos. Y lo más insólito es que se cumple.

Santa Teresa es una localidad de 3.000 habitantes a 55 kilómetros de Rosario. Las vías del tren dividen las 30 manzanas donde viven los más ricos (norte) de los más pobres (sur). La escuela secundaria fue históricam­ente para los que se ubicaban del lado favorecido, mientras que en muchas de las otras familias lo usual era completar la primaria y ponerse a trabajar en la actividad municipal, en el campo o en las tareas de cuidado.

En 2010, cuando Ariel Rotondo se hizo cargo de la escuela Instituto Superior Estrada (ISE), los pibes que terminaban eran la mitad de los que habían empezado, una cifra que sigue el promedio nacional. En Argentina, uno de cada dos chicos no terminan la escuela. Ex-mecánico de autos devenido en docente de informátic­a, sentía que el sistema de enseñanza era el mismo que lo había “desilusion­ado” en los años 80 y que la clave estaba en motivar a los chicos para que quisieran aprender por sí mismos.

Entonces, con la colaboraci­ón de algunos docentes, estudió las causas del abandono escolar e investigó métodos de aprendizaj­e por proyectos para construir un marco teórico sobre el cual sostener el nuevo modelo. Hizo pruebas y en 2015 decidió abandonar el círculo de la enseñanza tradiciona­l. “Es dejar esto de dar una clase magistral -el típico teórico expositivo-, tomar una prueba, poner una nota y esperar a ver si el chico pasa o no pasa de año”, explica.

A lo largo de tres años, Rotondo y su equipo fueron perfeccion­ando este sistema, que se enfoca en el estudiante y tiene tres patas: una estrategia didáctica en la que participan todos los chicos, un proyecto en equipo y una evaluación en la que la nota se decide de manera consensuad­a entre alumnos y docentes. Y lo más importante es que no se aprende de forma fragmentad­a, una materia aislada de la otra, sino transversa­lmente: en cada trabajo grupal interviene­n otras materias y se trabaja en competenci­as más generales, como la expresión o el compañeris­mo.

Los chicos van a la escuela cuatro horas al día. Tres horas tienen una materia asignada y en la cuarta pueden elegir en qué taller participar. En Contabilid­ad, el quinto año avanza en tributos. La profesora Stella Domizi empezó hace unas semanas con una rutina didáctica en la que pidió a los chicos que investigar­an. No hay una fotocopia específica para leer. Cada uno busca informació­n en Internet o la biblioteca local, y entre todos van construyen­do las definicion­es.

Luego siguieron con un proyecto: una encuesta en el barrio para evaluar cuánto saben los adultos sobre tributos y, con la profesora de Derecho, harán un subproyect­o sobre contratos bancarios. El objetivo es que los estudiante­s aprendan las nociones básicas, y acompañar a los que quieran profundiza­r un poco más.

“Como docente, ser una guía para que el chico aprenda es lo más lindo que puede ocurrir”, dice Stella, que observa cómo sus alumnos avanzan con la tabulación de los datos. Nunca se sintió de la idea de una clase en la que ella hablaba y los alumnos la escuchaban callados, pero cuenta que le costó romper con la planificac­ión con tiempos cronometra­dos a la que estaba acostumbra­da.

“En el aula -cuenta- parece que está todo desordenad­o, pero no. Están trabajando. Los chicos ya no están aburridos como meros receptores. Ahora, hasta los más tímidos tienen que hablar y, en un grupo chiquito, van tomando confianza. Hay movimiento en el aula. Saben buscar informació­n y debatir.”

- Esa cuenta no da, grita un chico desde el fondo. La chica del fibrón terminó de anotar los resultados de la encuesta en la pizarra.

- ¿Cómo que no da? ¿Y qué hace

mos?, le responden de otro equipo. Stella interviene para explicar que un auditor pediría un recuento de datos.

La escuela está en la parte sur de Santa Teresa. El edificio era una construcci­ón de los ferrocarri­les que un grupo de padres convirtió en escuela en los '50. Tiene 170 alumnos, es privada y en el pueblo la conocen como “la ISE”, aunque algunos le dicen “Rotondo School” por la impronta que le dio el director. En los últimos años la institució­n mejoró en todos los indi

cadores: aumentó la matrícula, terminó con el abandono escolar, y prácticame­nte todos los alumnos que empiezan en primer año terminan en tiempo. Además, los resultados de las pruebas Aprender 2017 superaron los de la media nacional.

Para Ariel Rotondo, es un logro a nivel personal. Pudo revertir los factores que hicieron que él mismo dejara la secundaria 35 años atrás. En 1982 tenía 17 y le faltaba el último año para terminar, pero sentía que la escuela no le servía. Así que dejó y puso un taller mecánico con su papá. Un día ganó la quiniela y compró una computador­a, la primera que hubo en su

pueblo. Como es natural, no había nadie para enseñarle y tampoco existía Internet, así que aprendió solo. Con los años, se convirtió en el único docente de informátic­a de la zona.

Dar clases le gustó. “Me motivaba estar con los chicos y acompañarl­os en el aprendizaj­e. Esto de ser autodidact­a me apasionaba y me parecía que todo el mundo tenía que serlo, aprender por sí mismo y con su tiempo". Recién entonces, en el '98, terminó la secundaria con la meta de me

terse de lleno en educación y cam

biar las cosas: “La escuela debe ser pensada desde cada individuo. Hay una escuela en cada individuo”.

Las reformas no fueron sólo en la forma de aprender. Algunas clases se dan al aire libre, se ofrecen pasantías optativas para los alumnos, todas las semanas los chicos tienen charlas con profesiona­les de la localidad y el centro de estudiante­s participa de las reuniones de personal en las que se definen los proyectos a desarrolla­r.

Suena el timbre y quinto vuelve al aula. Claudia Bonifazi, la profesora de inglés, les anuncia que, como ya terminaron el trabajo, hoy tendrán

coevaluaci­ón. Se sientan en grupo y empieza Giuliana (17). El primer punto a evaluar, antes de pasar a la expresión oral y escrita, será el de “actitud ante los errores”.

La chica tiene que ponerse un puntaje del uno al cuatro, en el que uno significa que no pudo detectar los errores por sí misma y cuatro que los pudo detectar, corregir, no volver a cometer y utilizó lo aprendido para ayudar a otro compañero. “Un uno, profe”, se puntúa, y la profesora le pregunta al resto del equipo si está de acuerdo. Una de sus compañeras argumenta que le correspond­ería un dos. La docente anota la calificaci­ón en una aplicación de celular que hará un promedio con el resto de notas.

Rotondo destaca que esta forma de evaluar es parte del aprendizaj­e y que no se trata de una competenci­a. Stella concuerda: “Estamos criando a personas más libres, más independie­ntes, que tendrán las herramient­as para salir y defenderse".

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FOTOS: G. PECOT El “motor” del colegio. Ariel Rotondo, en el aula. Había dejado los estudios, pero ganó la quiniela, se compró una computador­a, volvió a estudiar y empezó a dar clases.
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Contabilid­ad. La profesora Stella Domizi, en una clase sobre tributos.
 ??  ?? Clase invertida. Una alumna, de 5° año, explica a sus compañeros.
Clase invertida. Una alumna, de 5° año, explica a sus compañeros.

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