“Ninguna literatura nacional es tan bélica como la argentina”
En “Geopolíticas”, el catalán reúne artículos sobre los escritores del país, desde Piglia hasta Caparrós y Sarlo.
“El ensayo es narrativo y la crónica es ensayística. En las lecturas, busco lo mismo que en la escritura o en los viajes: entender un poco mejor el mundo, que, por supuesto, es mi mundo”. En esta reflexión, a través de WhatsApp y a la distancia, del escritor y crítico literario español Jorge Carrión se sintetiza su modo de entender el oficio de ensayista.
Doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, director del Máster en Creación Literaria en la misma casa de estudios, es un referente de la crítica cultural de habla hispana. Luego de la publicación de Teleshakespeare en 2011 se convirtió también en una voz autorizada en torno la reflexión sobre series y narrativas transmedia: “Toda la literatura actual refleja, por ejemplo en sus diálogos o en sus elipsis, la influencia de las series”.
Escribió guiones de novelas gráficas, ficción y ensayos como Librerías donde reúne sus grandes pasiones: libros, viajes, ciudades y política. Esto se condensa en Geopolíticas. Lecturas de literatura argentina, de reciente aparición, editado en Argentina por el sello independiente “añosluz”. Se trata de una recopilación de treinta ensayos breves, artículos y reseñas sobre literatura argentina, publicadas en diversos medios donde colabora, como Revista Ñ, La Vanguardia, Letras Libres, diario ABC y The New York Times. Es una edición muy cuidada que incluye, sobre el final, una lista de obras de los autores mencionados que funciona como una hoja de ruta posible que invita al descubrimiento de los libros que más impactaron al escritor tarragonés.
Carrión propone un modo de entender la literatura en torno a la huida, el desplazamiento, el pulso cosmopolita, tal como describe en su texto “Somos en cualquier sitio una frontera” sobre la obra del periodista Martín Caparrós. A él, junto con Ricardo Piglia, le dedica varios artículos. En esta pieza breve, da varias claves de cómo lee, siente e interpreta. Allí también se pregunta: “¿Tenemos que seguir hablando de literatura argentina?”. Algo que lo emparenta con Roberto Bolaño, un autor al cual podría definirse como ¿mexicano? ¿chileno? ¿latinoamericano? ¿trashumante? ¿Vale la pena encorsetarlo en categorías tan herméticas? ¿O, más bien, lo interesante sería indagar en su mestizaje y su trashumancia?
Caparrós y Piglia se formaron como historiadores. Algo que no parece escapársele a Carrión cuando afirma que “aunque uno aprendiera tanto del otro, significan precisamente lo contrario: mientras que Piglia apostó en sus diarios por Buenos Aires, por la literatura argentina, por la geopolítica local, en sus últimos libros, sobre todo en esa obra maestra de la no ficción que es El Hambre, Caparrós ha dejado claro que su apuesta es global, universal”.
Sobre su particular modo de leer y analizar la literatura dirá que “por debajo de los quince años de lectura que se resumen en Geopolíticas tal vez se puede intuir mi abandono de la Academia. Me doctoré en 2008 y hasta 2013 asistí a congresos y publiqué algún artículo académico pero en los últimos años me he desvinculado de ese mundo y mis textos se han vuelto exclusivamente ensayísticos, libres. Uso la teoría solamente si me conviene en la argumentación. No soy esclavo de ningún sistema crítico. Paso de la lectura detallada a la literatura comparada, de la sociología a la autobiografía”. Tampoco se olvida del fin primero y último del periodismo: “Lo que importa es siempre el otro, lo otro, no el yo”.
En el libro, también le dedica varios artículos a autores, si se quiere, algo relegados del canon argentino, como Edgardo Cozarinsky y Sergio Chejfec: “Vudú urbano es uno de los grandes libros híbridos de la literatura en nuestra lengua, en la órbita de Prosas apátridas de Juan Ramón Ribeyro, y Baroni: un viaje es el mejor libro que he leído sobre Venezuela”, amplía. A estos, junto con Marcelo Cohen y Caparrós, los encolumna dentro de los escritores que supieron sacarle ventaja a la lógica que va más allá de la “tradición nacional”: el no ser ni de aquí ni de allá, sino permanecer en movimiento y mutación constante para enriquecer la obra.
Carrión vivió varios meses en Buenos Aires, en La Boca, “un barrio que representa en sí mismo la idea de frontera y de disolución” describe, al cual le dedicó una crónica extensa. Allí ahondó sobre su obsesión por una ciudad que le parece “inabarcable”: “Beatriz Sarlo la recorrió en La ciudad vista, un libro intencionadamente breve porque el único modo de abordar lo infinito es por metonimia, las partes por el todo”.
El escritor y crítico catalán descubrió a Sarlo leyéndola en la revista Punto de Vista y pudo conocerla y hasta colaborar en dicha publicación. Lo mismo le sucedió con Graciela Speranza y la revista Otra Parte: “Las leí durante mucho tiempo y esa lectura me condujo a leer también los libros de sus directoras y a tratarlas y a proponerles textos. En Buenos Aires siempre me resultó más fácil acercarme en persona a los intelectuales que admiraba que en Barcelona”.
Respecto a Geopolíticas, el peculiar título de su libro, afirma y polemiza: “Remite a esa característica tan propia del campo cultural porteño: la de la estrategia y el cálculo, que se materializan en operaciones, intervenciones, desplazamientos. Ninguna otra literatura nacional que yo conozca es tan bélica y teórica. Aunque sean muy interesantes los movimientos críticos que protagonizaron escritores como Jorge Luis Borges, David Viñas, Josefina Ludmer, Oscar Masotta o Ricardo Piglia, cómo cambiaron paradigmas de lectura y cánones literarios, me pregunto si tanta literatura argentina discutida tanto en las aulas de la UBA como en los cafés de Corrientes o Facebook, eclipsa otras literaturas, enrarece y empequeñece el debate, perjudica a largo plazo, porque impide una auténtica inmersión cosmopolita. La mayoría de los escritores argentinos se sienten, sobre todo, escritores argentinos, se piensan como tales, y no creo que sea bueno, sobre todo para sus obras”.
Sobre la literatura argentina actual, recomienda dos de sus lecturas más recientes: Los Sorrentinos, de Virginia Higa, y Los cuerpos del verano , de Martín Felipe Castagnet. Y agrega, refrendando sus pergaminos de polemista en torno a aquella disputa que abrió Borges con su ya mítica conferencia “El escritor argentino y la tradición”: “Fíjate que tal vez a tus lectores deberían interesarles más mis lecturas de autores no argentinos, ¿no?”.
Al autor le interesan cuestiones como la nación, la nacionalidad y los vasos comunicantes entre diferentes literaturas. Indaga sobre prosas híbridas, plumas permeables que se dejen impregnar de influencias. Aunque en el prólogo afirma que dichas cuestiones “ya no me importan tanto: he sido padre, he publicado algunos libros, he dejado de sentirme argentino, leo con distancia, sé que los sistemas literarios y la circulación de los libros son caprichosos y -en realidad-incomprensibles”. ■
Mientras que Piglia apostó en sus diarios por Buenos Aires, Caparrós ha dejado claro que su apuesta es global, universal.”
Sarlo recorrió Buenos Aires en La ciudad vista, un libro breve porque el único modo de abordar lo infinito es por metonimia.”
Vudú urbano, de Cozarinsky, es uno de los grandes híbridos, y Baroni: un viaje, de Chejfec, es el mejor sobre Venezuela.”