“Aquella generación dorada del balero y la rayuela”
Las tapas de los diarios dicen que un adolescente ha ganado casi un millón de dólares en el mundial del videojuego Fortnite. La noticia sorprende, aún más, por los comentarios sobre entrenadores, psicólogos, nutricionistas y estrategas que asisten a todos los competidores de e-games o e-sports. Y entonces pienso en aquella generación que no reclamó nunca para sí la gloria ni el dinero por haberse destacado en juegos como el balero, el elástico, el yo-yo, la payana, el trompo, la perinola, el veo-veo, la rayuela y tantos otros que, con los criterios de los mercaderes actuales, debieron ser olímpicos en el siglo pasado.
¿Qué olvido doloso o sórdidos intereses despreciaron nuestras destrezas y nos han privado de tener esas preseas doradas en las vitrinas argentinas? Cuando vemos que disciplinas como el kiteboarding, el karate o el beach handball son incluidas como olímpicas, nos invade el recuerdo de las mágicas carambolas de billar a tres bandas, de nuestros campeones de bares y cafés. En cada barrio había también un niño aspirante a medallista que con su “lecherita” puntera se cansaba de pelarles a los chambones hasta el último bolón de vidrio verde.
¿Qué alemán, ruso o canadiense hubiera saltado más alto que nuestras campeonas con su soga y una vereda despareja? Y ni hablar de aquellos que conservan el arcano de aquel espacio nimio donde se ocultaron cuando ganaron la escondida más larga de su infancia, que no pudo ser interrumpida por los falsos gritos de “sangre” ni tampoco por la madre aquella que los tentaba con una merienda tan sabrosa como obligatoria.
Quiero pues reconocer a esos campeones anónimos sin cuyos talentos lúdicos el fútbol se hubiera privado de la metáfora perfecta para calificar al autor del mejor gol de la historia y probablemente el relator hubiera tenido que limitarse a gritar: “¿De dónde viniste pentatlonista alado o lanzador de martillo astral?”. Por suerte también esa voz supo valorar a los héroes de la generación dorada que sólo con papel y caña podían construir barriletes celestes para remontar sus sueños al cosmos.